El historiador y periodista Mario Amorós (Alicante, 1973) acaba de presentar una «biografía política y semblanza humana» del presidente chileno Salvador Allende (ed. Capitán Swing), del que mañana, 11 de septiembre, se cumplen 50 años de su muerte en el ataque del Palacio de la Moneda, la sede presidencial de Chile, en el golpe de Estado que abrió la puerta a la dictadura de Pinochet.
Amorós firma también otra reciente biografía sobre el cantautor chileno Víctor Jara (Ediciones B), asesinado por los militares chilenos hace ahora también medio siglo, el 16 de septiembre de 1973. Amorós, que es autor de una prolija biografía de Pinochet –y en el ámbito español, de la Pasionaria–, visitará Asturias para participar en dos encuentros conmemorativos de la figura del presidente chileno. Será el día 14 en la Escuela de Comercio de Gijón, a las 19 horas, en un acto que organiza Soldepaz Pachakuti y en compañía del historiador Francisco Erice. También presentará su obra el día anterior, 13 de septiembre, a las 20 horas en la casa de cultura de Mieres.
–¿Qué nos importa o nos aporta hoy Allende?
–Sus valores y principios políticos tienen vigencia hoy todavía. Esa búsqueda a la que él dedicó una buena parte de su vida, una propuesta socialista, revolucionaria, en democracia, en el contexto de la sociedad chilena de la época, donde ganó las elecciones, como sabemos, y que en el año 70 llegó al Gobierno.
–¿Cuál es el mensaje que nos deja Allende?
–Que hay que buscar una sociedad más justa. Eso siempre tendrá un sentido. Allende no llega a conocer el capitalismo neoliberal que impulsó Pinochet en Chile, a partir del año 75. Él conocía una sociedad con un mínimo estado de bienestar. Había un sistema nacional de salud. Precario, por supuesto, porque Chile era un país pobre. La universidad era gratuita. Hoy en Chile, la universidad es carísima, incluso la pública. Había un sistema de pensiones, hoy las pensiones son privadas.
–¿Qué hizo Allende?
–Desarrolló un programa de transformaciones muy importantes que apuntan a una sociedad más justa, más democrática, con participación real de la ciudadanía. Su gobierno nacionalizó los grandes monopolios industriales. Esas fábricas las dirigía un representante del Gobierno, pero había cinco representantes de los trabajadores en el consejo de administración, que de manera colectiva intervenían en la dirección de esas empresas. Se creó una editorial pública sin financiación estatal, tenía que autofinanciarse, la editorial Quimantú, que publicó en dos años y medio 11 millones de libros. Por primera vez, la gente en Chile tuvo acceso a los libros, a la lectura, a revistas que hablaban de lo que preocupaba a la juventud o a las mujeres.
–¿Y en el ámbito internacional?
–Como presidente de un país pequeño, la figura de Allende habla de lo injusto que era el mundo de la época. De un país, como los del tercer mundo con sus recursos, que tiene derecho a que las minas de cobre sean chilenas y a que ese beneficio no vaya para las cuentas de una multinacional, en aquel caso norteamericana, sino que sea para la sociedad chilena. El historiador chileno Jorge Magasich calcula que la nacionalización de la minas que hizo Allende ha supuesto hasta hoy para el estado de Chile un ingreso de 115.000 millones de dólares, que han permitido desarrollar políticas públicas. La búsqueda de la sociedad más justa y democrática, y eso siempre tendrá sentido.
–¿Una propuesta comunista?
«En Chile me dicen que aún les falta mucho para depurar los crímenes de la dictadura de Pinochet y yo les digo que en España nos falta todo»
–Él era militante del Partido Socialista de Chile, que era un partido revolucionario aliado con el Partido Comunista. Tenía una propuesta política muy profunda en una época en la que propuesta comunista, como sabemos, tenía una adhesión muy importante en Chile y en otros muchos países. Era la utopía que Allende buscaba, que aún tiene sentido hoy. Pero él tenía una visión crítica de la Unión Soviética, importante a la luz de lo que pasó después. Otras veces no fue tan crítica, pero en algunos momentos, sí. En la invasión de Checoslovaquia o de Hungría. Allende dice que eso es inaceptable, inadmisible. Y que además va a hacer un gran daño a la causa, sobre todo a los partidos comunistas. Evidentemente, era algo inaceptable.
–¿Cuánto le cambió la percepción que tenía de Allende al terminar la biografía?
–Me sorprendió, sobre todo, lo interesante de su larga trayectoria política. El común de la gente con una cierta cultura, lo recuerda por el Palacio de la Moneda. Pero otra cosa es ponerte a investigar qué decía Allende en los años 30 o 40, o sus principales discursos en el Senado de Chile. Fue senador 25 años. O sus relaciones con personas como Fidel Castro o sus viajes o cómo era como ser humano, por ejemplo.
–¿Y cómo era?
–Un hombre que tuvo un grupo de amigos muy cercano, que le acompañó durante muchos años, muy leales, que estuvieron algunos de ellos en la Moneda el 11 de septiembre del 73. Era una persona que le gustaba mucho la buena mesa. Tenía gustos que mucha gente catalogaba como burgueses y él se reía de eso. Le gustaba vestir bien, a pesar de que era un hombre de mediana estatura. No era alto ni bajo. Su esposa, Hortensia Bussi, decía que Allende no era ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, pero tenía la atracción que tienen algunos líderes políticos. Magnetismo.
–¿Y en la acción política?
–Era un gran pedagogo. Sus discursos eran lecciones para el pueblo que le escuchaba, desarrollaba muy bien sus planteamientos. Y, por ejemplo, tiene algo muy interesante. Hablaba con los trabajadores de las minas de cobre y les decía que, aunque las empresas hubieran sido nacionalizadas, que no pidieran aumentos exagerados de los salarios, porque las empresas no eran de esos trabajadores, eran del conjunto de la sociedad chilena. Habló siempre muy claro y tuvo momentos muy bonitos. Cuando en momentos difíciles él se despide en los discursos, diciéndole a la gente que le escuchaba que volvieran a sus casas, que se cuidaran. Tenía mensajes de cariño profundo.
–¿Y a usted personalmente qué le queda del personaje?
–Lo que más valoro en Allende es lo consecuente que fue con sus ideas políticas toda su vida. Incluso dio la vida por ellas. Algo que pocas personas son capaces de hacer. Allende jamás se conformó con el capitalismo, no era un socialdemócrata, era un revolucionario. Y demostró, efectivamente, el 11 de septiembre, que esa lealtad que le había prometido a los chilenos la llevó hasta las últimas consecuencias.
–¿Si no se hubiera suicidado, acosado en La Moneda, la figura Allende tendría alguna vigencia?
–Para mí lo que da sentido, vigencia, a su figura es su vida, su trayectoria política, muy larga, muy prolongada, difícil, con momentos duros, con retrocesos, con avances. El 11 de septiembre del 73 fue un día dramático en Chile, que ha quedado registrado por imágenes de televisión, por fotografías, se salvaron sus últimos discursos, piezas oratorias impresionantes, porque te sitúan en ese dramatismo. Evidentemente Allende tuvo un gesto heroico al sacrificar su vida, como había dicho varias veces que haría. Pero hay que recuperar Allende y recordarle,no solo por el 11 de septiembre si no por una trayectoria política singular en la historia del siglo XX.
–¿Algún líder nacional o internacional, con el que quiera compararlo?
–Eso depende de cada persona. En el caso de la izquierda, yo escribí una biografia de Pasionaria. La presenté por toda España, y me di cuenta que todavía Dolores Ibarruri conmueve a muchas personas. Ya no es una figura universal como Allende. Pasionaria fue una figura universal en el siglo XX, pero hoy ya no lo es.
–Me refería a un líder actual.
– Bueno, Pepe Mujica también despertó la admiración de muchas personas. En mi caso, y en el caso de España, yo siento un gran cariño por la figura de Julio Anguita, que fue importante para mi formación política.
–Usted también biografió a Pinochet. ¿Qué encontro al abrir esa caja vital?
–Hice una biografía de 800 páginas, una investigación muy exhaustiva, leí miles de noticias de prensa, accedí a la hoja al expediente personal de Pinochet en el Ejército de Chileno, que soy el único historiador que la ha visto. Bueno, Pinochet es el primer comandante en jefe del Ejército deChile, en 200 años de historia, y el único hasta ahora, que ha tradicionado al presidente de la República.
–Él no fue, en realidad, el impulsor del golpe.
–Él se unió al golpe a solo 36 horas del triunfo, la tarde del 9 de septiembre, y consumó la traición, porque como todos los oficiales había jurado respeto a la Constitución. Lo había nombrado Allende en agosto del año 73. Decidió traicionar su confianza y convertirse aquella misma noche en el presidente de la Junta Militar, y dedicarse durante los siguientes años a construir su dictadura en la que, además, implementó del programa económico neoliberal de manera brutal, despiadada. Ha quedado en la historia como un personaje detestado universalmente. Es uno de los paradigmas de la figura del dictador. Y mira que ha habido dictadores.
–Me hablaba antes de Allende como persona. ¿Y Pinochet?
–Una persona mediocre que, intelectualmente, tenía un complejo porque había repetido tres cursos en la enseñanza media. Entró a la escuela militar para formarse como oficial en la última oportunidad que tenía en su vida para hacerlo. Una persona, es verdad, que logró ir escalando peldaño a peldaño en el ejército chileno, y eso no es fácil. Logró llegar a general en 1969. De su promoción de la escuela militar, cincuenta y cinco oficiales, sólo seis llegaron a general. O sea, que tiene un cierto mérito. Cuando el golpe dudó hasta el último momento. No hay ningún dato, ninguna información de que se planteara seriamente enfrentarse al golpe de Estado. Dudó entre incorporarse, o hacerse el indiferente. Permanecer a un lado, a ver cómo evolucionaba la situación.
–¿En resumen?
–Fue un dictador despiadado que desplegó una política sistemática de violación de los derechos humanos, con episodios atroces. Un ser humano cruel, que respondía a la lógica anticomunista de la Guerra Fría. Es la figura opuesta de Allende, recordado por el mundo. Pinochet será recordado como el lado oscuro de esa historia.
–¿Cómo compararía la transición de la dictadura a la democracia en Chile y lo que pasó en España en el mismo trance?
–En Chile hubo, desde 1974, un movimiento de derechos humanos que eran las agrupaciones de los familiares, de los desaparecidos, y de los fusilados. Se organizaron con el apoyo de la Iglesia Católica, que fue muy importante. Esos familiares, desde el año 74-75, hicieron toda una serie de acciones para, en el caso de los desaparecidos, pedir que aparecieran con vida. ¿Dónde están? Pensaban que estaban detenidos. Con el paso del tiempo, fueron asumiendo que los habían matado. Es decir, en Chile hubo movimiento de defensa de los derechos humanos y de memoria desde el principio de la dictadura, que fue determinante para que Pinochet tuviera que salir del poder, porque perdió ese plebiscito, donde la carga emocional y política de esas situaciones contra los derechos humanos fue decisiva para que perdiera.
–¿Y cuándo deja el poder?
–Cuando llega Patricio Aylwin, el primer presidente democrático, se crea la Comisión Nacional de Memoria y Reconciliación, se elabora el llamado Informe Rettig, que recoge los casos reconocidos por el Estado chileno de personas detenidas y desaparecidas y de personas ejecutadas por razones políticas. Después, hace 20 años, elaboraron dos informes sobre prisión política y tortura. Se determinó por una comisión oficial del Estado de Chile, que hubo más de 1.100 recintos en Chile clandestinos, donde hubo presos políticos sin ninguna garantía de defensa y fueron torturadas más de 30.000 personas. En España, nada de esto ha habido, como sabemos. En Chile hay un museo de la memoria y los derechos humanos que es algo extraordinario. Hay una gran cantidad de memoriales que recuerdan los episodios de la dictadura por toda la geografía chilena. Ha habido centenares de juicios, de querellas contra los represores, contra Pinochet. Hay decenas de represores en las cárceles. Esta semana hemos sabido que, por fin, los asesinos de Víctor Jara tendrán que ir a prisión después de 50 años.
–Y en España…
–En España hay una impunidad absoluta de los represores del franquismo. La transición en España fue una transición pactada, donde no había una conciencia, no se interpretaba la represión franquista como crímenes de lesa la humanidad, como en el caso de Chile. En España se aprobó, también con los votos de la izquierda, una ley de amnistía que amnistió no solo a los luchadores por la libertad, también a los represores de la dictadura. Hasta ahora, esa ley de amnistía ha sido el muro que ha hecho imposible juzgar a los represores del franquismo. En Chile siempre dicen que falta mucho, pero yo les cuento que en España falta todo.
–Cuando recientemente veíamos esa película, «Argentina 85», se hacía imposible algo similar en España.
–Así es. En España, las fuerzas democráticas que buscaban la ruptura democrática hicieron un trabajo de muchos años, pero fue insuficiente. Al final se impuso la transición pilotada por el presidente Adolfo Suárez, por el sector aperturista del franquismo, que de manera inteligente buscó una transición pactada, principalmente con el Partido Comunista, que era la gran fuerza de la oposición de la resistencia democrática. Adolfo Suárez ySantiago Carrillo pactaron determinadas cosas. Bueno, eso evidentemente, dicho de manera muy esquemática. Fue una rendición pactada, donde hubo cesiones. El gobierno de Suárez reconoció al Partido Comunista, que en la época fue algo muy impactante y muy decisivo para la transición, y el Partido Comunista renunció a la aspiración republicana, entre otras cosas.
–«Comunista» en la España polarizada actual, se usa como insulto.
–En España hay un problema muy grave de desconocimiento de la historia. Creo que hay un reconocimiento general al PCE, a CCOO, que fueron el motor de la lucha anti-franquista Por ejemplo, hace poco, en un pueblo de Madrid, quisieron quitar una calle a Marcelino Camacho y el propio PP tuvo que rectificar. Cuando murió Marcelino Camacho, los actuales reyes de España fueron a su funeral. Pero es verdad que ha habido una involución fuerte.
–Por ejemplo…
–Una fuerza de extrema derecha que se atreve a poner en balcones de Madrid una pancarta gigantesca, tirando la papelera la bandera del movimiento de LGTBI, la agenda 2030 y el símbolo del Partido Comunista. Hay un retroceso importante, pero yo creo que también hay un reconocimiento.
–¿Suficiente?
–A veces uno piensa que es injusto que el reconocimiento no sea mayor. Figuras como Julián Grimau, como Marcos Ana, Marcelino Camacho, Pasionaria… Y, por supuesto, los comunistas sencillos. Y las mujeres de la huelga de Asturais del año 62 , Tina Pérez y Anita Sirgo. Tendrían que ser más conocidas. La gente, sobre todo los más jóvenes, tendría que saber que vivimos en una democracia, pero que miles de personas pasaron años de cárcel, con el sufrimiento de sus familias, con fusilamientos, torturas y exilio. Ese fue el precio de la democracia en España. Y olvidarlo es muy peligroso, porque se puede tender a suavizar lo que es la extrema derecha, a trivializar con la amenaza que supone esa fuerza, que significaría un retroceso de décadas en los derechos conquistados. La memoria democrática es muy importante. Aunque yo creo que en Asturias, por ejemplo, eso pasa menos.