De niña, Silvia soñaba con vivir cerca del mar mientras sobrevivía a una situación abusiva en casa. Con 19 años, huyendo de la violencia doméstica, se fue a vivir con su novio. Él tenía un plan: viajar a España para que los dos pudiesen tener una vida mejor. Sin embargo, su sueño se convirtió en infierno cuando aterrizaron en Gran Canaria.
“Su actitud cambió drásticamente, me quitó los documentos y me explicó en pocas palabras lo que tenía que hacer para que todo saliera bien”, cuenta la joven, que ahora tiene 25 años. De pronto entendió, dice, que la persona de la que se había enamorado se la había “llevado lejos” para prostituirla. Y de la noche a la mañana, dejó de “ser una persona libre”.
“Mi vida empezaba a las ocho de la mañana, cuando tenía que llegar al trabajo, una casa donde tenía que dejar que los hombres me violaran hasta las seis de la tarde”, relata. Y continúa: “No tenía control de mi cuerpo y tampoco de mis pensamientos”. Al cabo de un mes, se quedó embarazada, pero el día en que nació su hijo, dice,“no fue el más feliz”.
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“Con dos meses de vida, el que se hacía llamar el padre decidió quitármelo para volver a producir dinero. Al resistirme, me pegó tan fuerte que me quedé sorda de un oído y me rompió una costilla. El dolor físico se había convertido en costumbre, pero lo que más me dolía era tener que separarme de mi hijo para verlo en fotografías”. Se lo llevó a Rumanía y, por más de mil euros a la semana, podía verlo “cada dos o tres meses”, solo para, dos años después, arrebatarle al pequeño e impedirle volver a verlo.
La desgarradora historia de Silvia, por desgracia, es demasiado común en nuestro país, el tercero que más prostitución consume en todo el mundo. Entre 500 y 700 mujeres con presentes similares atraviesan cada año las puertas del Centro Lugo en Las Palmas de Gran Canaria. Este proyecto de Cáritas Diocesana, beneficiario de la XI Convocatoria Anual de Ayudas a Proyectos de Acción Social de la Fundación Mutua Madrileña, es el sostén que permite que estas mujeres puedan recuperar, poco a poco, su dignidad.
La vida de Silvia dio un vuelvo cuando se topó con las trabajadoras sociales del Centro Lugo. Ahora, su sueño se ha hecho realidad: vive cerca del mar y se despierta “al lado del niño más cariñoso” que conoce, su hijo. Su historia parece “pura ficción”, algo sacado de una serie de televisión como Sky Rojo. Pero, asegura, a muchas chicas de su país les sigue ocurriendo. Y por eso, precisamente, el timbre del proyecto de Cáritas “está sonando constantemente”, como explica Idaira Alemán, responsable del centro.
Un espacio de encuentro
“Las mujeres acceden al centro para tomarse un café y desahogarse, para encontrarse con otra mujer, para acceder a máquinas de coser, para subir a la azotea y pegarle al saco de boxeo, para hablar con la psicóloga o una de las dos trabajadoras sociales, o para asistir a cursos formativos y formación reglada”, asegura Alemán. Y es que, insiste, cada mujer acude “a lo que ella quiera”, su misión es “acompañarlas en sus propias decisiones”.
Esa sería una de las principales líneas de actuación del proyecto: la atención directa. “Nuestra sede funciona como un punto de encuentro entre mujeres”, insiste Alemán. Principalmente, cuenta, buscan apoyo psicológico y “una alternativa para salir del contexto de prostitución”. Algo, lamenta, realmente complicado: “La situación es muy limitada, porque la mayor parte de las mujeres son extranjeras sin permiso de residencia”.
Esa situación, producto directo de la trata de seres humanos con fines de explotación sexual, hace que su incorporación al mercado laboral sea “inviable”. “Tienen esa condena de vivir ancladas a la prostitución un mínimo de dos años, suponiendo que haya sabido y podido empadronarse y acreditar esa residencia… y que luego tenga un contrato de trabajo, que no es nada sencillo”, recuerda Alemán.
Pero es que, además, la mayoría de las mujeres prostituidas en la isla “están muy aisladas del resto de la realidad”, explica la responsable del Centro Lugo. La mayor parte de ellas se encuentra dentro de un sistema de plazas, es decir, “viven en los lugares donde ejercen durante 28 días y luego van cambiando de emplazamiento constantemente”, matiza. Y zanja: “Si a eso le sumamos que la mayor parte de ellas son extranjeras, están completamente aisladas; muchas veces ni siquiera saben el lugar físico en el que están”.
Por eso, el Centro Lugo también hace trabajo de calle: van a las zonas en las que ejercen para que sepan que hay un lugar seguro para ellas en la isla. “Para que sepan que pueden pedir lo que necesiten en cualquier momento y, sobre todo, porque nosotros les hacemos entrega de material preventivo con un folleto en el que aparece nuestro número de WhatsApp para que en cualquier momento ellas puedan acceder a nosotras”.
Alternativas en “un sistema perverso”
Esta parte, asegura, es fundamental, como también lo es la sensibilización y la denuncia. “Al final, entendemos que, por muchos procesos maravillosos que hagan las mujeres, necesitan alternativas para poder salir del contexto de la prostitución”, explica Alemán. Sin embargo, esta “no depende de ella, sino de que el resto de la sociedad les dé alternativas para poder salir”, añade.
De ahí la importancia de la sensibilización, de que la gente entienda lo que hay de verdad detrás de la prostitución. Porque, sentencia, “acabar con la trata depende de que los hombres dejen de consumir prostitución”. Y es que, recuerda, ninguna de las dos existiría si no hubiese “demanda”.
El problema está en que “la gente tiene la imagen de la prostitución que transmiten los medios y solo nos quedamos con la foto de la mujer semidesnuda que está en la esquina”, insiste Alemán. De ahí que para el Centro Lugo sea esencial dar a conocer la realidad que hay detrás de estas mujeres.
“Trabajamos mucho con las propias mujeres que están en un momento de su proceso en el que quieren contar su historia porque sienten que de esa manera también previenen el que otras lo vivan”, cuenta. Porque escuchándolas a ellas es la única manera de entender de verdad el “sistema perverso que hay detrás de la prostitución”.
Así, desde el Centro Lugo primero intentan “prevenir que las mujeres entren en este sistema que les ofrecen como alternativa y que no lo es, porque las convierte en una mercancía y las explota”, explica su responsable. Y segundo, se centran en ellos, en los consumidores de prostitución. Para ello, trabajan con gente joven y con los sectores más masculinizados.
Porque, indica Alemán, cuando se habla de la prostitución rara vez se pone el foco en “por qué los hombres quieren acceder al cuerpo de mujeres que no les desean”. Y es ahí, insiste, donde hay que hacer hincapié. “Que España sea el tercer país del mundo en consumo de prostitución es muy trágico”, lamenta. “De qué manera se está viviendo la sexualidad para que entendamos que acceder a alguien que no desea estar contigo, que tiene una necesidad económica, es sexo”, arguye.
35 años contra la prostitución
De este tema, precisamente, desde el Centro Lugo saben una cosa o dos. Ubicado en una zona en la que la prostitución visible de Las Palmas de Gran Canaria siempre ha sido característica, lleva desde 1988 en activo. Cuando se creó, el que algunos llaman el oficio más antiguo del mundo era muy diferente: “La prostitución ha cambiado, ya no está tanto en la calle, se ha trasladado a pisos privados y no es tan visible como antes”, explica Alemán.
Hace 35 años, añade, “la mayor parte de las mujeres que se encontraban en contexto de prostitución eran españolas y solían ser perfiles con drogodependencia o problemas de salud mental”. Esto, continúa, empezó a cambiar “según se empieza a incrementar la demanda”. Y es que la prostitución “convierte a las mujeres en pura mercancía”.
Como “esa oferta [de mujeres españolas] no es suficiente para cubrir esa demanda y es un mercado que, como cualquier otro, necesita equilibrio, surge la trata de seres humanos”. Así, los proxenetas y traficantes “comienzan a traer a mujeres de otros países para poder equilibrar el mercado”. Es en ese preciso momento cuando, insiste Alemán, “la prostitución y la trata se hacen totalmente inseparables; es imposible separarlas porque una se nutre de la otra”.
Pero, además, la pandemia de la Covid-19 y el confinamiento de 2020 le dio otra vuelta de tuerca a la relación entre trata y prostitución. Desde ese momento, en el Centro Lugo han detectado un aumento de mujeres españolas menores de 24 años “que son sobre todo captadas por redes sociales a través de una imagen idílica de la prostitución que no existe”.
La romantización, en muchos casos, de la prostitución –especialmente a través de la literatura o el cine– las hacen vulnerables a esta “captación enmascarada”. Alemán lo sintetiza: “Primero les ofrecen un canal privado de redes sociales; luego les animan a que se abran un Onlyfans; después, resulta que hay un seguidor que te quiere conocer… y así van entrando poco a poco en este sistema perverso que es la prostitución”.
Desde el Centro Lugo ponen tus recursos al servicio de atajar esta lacra. Porque, como concluye Silvia, la prostitución «es la manera más miserable de hacer que una chica venda su alma y su cuerpo bajo engaño, violencia y miedo«.
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