El despegue del B-52B Stratofortress “Ciudad Juárez”
El 7 de abril de 1961, el B-52B Stratofortress conocido como “Ciudad Juárez” (53-0380) inició su vuelo desde la Base Aérea de Biggs (AFB) en Texas. Al mando estaba el capitán Don Blodgett en el asiento izquierdo.
Tras finalizar la primera etapa de navegación de su salida de entrenamiento, el equipo se alineó para una práctica de interceptación con cazas F-100A Super Sabre.
Estos cazas pertenecían al 188.º Escuadrón de Cazas Tácticos (TFS) de la Guardia Nacional Aérea (ANG) de Nuevo México, destacándose por ser la primera unidad de la Guardia Aérea en manejar tales aviones.
Un enfrentamiento con los F-100A Super Sabre
Los pilotos, Teniente 1.º James W van Scyoc y Capitán Dale Dodd, se posicionaron en respuesta a las indicaciones de su estación de interceptación de control en tierra, Blush First. Se acercaban al B-52 mientras este se aproximaba a Albuquerque, listos para sus comprobaciones de seguridad. Estos cazas, con sus inconfundibles marcas negras y amarillas, portaban un par de misiles AIM-9B Sidewinders.
Después de cinco pasadas simuladas y “ataques” con cañones, van Scyoc, el oficial de seguridad del 188.º, hizo un acercamiento para una última práctica con su Sidewinder. Pero en un giro inesperado, su AIM-9B n.º 2 se desprendió, impactando el motor interior izquierdo del B-52.
El relato del Capitán Blodgett
“Oí a Van Scyoc gritar ‘¡Cuidado! Se ha disparado mi misil’”, recordaba Blodgett. El impacto fue inmediato, desestabilizando al B-52. “Se produjo un tremendo temblor y el avión se inclinó bruscamente hacia la izquierda”. Con el equipo eléctrico ardiendo y la confusión en la cabina, Blodgett intentó alcanzar la campana de alarma para ordenar la evacuación, todo mientras luchaba por mantener el control del avión.
El avión empezó a girar y a dirigirse hacia las nubes. En medio de la crisis, el capitán Blodgett decidió eyectarse, enfrentándose a una serie de peligros en su descenso. Primero, una bola de fuego lo envolvió y luego fue bañado en combustible JP-4 por una segunda explosión.
Con el peligro de incendio tras él, otro reto surgió: estaba aún unido al asiento eyectable. Una vez que logró liberarse del asiento, tuvo que enfrentar una ventisca y una lluvia de escombros. Con su equipo de supervivencia liberado, se vio siendo arrastrado por una balsa de salvamento debido a las corrientes ascendentes en las nubes.
Blodgett terminó su relato con un tono de alivio y reflexión: “Pensé que si caía al suelo de lado, ¡había llegado el momento! No pude coger el cuchillo para soltarlo, pero pronto salí de las turbulencias y empecé a caer recto”.
El aterrizaje forzoso del capitán Blodgett
Tras ser eyectado violentamente, el brazo izquierdo del capitán Blodgett impactó contra la escotilla, causándole un corte profundo. La sangre brotaba mientras él intentaba frenarla, pero la situación empeoró con un aterrizaje forzoso, comparado con saltar desde un edificio de dos plantas. A causa del impacto, casi todo su equipo de supervivencia, desde la radio hasta los espejos, quedó inservible, a excepción de un fusil.
Blodgett, aún conmocionado y enfurecido, deseaba comunicarse con el piloto de caza para expresar su indignación.
Según el testimonio del mismo capitán, citado en la página 38 del libro Boeing B-52 Stratofortress de Peter E. Davies y Tony Thornborough, Blodgett se sintió afortunado de estar vivo. Con el cuerpo cubierto de combustible JP-4 y un frío penetrante, intentó levantarse, pero un agudo dolor en la pelvis lo detuvo. De hecho, descubrió que había perdido un trozo considerable de esta.
El terreno áspero y lleno de cactus y agujas de pino, aunque doloroso, ayudó a coagular y frenar la hemorragia de su brazo. A pesar de sus intentos, no pudo encender una hoguera, pero esto resultó ser una bendición disfrazada, ya que aún estaba impregnado de combustible.
El Reencuentro con Singleton
Yacía en el suelo, con la mirada fija en un reloj que había dejado de funcionar a las 12 del mediodía, en el preciso instante de su caída. En medio del silencio y la desesperanza, cada cierto tiempo, disparaba tres veces al cielo con su fusil, intentando enviar una señal de socorro.
A las 3 de la tarde, una silueta se aproximó. Resultó ser su artillero, el sargento Ray Singleton, quien había sufrido un aterrizaje forzoso en un árbol no muy lejano. El sargento presentaba quemaduras de tercer grado en sus manos y rostro. Sin dudarlo, le ofreció los calcetines de su equipo de supervivencia para proteger las heridas.
Con la ayuda de Singleton, logró ascender por el monte Taylor. Contrario a lo que Don había estimado inicialmente, se encontraban a 1.500 metros de altura. En ese lugar, comenzaron a preparar sus paracaídas en caso de una nueva emergencia.
Al caer la tarde, cerca de las 5:30, una apertura en la capa nubosa reveló un avión T-33 sobrevolándolos. El piloto los había avistado. Podría describirse como un auténtico milagro. No pasó mucho tiempo, apenas unos 30 minutos, cuando un helicóptero HH-43 descendió para rescatarlos.
Rescate en medio de la tragedia
Justo en el despegue del helicóptero, Ray identificó otro paracaídas en el horizonte. Era del EWO, el capitán George D Jackson, quien desafortunadamente había sufrido una fractura en la espalda. Una vez a salvo, los tres heridos fueron rápidamente trasladados a un hospital cercano.
Sin embargo, la situación era aún más desgarradora: cinco miembros de la tripulación estaban desaparecidos y las esperanzas eran pocas, dado que van Scyoc no había logrado ver más paracaídas durante el incidente.
Las inclemencias del tiempo impidieron la búsqueda esa noche y gran parte del día siguiente. Pero la tragedia se hizo aún más palpable cuando los cuerpos de los navegantes Steve Canter y Pete Gineris fueron encontrados en el cráter causado por el siniestro del B-52. Las evidencias eran claras: habían perecido a causa de las ojivas de fragmentación del Sidewinder. Glen V Bair, el estudiante EWO, también había perdido la vida.
Por otro lado, el jefe de tripulación, sargento Manuel Mieras, a pesar de no tener recuerdo claro del impacto del misil, había logrado aterrizar con una pierna rota. Demostrando una resistencia increíble, fabricó una muleta improvisada y cojeó hasta una cabaña cercana. Allí, para distraerse del dolor y el frío, jugó a las cartas con pastores locales durante un día y medio hasta ser finalmente rescatado.
El copiloto, capitán Ray C Obel, vivió una experiencia aterradora. Se eyectó a una altitud de 30.000 pies, confiando en su botella de oxígeno de rescate mientras una corriente de aire a 150kt lo arrastraba montaña abajo. Dos días después, fue hallado con serias lesiones en la espalda.
Investigación y Consecuencias
Tras el incidente, la Junta de Investigación determinó que la causa del disparo accidental del misil había sido una pequeña cantidad de humedad que se filtró en un tapón dañado del circuito de disparo. A pesar de este terrible incidente, Don se recuperó y, tras noventa días, volvió al servicio, continuando una destacada carrera en la Seguridad de Vuelo.
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