Si se abandona el análisis de los datos recientes sobre paro, crecimiento, inflación o déficit público –lo que el Nobel en Economía, Paul Krugman, denomina la economía del «sube y baja»–, y se contempla la evolución seguida por la economía asturiana a lo largo de las últimas décadas, se podrá comprobar que ésta se encuentra inmersa en un profundo cambio estructural, que supone dejar atrás un modelo productivo que se fundamentó en las actividades ligadas a un complejo hullero-siderúrgico y en la producción de energía generada principalmente con combustibles fósiles, y que ha pasado a tener en las diferentes ramas de servicios el protagonismo de la creación de empleo. Actualmente el sector servicios significa el 77 por ciento de la ocupación regional, frente al 40 por ciento que representaba en 1980, mientras que en ese mismo período la actividad agraria y pesquera ha amortizado 65.000 empleos, pasando de significar una quinta parte del nivel de ocupación en 1980 a tan solo el 3 por ciento en 2022. Asimismo, a lo largo de las últimas cuatro décadas las intensas reestructuraciones sufridas por las diferentes ramas de la industria asturiana han generado la pérdida neta de 68.000 empleos, lo que ha supuesto que la importancia relativa del sector secundario haya descendido desde el 32 al 13 por ciento del empleo regional.

Por otra parte, y al margen del insuficiente nivel de ocupación que ha venido caracterizando a la economía asturiana, a lo largo de los años este modelo productivo ha generado una polarización creciente de la actividad económica en una reducida parte del territorio regional. Así, lo que podemos denominar el Área Central, conformada por trece concejos (Avilés, Carreño, Castrillón, Corvera, Gijón, Gozón, Illas, Llanera, Noreña, Oviedo, Las Regueras, Ribera de Arriba y Siero), que tan solo ocupa el 10 por ciento del territorio regional, ya aportaba en 1980 dos tercios del Producto Interior Bruto (PIB) generado en Asturias, y desde entonces esa ratio se ha elevado en 10 puntos porcentuales, alcanzando el 76 por ciento del PIB asturiano obtenido en 2020. Si el ámbito contemplado son los tres concejos más poblados de la región (Avilés, Gijón y Oviedo), que ocupan menos del 4 por ciento del territorio regional, la producción generada en los mismos se eleva al 59 por ciento del PIB asturiano. 

Pero quizás lo más relevante de la evolución histórica del modelo productivo asturiano haya sido su impacto sobre la distribución territorial de la población. Asturias arrancó el siglo XX con una población que sumaba 637.798 habitantes, de los que el 45 por ciento residía en los 29 concejos que conforman el actual distrito electoral de la Zona Central y que representan el 29 por ciento de la superficie regional. Además de Oviedo (48.374 habitantes) y Gijón (46.813 habitantes), que eran los municipios más poblados, únicamente cinco concejos superaban los 20.000 habitantes: Valdés (26.685 habitantes), Cangas del Narcea (24.032 habitantes), Tineo (23.354 habitantes), Siero (22.657 habitantes) y Villaviciosa (21.132 habitantes). 

Si se toma como referencia la densidad de población parroquial, cabe señalar que la mitad de la superficie de Asturias ya es un desierto demográfico y un tercio de la región se encuentra en trance de desaparición demográfica




En 1950, medio siglo más tarde, en plena etapa autárquica y antes de la entrada en funcionamiento de Ensidesa, la población regional ascendía a 895.804 habitantes, de los que el 60 por ciento ya residía en la Zona Central. Gijón pasó a ser el concejo con más población (108.804 habitantes), seguido de Oviedo (100.813 habitantes). En aquella fecha eran diez los concejos que superaban el nivel de los 20.000 habitantes: Mieres (58.768 habitantes), Langreo (54.676 habitantes), Siero (32.750 habitantes) Aller (25.888 habitantes), Valdés (25.081 habitantes), Cangas del Narcea (21.719 habitantes), Tineo (21.694 habitantes), Avilés (21.340 habitantes), Llanes (20.989 habitantes) y Villaviciosa (20.617 habitantes).

A comienzos del siglo XXI, en el año 2000, la población asturiana se situaba en 1.076.567 habitantes, de los que el 80 por ciento se localizaba en la Zona Central. Gijón, con 267.426 habitantes, seguía siendo el concejo más poblado, le seguía Oviedo con 200.411 habitantes, y en esa fecha sólo eran seis los concejos que superaban la cifra de los 20.000 habitantes: Avilés (83.930 habitantes), Mieres (49.506 habitantes), Langreo (48.886 habitantes), Siero (47.360 habitantes), Castrillón (22.593 habitantes) y San Martín del Rey Aurelio (20.794 habitantes). Habían desaparecido de la lista los grandes concejos rurales de las alas.

Dos décadas más tarde, en 2022, Asturias contaba con 1.004.686 habitantes, casi un 7 por ciento menos de los existentes en el año 2000. Actualmente el 83 por ciento de la población asturiana reside en la Zona Central. Gijón sigue encabezando el ranking municipal con una población que asciende a 267.706 habitantes, y a continuación se sitúa Oviedo con 215.167 habitantes. Únicamente cinco concejos superan actualmente los 20.000 habitantes: Avilés (75.877 habitantes), Siero (51.792 habitantes), Langreo (38.262 habitantes), Mieres (36.574 habitantes) y Castrillón (22.235 habitantes).

El hecho de que el 29 por ciento de la superficie ya concentre el 83 por ciento de los habitantes de Asturias (sólo los concejos de Gijón y Oviedo ya acumulan casi la mitad de la población regional), tiene la contrapartida de que el 71 por ciento del territorio restante se vea afectado por una creciente e intensa despoblación. En ese sentido, si se toma como referencia la densidad de población parroquial, cabe señalar que la mitad de la superficie de Asturias ya es un desierto demográfico (menos de 10 habitantes por kilómetro cuadrado) y un tercio de la región se puede calificar como en trance de desaparición demográfica (menos de 5 habitantes por kilómetro cuadrado). Con esas reducidas densidades de población –a las que hay que añadir sus elevadas tasas de envejecimiento– resulta imposible que se mantenga un mínimo de actividad en esos territorios y con ello se hace muy difícil mantener una dotación adecuada de servicios públicos, mientras que en contraposición se detecta la extensión cada vez mayor del matorral, la pérdida de los paisajes tradicionales y el avance de la fauna salvaje, con indicadores como el de la densidad media regional de jabalíes, que ya se sitúa por encima de los 8 ejemplares por kilómetro cuadrado.  

Y debe tenerse muy presente que este proceso de polarización económica y concentración demográfica en la Zona Central, que ha ido acentuándose a lo largo de más de un siglo, no se detendrá si no se produce un cambio radical en el enfoque de las políticas regionales, que hasta ahora sólo han jugado más bien el papel de mero «acompañante». Con ello se ha reforzado las economías de aglomeración y el crecimiento urbano mediante la localización en la Zona Central de todo tipo de instituciones y la materialización de elevadas inversiones públicas en la dotación de infraestructuras y servicios. 

Un ejemplo reciente de esa dinámica de reforzamiento de la polarización hacia el centro ha sido el traslado del Instituto de Productos Lácteos (IPLA) de Villaviciosa a Oviedo. La decisión de localizar el IPLA en Villaviciosa se tomó a mitad de los años ochenta en el marco de una política de reequilibrio regional, que fue uno de los objetivos prioritarios del gobierno de la primera legislatura autonómica –que comenzó justo hace ahora cuarenta años–, junto con otras acciones innovadoras en ese ámbito como fueron la Agencia de Electrificación Rural, el fomento del turismo rural, o la puesta en marcha de un programa integral de desarrollo para la comarca Oscos-Eo. Así pues, resulta bastante curioso que ahora que existe internet y Villaviciosa se encuentra interconectada por autovía, se traslade ese centro de investigación a Oviedo, a diferencia de lo que sucede en países como Dinamarca o Austria, en los que se mantiene desde hace tiempo una política de descentralización territorial de la actividad económica y de los centros de investigación. Sin embargo, aquella primera política de reequilibrio regional de la década de los ochenta no tuvo continuidad con nuevas medidas innovadoras para las zonas rurales, ni se volvió a ejecutar nuevos planes de desarrollo como el de la citada comarca Oscos-Eo. 

En estos momentos en los que la región parece haber dejado atrás lo que podemos denominar el «síndrome asturiano», que consistiría en la idea de que se puede mantener «sine die» una economía protegida de la competencia y asistida con la reivindicación recurrente a fondos públicos, la sociedad asturiana –en palabras del Nobel en Economía, Joseph Stiglitz– debería debatir y definir una «visión» de Asturias a muy largo plazo. Y en ese sentido, las oportunidades y potencialidades que hoy tiene Asturias para transitar hacia un nuevo modelo económico como son la dotación regional de recursos hídricos, las ventajas relativas climáticas, la diversidad de paisajes de mar y montaña, la combinación de una malla de villas y núcleos de poblamiento disperso, la dotación de servicios públicos y los relativamente buenos estándares de calidad de vida, podrán ser aprovechados bajo dos visiones alternativas. 

Por un lado, se podría contemplar una senda de crecimiento económico y de los niveles de empleo basado fundamentalmente en tres aspectos: i) el fomento de la innovación en materia de procesos, productos y servicios; ii) la mejora de la productividad -aspecto fundamental para incrementar los salarios sin elevar los costes laborales unitarios-; y iii) el crecimiento significativo de las exportaciones, pero sin que el proceso fuera acompañado de acciones específicas y relevantes para frenar y revertir la concentración de actividad y población que se viene dando hacia el centro de la región. Este escenario podría arrojar resultados positivos en materia de crecimiento y ocupación, pero resultaría nefasto para nuestra cohesión territorial.

Por otro, como visión alternativa a muy largo plazo –el año 2050 es la referencia temporal que contempla el Pacto Verde Europeo– se podría contemplar el escenario de una Asturias innovadora, abierta a los mercados exteriores, con un área metropolitana potente, unos espacios rurales diversificados y renovados, y con una economía circular que garantice la sostenibilidad de los recursos y la neutralidad climática. Para caminar hacia esa Asturias «deseable» resulta imprescindible la descentralización y el despliegue en el territorio de los órganos de la administración autonómica, así como la elaboración de planes de desarrollo comarcal que contemplen una dotación adecuada de los servicios públicos y unos programas de acción que incluyan respuestas de las políticas sectoriales a los problemas específicos de cada zona. Estos planes de desarrollo por comarcas deberían contemplar la participación, cooperación y codecisión con los municipios y los agentes sociales locales en el marco del diseño de una Estrategia Regional de Economía Circular, que podría constituir un objetivo intermedio para el año 2030. Este enfoque de un desarrollo territorial más equilibrado exige abordar un cambio cultural profundo en la dialéctica de las preferencias ciudadanas ante el modelo de poblamiento, aprovechando el potencial que ofrece la actual revolución tecnológica que permite –en palabras del premio Princesa de Asturias de la Concordia 2022, el arquitecto japonés Shigeru Ban– que se puede trabajar y vivir en cualquier lugar que tenga acceso a la red. Con ello se abre la posibilidad de que la figura del trabajador «en remoto» pase a ser un componente a sumar en el nuevo empleo que se pueda generar en nuestras zonas rurales.

En definitiva, para caminar hacia esa Asturias en la que –de forma armónica– se distribuya por todo su territorio el crecimiento económico, es preciso diseñar políticas innovadoras e incentivos adecuados que conviertan a las zonas rurales en lugares atractivos para vivir, estudiar, trabajar y formar una familia, estableciendo vías de cooperación e intercambio con los núcleos urbanos de la región. Esta visión de una Asturias más equilibrada espacialmente implica la toma de decisiones políticas valientes, innovadoras y difíciles, lo que significa gobernar desde las ideas con el fin de aprovechar todo el gran potencial endógeno de recursos que posee la región, frente a la continuidad de aquellas políticas que simplemente facilitan o refuerzan la dinámica de las fuerzas del mercado a una mayor concentración geográfica de la actividad económica y la población. 

Tras treinta años de vivir en mi aldea natal, me reafirmo en aquella idea del reequilibrio regional que proponía en 1981, cuando publiqué el ensayo «Las disparidades espaciales en Asturias». Hoy como entonces, resulta imprescindible el reforzamiento de las «alas» para que Asturias remonte el vuelo hacia el progreso.