Mi abuelo, fallecido a las puertas de cumplir 100 años había dejado de leer la prensa en su última época con la sorprendente excusa de que no había noticias nuevas dado que todos los titulares, alegaba él, ya los había leído en la prensa de los años 30.

La vorágine política en que estamos inmersos, unida a la nostalgia de aquellas charlas con mi abuelo, me ha llevado a bucear en la hemeroteca (con la inestimable ayuda de mi amigo Alberto Ayuso) en busca de pruebas de semejante teoría en ausencia de una memoria histórica de la que carezco por ser hijo de la transición y no de la Republica como él.

Soy consciente del riesgo que mi viaje entraña, pues no son buenos tiempos para mencionar personajes de aquella época, en especial si se trata de José Antonio Primo de Rivera sin ser tachado de reaccionario o simplemente de facha, esa palabra que es sinónima hoy de discordante con el discurso oficial.  Pues bien, asumiendo dicho riesgo, y esperando cierta benevolencia del lector amparado en la relevancia histórica del hallazgo, traigo a estas páginas una frase extraída de un artículo publicado por José Antonio el 15 de junio de 1934 en el diario La Nación en que éste declaraba:

«La abierta rebeldía de la Generalitat de Cataluña contra el Estado español nos hace asistir a un espectáculo más triste que el de la misma rebeldía: el de indiferencia del resto de España agravada por la traición de los partidos, como el socialista, que han pospuesto la dignidad de España a sus intereses políticos»

La historia no solo se repite, sino que nos demuestra que hemos convivido desde casi 100 años con este cansino tema político

Qué más pruebas y más claras podemos necesitar para poder hacer así un homenaje a la memoria y clarividencia de mi abuelo. La historia no solo se repite, sino que nos demuestra que hemos convivido desde casi 100 años con este cansino tema político (que no social, pues está promovido por políticos y un escasísimo porcentaje de nuestra sociedad). No es que se repita, sino que este “runrún” como un bajo continuo lleva cerca de 100 años sonando sin que se haya atajado si no ha sido por la fuerza de una guerra y posguerra de manera absolutamente reprochable.

Hoy, como en ese cómico día de la marmota, leído el artículo de 1934 nos encontramos en la misma posición, de suerte que esta frase podría haber sido pronunciada esta misma semana por cualquiera de nuestros periodistas o políticos no alineados con la idea de otorgar a Puigdemont la razón a cambio de tan solo la investidura de un presidente. Porque no se trata de solucionar el problema de Cataluña o el País Vasco para siempre con estas concesiones o acuerdos (de serlo otro gallo cantaría) , sino de tan solo garantizar a un puñado de políticos el gobernar sin tener los votos para ello y conservar así despacho y coche oficial.

Llama la atención también que en la frase de 1934 se apele a la indiferencia del resto de España entonces y ahora. Esta indiferencia que muestra hoy, en mi opinión, de forma muy agravada, esa actitud de “ande yo caliente ríase la gente “de los españoles, nada dispuestos en estos tiempos a luchar, a comprometerse con ideas, valores o principios más allá de sus intereses mas perentorios (mi salud, mi dinero y mi amor). Esa España abandonada al mantra de que “esto de los políticos no va conmigo” y “que lo arreglen ellos”.

Después de casi 100 años y con la acción política y democrática como única arma posible, creo que es tiempo de resolver este importante dilema que lastra nuestra convivencia enfrentando a los españoles (todos) de manera democrática a él.

Ese dilema no es otro que el que nos obligue a decidir entre seguir a la mayoría y cambiar la ley electoral con el apoyo mayoritario de los españoles ( es decir el de PP y PSOE) y evitar para siempre el secuestro de la gobernabilidad de España por parte de minorías de uno u otro signo o ceder ante el poder de estas minorías y asumir, de verdad y con profundidad, que quizá la solución sea aceptar que catalanes y vascos, si así lo desean, abandonen  nuestro modelo de convivencia con todas sus consecuencias y se adentren en un inexplorado e incierto camino hacia una nueva realidad, que les auguro repleta de dificultades insalvables.

Yo, desde aquí, abogo por resolver este dilema por la vía más democrática posible que es la de seguir sin dudarlo los dictados de la mayoría de los españoles que podría articularse mediante la creación de un gobierno de concentración de los partidos constitucionalistas con el principal propósito de reformar de manera profunda la ley electoral y de partidos, el Congreso y  el Senado (convirtiéndolo de verdad en una cámara de representación territorial donde si tengan cabida los nacionalismos) con el objetivo de evitar situaciones como las que llevamos viviendo ya unos años. Una vez conseguido este propósito, disolver las Cámaras y convocar elecciones en una suerte de segunda transición.

No hay mal que 100 años dure, dice el famoso aforismo. Desde 1934 son ya casi noventa los transcurridos y el reloj corre para los 100, no hay tiempo que perder si queremos hacer bueno el aforismo.