Tener patologías previas aumenta el riesgo de sufrir y recuperarse de covid persistente. Pero, además de los factores médicos, entran también en juego factores socioeconómicos, como el nivel de estudios. Una investigación realizada por el Hospital Germans Trias i Pujol (Can Ruti, en Badalona), IrsiCaixa y la Fundació Lluita contra les Infecciones, recién publicada en ‘The Lancet Regional Health-Europe’, señala cómo las mujeres y, en concreto, las de estratos sociales más bajos están más expuestas a esta enfermedad.

EL PERIÓDICO, del grupo Prensa Ibérica, entrevista a Lourdes Montero y Rosa Viudez, dos trabajadoras que han visto cómo el covid persistente, que las incapacita para trabajar, las ha empujado de lleno al pozo de la precariedad. Ambas forman parte del Col.lectiu d’Afectades i Afectats Persistents per la Covid-19.


Lourdes Montero: «Si no puedes producir, no puedes comer»

Lourdes Montero. Ferran Nadeu


«He trabajado toda mi puñetera vida. Es muy triste decir que ahora hay semanas que paso hambre». Habla Lourdes Montero, de 48 años y vecina de Santa Coloma de Gramenet (Barcelona). Su voz suena despacio («me ahogo», se justifica). Sufre covid persistente desde hace tres años, fue de las primeras en contraer la enfermedad, en la primera ola. Trabajaba de panadera en una cadena, pero tuvo que dejarlo porque desarrolló una alergia muy fuerte al ácaro del trigo. «El Institut Català d’Avaluacions Mèdiques (ICAM) me obligó a coger el alta en enero de 2022, pese a que el alergólogo me dijo que no podía reincorporarme. Llegué a un acuerdo con la empresa: perdí mi finiquito a cambio de cobrar el paro», cuenta. Montero es madre de una adolescente de 14 años, de cuyo padre se separó hace 11 por violencia machista.

Más de tres años después de enfermar, sigue «igual o peor»: tiene lagunas mentales, se desorienta, se pierde «con muchísima facilidad», sufre bronquitis aguda con broncoespasmos, continúa con las alergias, siente agotamiento, tiene disfagia (dificultad al tragar) e incontinencia urinaria. «Y se me ha juntado todo con una depresión aguda. Yo quiero trabajar. ¡En mi vida he llegado a tener hasta tres trabajos al mismo tiempo! Pero ahora no puedo», explica Montero.

Paga 850 euros de hipoteca del piso y los números no le salen: cobra solo 700 del paro. Hace cinco meses que no abona el pago de la hipoteca y el banco ya amenaza con desahuciarla. La Plataforma de Afectadas por la Hipoteca (PAH) de Badalona está a cargo de su caso. Además, hace ocho meses que espera a que se le tramite el informe de vulnerabilidad para que no le corten la luz en casa. «Este año ya lo han hecho tres veces», explica esta mujer, que también aguarda el ingreso mínimo vital.

«Ahora mismo no tengo ninguna perspectiva de futuro. No veo nada claro»

Lourdes Montero – Enferma de covid persistente




Montero vive a la «espera de». A la espera de que se encuentre solución a una enfermedad para la que de momento no hay cura. A la espera de que la Administración no la deje en la calle. ¿Perspectivas de futuro? «Ahora mismo, ninguna. No veo nada claro», responde.

Ve con desesperación cómo el covid persistente ha agravado su situación económica. «Si no puedes producir, no puedes comer». Tanto ella como su hija «sobreviven» porque el supermercado de al lado de su casa les guarda la comida que les sobra y que está a punto de caducar. Nunca fue sobrada de dinero. «Pero antes, con trabajo, iba haciendo», precisa.

«La pandemia nos ha hecho mucho daño. Frenar un país entero ha dejado a la gente en la miseria, y ahora venimos nosotros, los enfermos de covid persistente, y nos quedamos a la cola de todos», se lamenta. Siente también la «falta de empatía» de mucha gente que no entiende esta patología. «Poder comer: no pedimos más. En esta casa, mi hija no, pero yo he pasado hambre», concluye esta vecina de Santa Coloma.


Rosa Viudez: «De siete días de la semana, estoy bien uno o dos»

Rosa Viudez. Ferran Nadeu


Rosa Viudez, de 47 años, se contagió de coronavirus en la primera ola, cuando trabajaba de teleoperadora en una plataforma muy grande. La infección de SARS-CoV-2 se fue, pero se quedó con ella el covid persistente, enfermedad que arrastra desde entonces. «Cuando la empresa vio que no podría incorporarme, me hizo un despido disciplinario», cuenta esta vecina de Barcelona. A día de hoy, Viudez cobra el paro.

Sin embargo, este subsidio no le llega para pagar todos los gastos. Comparte piso con otra persona en el distrito de Sant Martí, en Barcelona. No podría vivir sola. Y, aun así, cada vez es más difícil llegar a fin de mes. «No tengo más ayuda que el paro. Tengo una hija de 17 años, pero vive con su padre, así que tampoco cobro ninguna ayuda familiar», relata con preocupación.

«Psicológicamente, esto nos toca mucho»

Rosa Viudez – Enferma de covid persistente


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La enfermedad que sufre y la precariedad económica de ella derivada causan en esta mujer daños emocionales. «Psicológicamente esto nos toca mucho. Yo no sé si podré continuar de baja o tendré que buscarme un trabajo acorde a cómo estoy, pero sé que es complicado para el empresario. Yo, de siete días a la semana, estoy bien uno o dos», se lamenta. Es consciente de que, si estuviera trabajando, cobraría más de lo que cobra ahora con el paro.

Antes Viudez ganaba al mes unos mil euros. «No me sobraba, pero podía vivir. Podía costearme los gastos». Ahora, la situación es diferente (cobra menos de 700). Puede comer, pero muchas veces es su compañera de piso la que ayuda con los gastos de la comida. «Antes lo dividíamos, ahora ella tira más», reconoce. Al igual que Lourdes Montero, Viudez define sus perspectivas de futuro como «nulas».