El escritor malagueño se adentra en su última novela en la maldad de un hombre machista que tiene una necesidad irrefrenable de que el mundo se rija según sus reglas
Antonio Soler (Málaga, 1956) ha escrito el libro Yo que fui un perro (Galaxia Gutenberg) y a los lectores, como este que lo entrevista, nos ha quitado el resuello. Es sobre un personaje que puede asociarse con la maldad, cuya manera de ser es, desde que amanece el libro, oscura y difícil, obsesiva, durísima. La pasión de este individuo es mirar atravesado a los otros, como si todos fueran sus enemigos, o sus adversarios, actitud que, además, acomete como si siempre tuviera razón con respecto a cómo son sus amigos, su novia, su madre o sus vecinos. Hasta llegar a la violencia que mezcla desavenencia, ruindad y machismo. Soler se encontró su identidad en unas páginas que alguien puso a su disposición, de esto hace muchos años. Rescatadas, convertidas en metáfora primitiva de un texto que tiene 291 páginas, constituye un testimonio contemporáneo de lo que hoy sería un machista irrefrenable.
Sin vuelo en el verso, como le gustaba a José Hierro definir la sencillez, el lenguaje directo, es también un testimonio de la gran literatura que le ha servido al autor para contar distintas consecuencias (la guerra, lo oscuro, lo difícil, la maldad religiosa, por ejemplo) de la ruindad humana o del descuido. Aparte de Sacramento, su penúltima novela sobre un sacerdote real que usaba su púlpito para obligar a sus feligresas a la orgía, sus libros más apreciados son, entre otros, El camino de los ingleses, Apóstoles y asesinos y Sur.
A esas cualidades literarias Soler añade un admirable sosiego que lo convierte en un ser humano de conversación tan profunda como su escritura. He aquí, transcrito, un ejemplo de ello. Se hizo la entrevista a través de Zoom, él en su casa de los altos de Málaga y el periodista en el calor de principios del último septiembre, en Madrid.
Esta es una novela sobre la maldad, ¿no?
Es sobre un tipo que quiere establecer unas normas según las cuales debe regirse su entorno. Ese es el germen auténtico de la maldad, el que llevó a la existencia de personajes como Stalin o Hitler, que no querían otra cosa que poner las cosas en orden. Su orden.
De modo que el personaje odia a todo aquel que no se le parezca. Pero también odiará al que se le parezca…
En él hay como una negación del otro. No quiere aceptar las imposiciones de otro, no quiere ser un perrito faldero, pero a sí mismo se llama perro. Tiene una relación, pero en vez de cortarla trata de modelar de un modo u otro a aquella con la que se encuentra, de la que dice que no quiere ser, precisamente, su perrito faldero.
¿Cómo surgió una novela así?
Al final del libro lo cuento. Me encontré unas páginas entre unos libros. Es verdad que las encontré, no es un recurso de última página. Eran apuntes de un diario de no sé de quien. Me los dios una vecina, consciente de que a mi me gustan los libros. Entre esos libros estaban las páginas en las que se inspira la novela.
¿Qué había ahí?
El núcleo de una personalidad que a mi me pareció muy perturbadora. Ahí no había intencionalidad literaria, porque aquello estaba escrito de un modo bastante inmediato y sin esa pretensión. Pero sí me pareció detectar la potencia de un carácter y de un individuo. Leí y guardé esas páginas y al cabo de unos años volví a verlas para darme cuenta de qué impresión me seguían dando. Y me causaron la misma impresión: ahí había una pulsión muy fuerte que podía servir para ahondar en el personaje.
Un personaje que hoy tendría que ver con algunos, o muchos, que ahora hacen del machismo una evidencia arrogante, como la del personaje que usted describe aquí… Un machismo que es de Vox y que, por las alianzas, roza al Partido Popular…
Esa es una reflexión que no está en la novela pero que es necesaria. Me da la impresión de que no la hacen en el PP a pesar de que está en la raíz de lo que pasó con las elecciones del 23 de julio, cuando se manifiesta con su voto una sociedad que no es eminentemente progresista, pero que desde luego no es machista, y que ha visto en la actitud de Vox en algunas comunidades y en algunos ayuntamientos actitudes que los han llevado a votar lo que han votado.
En el caso de esta novela, su protagonista odia creyendo que es odiado, se repugna a sí mismo y repugna.
Sí, porque se considera víctima. Le parece que el mundo está en guerra contra él y apenas comulga con nada. Incluso mide a los amigos al milímetro: cualquier gesto, cualquier detalle del otro, lo interpreta como una agresión. Es obsesión, celos; creo que eso viene de una gran inseguridad en sí mismo, propia de alguien que vive en un mundo muy reducido y además vive la relación social como un peligro. Son la gente que luego vemos en los telediarios habiendo hecho alguna barbaridad y de la que los vecinos llegan a decir que parecían personas normales. Es la naturaleza del lobo solitario, esos que salen con un cuchillo a la calle o los que en Estados Unidos se suben a la azotea y disparan.
«Es obsesión, celos; creo que eso viene de una gran inseguridad en sí mismo, propia de alguien que vive en un mundo muy reducido y además vive la relación social como un peligro»
Al final del libro esa tendencia al odio se manifiesta de manera brutal en la escena en que el personaje arremete violentamente con su novia. Como si perdiera la razón y, además, como si el enamoramiento del que presume no fuera algo verdadero.
Se tiende a pesar a veces que eso ocurre por disociación con la realidad, pero no es así. Hay datos suficientes para saber que todo eso responde a una relación concreta y a unos hechos reales… En realidad, él es un enano moral y se identifica con ese personaje cruel, solitario, en guerra contra el mundo. Lee, pero no es un gran exquisito; a él le vienen los libros gracias a un amigo, que es un ilustrado… De él llegan, por ejemplo, los libros de Pío Baroja, en cuya literatura hay individuos que se le parecen… Y cerca tiene a su novia, a la que odia, igual que a su madre, que tampoco le gusta por el mundo con el que se relaciona y que él no controla. Al final, como ocurre con muchos machistas, lo que está detrás de este individuo es el control y la manipulación. Lo que quiere es controlar su pequeño mundo.
«Hay un raro virus metido en la cabeza biológica de algunos hombres que no soportan la sensación de sentirse desplazados en esa situación que para ellos es nueva y que implica el avance de la mujer en la sociedad»
Él se asoma a su balcón, ve los edificios, incluido aquel en el que vive su novia, como si fueran amenazas y no sólo personas quienes los habitan. ¿Cuándo escribe de ello está pensando solo en la literatura o en la vida que tenemos alrededor?
Pienso en la vida alrededor. Y como consecuencia de la vida viene la literatura. En efecto, ese edificio es la encarnación de Yolanda, su novia. Ni cemento ni ladrillos, el edificio es su novia, si hay o no hay luz, algo tiene que ver con ella, con Yolanda. Lo que hay en esa fachada repercute en su estado de ánimo de modo muy directo.
Es un manipulador que quiere hacer daño, y le haría daño a cualquiera. Pero dice que es incapaz “porque soy un cobarde”…
Sí, ahí se reconoce así. Y en otro momento admite que admira a un amigo porque es muy hombre. Ese concepto de lo masculino, ese machismo tan ramplón, también está presente. Lo lleva inoculado en la mente. Eso que narro ocurría en los años 80, pero aquí está vigente, por desgracia ocurre también ahora. Hay un raro virus metido en la cabeza biológica de algunos hombres que no soportan la sensación de sentirse desplazados en esa situación que para ellos es nueva y que implica el avance de la mujer en la sociedad. Así que se refugian en la antigua isla donde todo es sólido y la naturaleza del hombre es la que es y no hay que claudicar de ella. Yo creo que en este momento hay algo de esto en la sociedad.