Coco Gauff ha derramado a sus 19 años muchas lágrimas que no debería haber llorado. La niña de Florida que cogió una raqueta por primera vez a los seis años, a la que su madre Candi escolarizaba en casa mientras su padre, Corey, le entrenaba, ha llorado bajo la presión de no llegar a lo que el mundo del tenis llevaba años esperando de ella, especialmente desde que en 2019 se convirtió en la tenista más joven que se clasificaba para Wimbledon y ratificó su potencial al ganar a Venus Williams y avanzar a cuarta ronda.
Gauff lloraba desconsoladamente en ese mismo 2019, a sus tiernos 15, tras caer en la tercera ronda del Abierto de Estados Unidos frente a Naomi Osaka, coronada a los 20 años el año anterior en Flushing Meadows. Nadie como la nipona entendió la presión a la que estaba sometida Gauff y el peaje que las expectativas cobran en la salud mental de las tenistas. Y nadie se esforzó con más clase y estilo por aliviar su llanto y su disgusto, reconociendo públicamente no solo a Gauff sino el fenomenal trabajo personal y profesional que estaban haciendo Candi y Corey.
Remontada para la gloria
Este sábado, en esa misma pista Arthur Ashe, Gauff volvía a llorar, pero con lágrimas muy diferentes. En dos horas y seis minutos acababa de remontar la final del Abierto estadounidense frente a Aryna Sabalenka, campeona en Australia y a partir de este lunes número uno del mundo.
Con ese 2-6, 6-3 y 6-2, que logró sacar adelante incluso cuando no jugó su mejor tenis, Gauff conquistaba su primer grande, uno que se le escapó el año pasado en Roland Garros frente a una arrolladora Iga Swiatek. Y se aseguraba el número 3 en el ranking y un cheque de tres millones de dólares paritario al de los hombres, como desde hace 50 años en Nueva York, algo por lo que se encargaba de dar las gracias públicamente a Billie Jean King.
Fin de las dudas
Gauff, en la que Roger Federer ya identificó el talento hace años, poniéndola bajo la representación de su agencia Team8, acallaba también de forma contundente a quienes han dudado de ella, a quienes decían que se trataba de otro fenómeno inflado, a quienes seguían minimizando su poderío conforme este verano, reiniciado su trabajo físico y mental con el catalán Pere Riba y con Brad Gilbert tras una salida temprana de Wimbledon, iba subiendo escalones. “Gracias a la gente que no creyó en mí”, dijo el sábado, ya flamante campeona, en la ceremonia. Y repasó los interrogantes que seguían planteando esas voces conforme sumaba los títulos en Washington (WTA500) y en Cincinnati (WTA1000). “A quienes pensaban que echaban agua en mi fuego: realmente estabais echando gasolina”, dijo, “y ahora ardo deslumbrante”.
No se podían leer sus palabras como arrogancia. Era solo la reafirmación de fe en sí misma de una tenista que ha podido finalmente hacer realidad su sueño cuando, con ayuda de su nuevo equipo, y sobre todo de sus padres, ha acabado liberándose de cadenas, ajenas y propias. Y hoy es cierto que Gauff deslumbra, dentro y fuera de la pista.
Inspirada en Alcaraz
En los partidos se ha visto su evolución deportiva, el perfeccionamiento de un atleticismo que le ayuda a cubrir como ninguna otra hoy la pista y con el que suple algunos de sus puntos más débiles (aunque también mejorados), como la derecha. Ahí y en sus entrevistas y ruedas de prensa ha permitido entender que las cosas han empezado a ir mejor cuando, inspirándose como ha reconocido en Carlos Alcaraz y siguiendo el primer consejo que le dio Gilbert, se ha decidido a “sonreír más”, a disfrutar. Y en su rueda de prensa tras la victoria, expuso con la claridad, elocuencia y madurez que caracterizan su discurso su propia evolución.
“Mi madre siempre me recuerda que soy humana, que el tenis es lo que hago pero no es lo que soy”, explicaba. “En el pasado me etiquetaba como jugadora y sentía que si no me iba bien en el tenis significaba que no era buena como persona. Ha hecho falta mucho crecimiento para darme cuenta de lo contrario y no ha sido fácil. Solía comparar mi tenis a mi valor. Si perdía, pensaba que no valía como persona. Y me ha ayudado tener a mis padres recordándome que me quieren sin que importen mis resultados”.
Sueños de la infancia
Ese viaje ha sido, como reconocía también, largo. A los 15 años ya sentía la presión de que tenía que tener un grande para esa edad. A los 17 le decían y se decía que debía batir las marcas de precocidad de Serena Williams, con su hermana Venus su mayor ídolo y la leyenda del tenis femenino a la que prácticamente se le imponía suceder. “Sentía que tenía límites de tiempo, y que si no ganaba para cierta edad no sería un logro”, reconocía el sábado. Ahora, en cambio, funciona con otra mentalidad: hacerlo por ella misma, “no por otra gente”. Y “salir ahí fuera e intentar lo mejor que pueda”.
La estrategia ha dado frutos. Y la niña de ocho años que bailaba en las gradas de Arthur Ashe en uno de los días dedicados a los pequeños en el Abierto (como recuerda un vídeo antiguo hecho ahora viral), es 11 después la reina del torneo. Cuando se le preguntó que diría a aquella pequeña, Gauff replicó: “De niña tienes sueños y conforme creces a veces pueden diluirse. Le diría que no pierda su sueño y siga trabajando duro y creyendo en él y que no deje que le quiten la ilusión quienes dudan de ti”.
Lista y con hambre de más
Gauff, ávida consumidora y partícipe de las redes sociales, es también consciente del lugar donde no solo el tenis sino la sociedad y la cultura estadounidense, le ponen ahora. Alaba a Althea Gibson, las Williams, Sloane Stephens y Osaka, las otras campeonas negras que “abrieron el camino”, y ahora espera continuar el legado, “que otra niña pueda ver este trofeo y pensar que puede añadir su nombre también”.
Para lo que viene ahora, especialmente para una tenista que ha trascendido ya el deporte y ha alzado su voz en causas de justicia social y racial, y que en este mismo Abierto mostraba su compresión hacia los activistas medioambientales que interrumpieron su semifinal para protestar el cambio climático, se declara “lista”. También lo está en el terreno profesional, donde sus palabras quedan como aviso: tiene “hambre de más”.
Gauff tiene además muy claro que el deporte no lo es todo. Y también hace unos días había dejado otra muestra esa claridad mental que le define a sus 19 años. “Hay gente que lo pasa mal para alimentar a sus familias, gente que no sabe de dónde va a venir su próxima comida, gente que tiene que pagar las cuentas”, decía. “Eso es presión de verdad, eso son dificultades, eso es la vida real. Yo estoy en una posición muy privilegiada. Me pagan por hacer lo que amo y se me apoya para hacer lo que amo. Y eso es algo que no me tomo por garantizado”.