Ramón Moix (Barcelona, 1942-2003) tardó muchos años en convertirse en Terenci. Más de dos décadas en explotar y saber cómo quería lo que llevaba tanto tiempo queriendo. Hijo de un pintor de brocha gorda y una mujer tan guapa como libre, vivió su infancia en el barrio chino de Barcelona, el lugar «ideal para la gente que huía de cualquier cosa». Allí supo rápido que era homosexual, allí, dentro de una familia compleja, recibió amor, cariño y libertad para vivir sin restricciones. Como dijo su amigo Boris Izaguirre, «fue un hombre profundamente libre en un país en que no existía la libertad». Quizás porque tuvo la certeza de que la vida era mejor imaginada, quizás porque vivía más los sueños que la realidad.
Fue durante su adolescencia cuando el cine le salvó de desolaciones tan potentes como la muerte de su hermano de 18 años. Le trasladó a su querido Egipto tantas y tantas veces que acabó enloquecido por Cleopatra, por Marco Antonio, por esa Alejandría que buscó con ansia. Fueron Sinuhé, el egipcio y El último cuplé sus dos grandes fuentes de felicidad. También la escritura le sirvió de hogar para su imaginación.
El pasado mes de abril se cumplieron 20 años de su muerte por un enfisema pulmonar que se lo llevó a los 61 años con más pelo y menos arrugas que cuando tenía 40, y con una legión de seguidores. Han sido Marta Lallana, como directora y co-escritora, y Álvaro Augusto los que han querido contarlo todo, desde el barrio chino hasta su último Ducados y lo han hecho en una serie documental de cuatro capítulos que se estrena el 22 de septiembre en Filmin y que repasa con una mirada incisiva al escritor y presentador de televisión.
La fabulación infinita reúne a gran parte de los que fueron sus amigos, a algunos amantes y al que fue el amor de su vida. De Colita a Nuria Espert, Anna Maio, Boris Izaguirre o Luis Antonio de Villena. De Vicente Molina a Enric Majó, entre todos retratan a Terenci desde que fue Ramón hasta que se convirtió en una estrella de la televisión. Desde su primer amor con 20 años hasta su último novio de 19. De cómo el cine le sirvió «de cuna y de burdel» y fue el único sitio donde no se sintió «agredido por los ataques del mundo exterior».
Entre ellos y todos los que no hablan pero salen en cintas antiguas, en fotografías, en boca de los demás aparece una vida de fantasía y oscuridad. La historia de un hombre que vivía en su imaginación, que prefería soñar con tocar que tocar de verdad, que anhelaba serlo todo y que acabó convirtiendo su vida en un espectáculo maravilloso para él y cruel para algunos de los que le rodeaban.
Desde el primer capítulo el adjetivo ‘manipulador’ se repite con frecuencia. Sus amigos lo usan con cariño, lo describen como alguien luminoso pero complejo. Recuerdan cómo decidió irse a Italia tras la ruptura con Vicente Molina, quien dice que se produjo una «seducción grupal por cómo escribía», también que manifestaba un amor que «ahogaba». Que Moix le esperó durante días en la Estación de Francia porque no le respondía a sus dos cartas diarias, que tuvo la sensación de que estaba cayendo en un abismo y que, cuando le abandonó, él partió a Roma y volvió dejando de ser Ramón y firmando como Terenci.
«Le importaba más la historia de amor que el amor, que el amante», asegura en este documental Molina. Y son las palabras del propio Moix las que le dan fuerza: «Ningún cuerpo vale como un sueño, ningún amor lo que la idea del amor. Veo el sufrimiento como base de mis relaciones sentimentales. El amor se me ha demostrado a través del sufrimiento del otro», aseguró.
«Ningún cuerpo vale como un sueño, ningún amor lo que la idea del amor. Veo el sufrimiento como base de mis relaciones sentimentales»
terenci moix
También recuerdan que al volver de Roma tuvo que pagar una factura de medio millón de pesetas por todas las veces que había llamado a sus amigos desde allí. Que volvió sabiendo que lo mejor estaba por llegar y que comenzaron sus noches en la discoteca Bocaccio donde se reunían todos. Carlos Barral, Óscar Tusquets, Gil de Biedma, Colita o un Enric Majó que no tardó mucho en enamorarse de él. «Empezamos a hablar y le dije que me encantaría ir a Egipto, que le había leído mucho y me respondió que fuese a su casa que él tenía diapositivas del país y, claro, pues acabamos en la cama», asegura el actor, que confiesa que vivieron juntos «desde aquella primera noche».
Majó era, en palabras de Colita, «impresionante de guapo». Fue con él con quien se fue a Cadaqués a pasar un mes y medio aquel verano, con el que estaba alegre, grandioso, enamoradísimo. «Era muy divertido, seguirle era tan fácil… No le gustaba comer en casa e íbamos siempre al Parelladeta y desayunamos, comíamos, cenábamos… Un día el dueño nos dijo que le gustaría pasar la cuenta y le dijimos que claro. Debíamos un millón de pesetas en comida», recuerda.
También cuenta cómo creó personajes sólo para él. Que le gustaba que interpretase, mirarle, observarle y que estaba incluso «más interesado por la fantasía que por la realidad erótica». «Su interés por mí desapareció a los pocos años. Perder la relación sexual con tu pareja es difícil… (…)Yo había buscado caminos pero no eran sus caminos. (…) Mantuve relaciones sexuales paralelas pero lo llevaba fatal. Él lo sabía pero si yo volvía a casa eso no le importaba».
Pero pronto empezó a ver cosas, más allá de la falta de sexo, que no le gustaban. Un lado sombrío que le hizo replantearse si seguir con él o no. Como dice Colita, «todos tenemos una parte oscura y él la tenía más acentuada y además la enseñaba». «Terenci era brillante, generoso, inteligente y manipulador», añade Majó.
Fue cuando llevaban casi un lustro juntos cuando el actor vio en una oportunidad laboral en México una manera de huir. «No lo sabía entonces, que me iba para alejarme de él, pero él era mucho más listo y se dio cuenta», explica. Allí Majó vivió unos meses fantásticos, conoció a parte del exilio español en aquel país, se divirtió, fue feliz. Pero apareció Moix, fue a buscarlo con la promesa de una casa común, un perro y una vida mejor.
«Atravesó el Atlántico para conseguirme otra vez y dije sí. Este fue mi error», confiesa. Y continúa con la crítica, asegurando que «cuando convives con un manipulador hay una parte de tí que la has perdido por el camino». Tardó otros 10 años en irse y que fue la muerte en un accidente de coche de su sobrino lo que le hizo ver que quería «evitar cualquier dolor».
El adiós de Majó provocó que Moix entrara en una espiral depresiva y vengativa. «Sólo sé calibrar el amor de los demás si ellos sufren por mí», dijo en un programa de televisión. Y comenzó a dar entrevistas en la que hablaba de su depresión, de cómo Enric Majó había sido un traidor, un mentiroso, una mala persona y empezó a llamar a todos sus amigos en común para que no le diesen trabajo ni volvieran a verle.
También dijo que iba a suicidarse. Como cuenta su amiga Nuria Espert, su marido fue a buscarla al lugar donde estaba trabajando y le contó que Terenci estaba encerrado en su casa diciendo que iba a acabar con todo. «Fui y estaba gritando: ‘Me lo han quitado todo, sólo me queda la vida y me la voy a quitar yo mismo’. Sabíamos que no iba a hacerlo pero me puse a llorar, me dio miedo que pensara que estaba haciendo el ridículo».
Algo similar cuenta Colita, que asegura que para suicidarse hay que tener mucho valor y que él no lo tenía. «Me da la risa cuando me lo cuentan y no le creo», asegura. También que ella le dijo que si le daba a elegir entre él y Majó, la perdería. «Tuve la suerte de poder ser amiga de los dos».
De aquella época su amigo Luis Antonio de Villena recuerda que «el lado oscuro de Terenci era muy fuerte». «Puso a sus amigos en un brete de que si hacían algo con Enric Majó se olvidarán de él», añade. Y luego llegaron los titulares de su gran depresión, del viaje a Marruecos para poder calmar el alma, del incendio en su casa del que uno de sus vecinos dice en el documental que «cuando empezó a arder muchos pensaron que dijo: ‘Pues a la mierda todo’ y dejó que continuase el incendio».
«Llegamos a Orlando y quedaba una hora para que cerrarse el parque. Pagó la entrada del todo el día solo para que entrase 15 minutos, para verme la cara»
Pero llegó el Planeta. No digas que fue un sueño fue la obra que le llevó a ganar el premio en 1986 y los 15 millones de pesetas que lo acompañaban. Anaïs Schaff recuerda que a ella desde niña le había prometido que cuando llegase al millón de ejemplares vendidos la llevaría a Orlando, a Disney, y fue lo que hizo en cuanto cobró. «Llegamos a Orlando y quedaba una hora para que cerrarse el parque. Pagó la entrada del todo el día solo para que entrase 15 minutos, para verme la cara», recuerda. También que las fotos de ese viaje acabaron en las páginas de ABC.
Fue el dinero del premio el que le sacó verdaderamente de la depresión. «Le sirvió para tapar muchos agujeros y llevar la vida que él quería. Además, quiso ser guapo», explica Colita. «Un día me dijo: ‘Hazme unas fotos en la que me parezca a Burt Reynolds», cuenta riéndose pero acaba confesando que consiguió «ser atractivo».
Se puso pelo, se quitó años, «se gastó medio Planeta en cremas», se compró una bañera romana, se aficionó a los percebes y aseguró que le iban todas las marchas «menos la fúnebre». «Era muy excéntrico, se compró hasta un abrigo de visón», recuerdan sus amigos.
Luego empezó su época como gran presentador de la televisión. El autor de El día que murió Marilyn o El peso de la paja siempre quiso ser una estrella y acabó entrevistándolas a todas. «Las señoras le adoraban», dicen sus amigos que añaden que tenía tal don de gentes que todos tenían la sensación de ser su mejor amigo.
Y apareció Pablo Parelleda, un chico de 19 años que acabó convirtiéndose en su novio ante la mirada atónita de su entorno. «Terenci debía sentirse muy solo para empezar una relación así», dice Espert y Villena añade que «era una máquina de gastar dinero». «Tenía algo de pigmalión», dice Schaff que vivió con especial dolor su muerte.
«Creo que le gustaría verme llorar», dice al recordar cómo le perdieron demasiado joven. «Habría sido la bomba. Haciendo lo que le hubiese dado la gana, se seguiría vendido de puta madre. Sería el señor de 80 años con más followers. Nos robaron al Terenci anciano», sentencia.