La derecha ha perdido por la mínima en el juego electoral de las mayorías, pero el ganador, también por la mínima, se lo zampa todo. Parece injusto, pero es lo que hay. La alternativa al juego de las mayorías es la autocracia o peor aún, la guerra civil. 

En 2019 los resultados de las elecciones posibilitaron una forma alternativa de conformar las mayorías de gobierno en nuestro país si Ciudadanos hubiera apoyado al PSOE. Hasta ese momento las mayorías siempre se formaron alrededor de dos bloques infranqueables a la derecha o la izquierda, con los nacionalistas haciendo de pivot, lo que siempre les otorga un poder de negociación desproporcionado. Fue una oportunidad perdida de cambiar el sistema de alternancia para mejor, libre de la tiranía de los extremos y del nacionalismo. Pero lamentarse de que no fuera posible es llorar sobre la leche derramada.

La realidad es que la derecha solo ha gobernado en minoría recientemente apoyándose en los nacionalistas, en los de CiU en la primera legislatura de Aznar y en el PNV en la etapa de Rajoy. Ese es un camino cerrado en un futuro previsible. Pero tendemos a olvidar que UCD, un partido homologable al PP de ahora en un panorama sin partido centrista en el horizonte, gobernó en minoría apoyándose en Alianza Popular en las dos legislaturas en las que gobernó, de 1977 a 1982. La AP de entonces debería ser homologable al Vox de ahora, aunque fuera el germen de lo que ahora es el PP. La AP de Fraga estaba repleta de franquistas irreductibles y tradicionalistas de misa diaria. Igual que el partido de Abascal.

Para volver a ese horizonte de gobernabilidad, el PP deberá anclarse en el reformismo liberal y Vox debe moderar su xenofobia y su antifeminismo para no provocar una movilización letal de la parte de la más centrista de la izquierda. El PP ha iniciado ya ese camino con pie firme. Falta que su pareja de baile en la derecha, Vox, le siga el ritmo. Al fin y al cabo, son solo cinco escaños los que le faltan a la suma.