Iba de viaje con la Peña Blaugrana de Sant Vicenç de Castellet (Barcelona). Se separó del grupo, telefoneó desorientado e intentó describir lo que veía, sin éxito
«Me he perdido, no sé cómo llegar…», alertó en su primera llamada. Tras esta, llegarían muchas más. «Veo un puente de hierro, unas vacas… No, gente no hay, no puedo preguntar. Solo pasa algún ciclista…. Bueno, a ver si veo a alguien, intento llegar». No pudo, no supo. No volvió. Desde el pasado 15 de julio Pepe no está.
Se llama José de Arcos, aunque en casa, en su pueblo -Sant Vicenç de Castellet (Barcelona)- y en su círculo le llaman Pepe. Jubilado, a punto de cumplir 75 años, tranquilo, siempre sonriente. Feliz. Desapareció en Lourdes (Francia), el mismo día que llegó en una excursión que hizo con la Peña Blaugrana de su localidad. «Mi padre se desorientó», explica su hijo Marc. «Se separó del grupo, dijo que iba un momento a la farmacia y se perdió».
Saben que Pepe intentó pedir ayuda. Llamó a su familia y a los amigos que viajaban con él para que le dijeran cómo volver. El grupo acudió a la policía para lograr encontrarlo. Nadie salió en su búsqueda. «Nos llama y describe el paisaje, pero no sabemos dónde está». Su teléfono se quedó sin batería. No han vuelto a verlo más.
La excursión
14 de julio de 2023. Un grupo de algo más de cuarenta personas salen de Sant Vicenç de Castellet (Barcelona). Era una escapada corta, de fin de semana. El plan era ir a Viella (Lérida), para al día siguiente visitar Lourdes, ver el Santuario, comer y volver a Viella otra vez. Luego regresar a Sant Vicenç. Pepe se apuntó sin dudarlo. Le gustaba mucho, lo pasaba bien.
El viernes transcurre normal. El sábado llegan a Francia. «En Lourdes, hacen la visita al Santuario», reconstruye junto a CASO ABIERTO su hijo Marc, «y cuando van a comer al restaurante, mi padre, que está con otro compañero, le dice que él vaya tirando, que iba a ir a una farmacia». No explicó para qué. «Este chico se ofrece a acompañarlo. Mi padre le dice que no, que va él». Pepe, antes de separarse, estaba bien. Se hizo algunas fotos con el grupo, grabó el Santuario y se separó.
«Hay dos salidas», describe Marc, que ha recorrido durante días ese mismo camino junto al resto de la familia, una y otra vez. «Una, que es la principal, la de los comercios, en la que es imposible despistarse; y otra, un poco más arriba, que puedes girar a la derecha o la izquierda».
Pepe cogió la segunda. «Si hubiese girado a la izquierda, en principio, se hubiera encontrado con el comercio, gente, turismo… pero tuvo la mala suerte de que giró a la derecha, que por allí también pasa gente, pero lleva en dirección al bosque». Según el registro de las cámaras, es el camino que Pepe tomó. Iba ligero, caminaba rápido. «A partir de ahí, yo creo que se empezó desorientar y no hubo manera de regresar».
«Veo un puente, no hay nadie»
En el reloj marcan las 11:30 horas. Pepe sale del Santuario. Camina solo. No hay farmacias, tiendas, encuentra el bosque. Camina un poco más. «Empezó a hacer alguna llamada a partir de las 14:00 horas». Primero contactó con algunos familiares. Llamó al pueblo, no estaban en la excursión. «Un poquito más tarde, sobre las 14:45 horas o así, llamó a gente del grupo. Se cruzaron unas cuantas llamadas», confirma Marc. «Durante la conversación Pepe dijo: ‘estoy aquí, veo un puente de hierro, veo vacas…’. Le contestaron: ‘Mira a ver si ves a alguien que te pueda indicar, Pepe’. Pero él respondió: ‘No veo a nadie, solo veo pasar algún ciclista…’ Las llamadas están todas registradas, pero no sirvieron, no condujeron a nada». Pepe no se orientó.
El hombre insistía, volvía a llamar. Empezó a describir un paisaje que no era Lourdes, «se desorientó de tal manera que, al final, describía como si estuviera en un bosque cercano a Sant Viçenc». En el grupo lo tuvieron claro: había que ir a la policía a pedir ayuda. No estaba bien.
«La policía francesa se lo tomó como un caso de cualquier persona que se pierde en Lourdes: ‘Luego aparecen…ya se encontrará’,»
«No hicieron nada», lamenta su hijo, «y, lo peor, es que podían haberlo hecho». Ante la llegada del grupo español los agentes se mostraron inmóviles, denuncia. «Se lo tomaron como un caso de cualquier persona que se pierde en Lourdes, sin importancia: ‘Luego aparecen…ya se encontrará’. Dijeron que se había ido solo voluntariamente».
Los compañeros de Pepe insistieron. «La gente le decía: ‘pero está llamando, diciendo que está perdido, que no sabe volver'». Los agentes respondieron «que tenía que pasar un tiempo para iniciar una búsqueda… ‘Alguien lo encontrará'». Desde el grupo volvieron a insistir: «les explicaron, de nuevo, que mi padre estaba desorientado y, además, que se le está acabando la batería. Contestaron que esto no es América, que no iban a localizar el teléfono». El mismo teléfono, poco después, se apagó, y no se volvió a encender.
Un coche azul
Desorientado, frágil. Intuyen que Pepe caminó sin rumbo. «No tenía diagnóstico de Alzheimer, pero habíamos notado muchos despistes y habíamos iniciado todo para que lo estudiaran bien». El dato se le transmitió a los agentes, que incluso lo incluyen en la alerta francesa (début d’Alzheimer), pero la primera batida policial no llegó hasta cinco días después.
Marc, Irma -hijos de Pepe-, con sus parejas y algunos miembros de la familia más, llegaron a Lourdes en tiempo récord. «Por la tarde, ese mismo sábado, un policía le dijo a mi hermana que habían salido a buscar a mi padre. Cuando llamó de madrugada, cogió el teléfono otro agente distinto. No sabía de qué le hablaba». Intuyeron que la búsqueda no era tal.
«Antes de llegar a Lourdes, mi cuñada tuvo que pararse a poner la denuncia en los Mossos d’Esquadra», apunta Montse, nuera de Pepe -mujer de Marc-. Sin denuncia en la policía española, les dijeron, no activarían nada. «Si desapareció allí, es algo que no entendemos bien».
Durante días, batieron solos el bosque. En uno de los rastreos familiares, aparcó junto a ellos un coche azul. «Llegó un hombre», recuerda Marc. Se dirigió a una zona que más tarde será clave. «Un minuto después se marchó, silbando». Les extrañó.
Ropa interior
«Comenzamos por nuestra cuenta a batir el bosque y encontramos, al lado del río, una prenda de ropa interior, unos calzoncillos”, explica su hijo. En el mismo punto en el que estuvo el hombre del coche azul. «Había una zona en la que parecía como si alguien hubiera estado acostado allí», amplía Montse, mujer de Marc. Dicha ropa no ha sido analizada por la policía francesa, pero «es muy probable que sea de él. Utilizaba esa marca, y en su equipaje faltaba uno igual».
Tras el hallazgo, y la intervención del alcade de Sant Vicenç y la insistencia de la familia, se organizó la primera y única batida oficial. Era jueves, habían pasado cinco días desde su desaparición. «A los cien metros se halló un zapato y un calcetín«. De nuevo, todo apunta a él. «Por la foto del último día, coincidía con el zapato que llevaba». Consiguieron que llevaran un perro de rastreo. «Cuando olió el zapato, se fue directamente a la zona del calzoncillo. Lo que indica que es de la misma persona».
Se batió el bosque, se peinó el río. Sin resultados.Tras esto, no hubo más. «Que ya se había hecho todo lo que se podía hacer. Que si queríamos hacer una batida, la hicéramos nosotros. Que no podían hacer nada más».
Gafas, cartera y documentación
En Sant Vicenç se organizó un grupo con voluntarios que llegaría a Lourdes para peinar la zona entre los dos hallazgos. «Trazaron un radio con los puntos de las dos piezas de ropa, unos 400 metros a batir, en línea… y peinaron el sitio». Ni gafas, ni cartera ni documentación. Sin rastro de Pepe. No encontraron más.
Casi dos meses después, la búsqueda se ha paralizado. «Ya no sabemos qué pensar. No se ha hallado nada». Tristeza, dolor, resignación. A la impotencia de no saber se añade la distancia. «Las investigaciones, las desapariciones en Francia no se afrontan igual que aquí». La actuación policial, siempre clave, ha cesado según empezó. «Va pasando el tiempo e intentas hacerte a la idea de que no va a tener éxito, que era la esperanza que teníamos los primeros días, encontrarlo a él».
Risueño, hablador, bromista, amante de la petanca y del fútbol, de las charlas, los aperitivos con amigos, de una buena conversación. Pese a viajar con la Peña Blaugrana, Pepe era merengue, del Real Madrid. Enviudó hace cuatro años, pero decidió seguir adelante, «no encerrarse». Disfrutaba de su gente, sus hijos, sus nietos. Era feliz. «Estamos abandonados». Ruegan ayuda. Allí, en Lourdes, ya nadie le busca, pero su familia, su gente, sus amigos, sí.