Corren malos tiempos para la lírica civil en España. Una mujer de Motril, en Granada, padre de un hijo ahora hiperfamoso, se ha ausentado de su casa, se ha metido en un refugio eclesiástico y allí ha decidido ponerse a ayunar, dice ella, hasta la muerte. Un ataque de ansiedad, de pronto, irrumpió en su vida, en ese momento tan arriesgada, y lo que parecía que iba a ser el peligroso porvenir de su empeño acabó, de pronto, en el más razonable de los destinos: el hospital.

A la vista de las circunstancias, y de la procedencia de la decisión de ayuno de la señora, el destino parecía el subrayado de la naturaleza contra la sinrazón que siempre supone poner en peligro la vida propia. Mientras duró la reclusión en la iglesia, amparada, sin duda, por el cura local, el asedio de la prensa en sus más variadas acepciones (digital, antigua, radiofónica, televisiva, abusiva, curiosa, etcétera, pues de todo hay en la viña del Señor) ha sido de época. De época prehistórica, seguramente.

El tamaño de la curiosidad ha hecho a esta señora (el diario La Vanguardia la llamó en portada madre coraje, como aquella heroína de Bertolt Brecht), tan famosa como su hijo, que ha llegado a ser, en estos momentos, más famoso que nadie en la España de Miguel Bosé o de Mbappé, el francés tan ansiado en este país como el santo advenimiento referido al fútbol.

El hijo de la madre coraje que ahora está en un hospital porque el hambre afectó a su organismo y la hizo sufrir una ansiedad que, por otra parte, ya debía tener de antes, es el muy notorio presidente, ahora suspendido, del fútbol español, el de mujeres y el de hombres. Quien hoy ignore, en España, pero también en el extranjero, quién es Luis Rubiales no sólo es un indocumentado en Wikipedia sino que lo sería, incluso, en la Enciclopedia Británica si hubiera vivido en otro tiempo.

Este señor Rubiales marca la conversación nacional de tal manera que sólo Dios, el Dios verdadero, por decirlo tal como lo diría la madre de Rubiales, y de tanta gente, ha irrumpido en la cosificación española de la conversación como en otro tiempo aquí convivían los nombres de Alfredo Di Stéfano, Messi o Cristiano Ronaldo.

Fue tan famoso Di Stéfano, por ejemplo, que contaba Jorge Semprún, el comunista más perseguido de la España de posguerra, que su desconocimiento del astro argentino estuvo a punto de costarle la vida en este país que hizo del fútbol y de Dios las alternativas de la conversación desde la guerra civil hasta que Franco dejólica y futbolera. de funcionario en aquella España ldesconocimiento del astro argentino dencia de la señora, e ha metido en un este mundo. Semprún lo contaba riendo, pero lo sufrió con miedo. Con pánico, verdaderamente. Vivía, clandestino, en la casa de un poeta comunista, Ángel González, que trabajaba de funcionario en aquella España lúgubre, católica y futbolera. Obligado por su condición de clandestino en España (se hacía llamar Federico Sánchez) iba a lugares donde hubiera mucha gente, y un lunes de aquellos de su huida, que era también su exhibición de español elegante que parece enviado por una casa de perfumes a vender su producto, se condujo a un bar donde únicamente se hablaba de fútbol.

Uno de aquellos parroquianos llevaba la voz cantante, y merodeaba a su lado hablando reiteradamente de aquel Alfredo Di Stéfano que daba la impresión de ser el rey del mambo de la época.

No cabía duda de que aquel domingo este hombre de nombre italiano habría arrasado en aquello que practicara. Ignorante Federico Sánchez, y naturalmente el mismo Semprún, de la naturaleza concreta del origen de ese éxito se permitió preguntar al más próximo de los tertulianos:

–¿Y me puede decir qué hace este señor Di Stéfano?

En términos de entonces, se hizo un silencio sepulcral, como si en ese instante un hombre encorbatado, que tomaba café o carajillo en la barra de un bar de Madrid, en el centro político de las Españas, preguntaba en medio de un griterío de futboleros por la naturaleza del empleo de don Alfredo, que así también era llamado este preclaro hijo de la Argentina.

Entonces, además, Argentina estaba nimbada como patria de Dios porque Evita (la Santa Evita de Tomás Eloy Martínez) había traído, santificado, el trigo de la Pampa, y ese era un regalo del cielo, como el que suponía la presencia en este país del divino maestro del fútbol.

El silencio que se hizo en torno a Jorge Semprún fue equivalente a un puñetazo de realidad. Ahora alguien sospechoso de cualquier cosa entra a un bar español, de cualquier sitio, o a una iglesia de domingos, pongo por caso, y da muestras de ignorar quién es este señor Rubiales, seguramente sería mirado como un impostor de ignorancias o como un bromista que quiere que le den candela. Semprún fue a un bar de aquellos, pero un día fue al fútbol, a mitigar su ignorancia sin decir, entonces, ni media palabra.

Acando nadie se lo había pedido. ulpa a su pariente. ue ahora parece resumir la existencia de España los viejos peri, las primas sí ha llegado esta historia de Rubiales, expresidente, pero todavía presidente, culpable pero todavía inocente, perseguido por unos, ensalzado por otros, a ser la historia que ilumina de momento la conversación nacional española. Al tiempo que el Gobierno y su oponente, el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, se disputaban el porvenir de la patria, si mando yo o si mandas tú, si mandamos uno dos años y el otro otros dos, si hacemos que la tarta (del poder) tenga más posibilidades que, por ejemplo, una hostia en la boca de un beato…, al tiempo que sucedía esa trascendente conversación política los distintos medios, digitales, paradigitales, negligentes o serios, daban más noticia de lo que pasaba con el hombre que besó sin permiso a una de las mejores de la selección española que ganó la Copa del Mundo que a lo que atañe al porvenir de las patrias en que ahora parece resumir la existencia de España.

Y no sólo eso: la noticia de que la madre del señor Rubiales seguía en la Iglesia, ayunando, y luego partía hacia el hospital porque su salud corría peligro, desbancó de los noticiarios fake al mismísimo Mbappè, el que en otro tiempo pudiera haber sido, en España, y en el mundo, como aquel Di Stéfano del que sólo ignoraba Jorge Semprún.

Este fenómeno Rubiales (y ahora el fenómeno de esta madre coraje de Rubiales) ha arrasado con todo en España. Lo ha hecho desde que el mismo exfubolista ahora desposeído de cualquier poder menos el de estar omnipresente osó robar un beso, pero sobre todo desde que, amparado aun en el poder del estrado, gritó cinco veces “¡No dimito!” como si se estuviera quitando de encima, gracias a Dios, los pecados por los que lo perseguen.

Es tan espectacular la audiencia que sigue a Rubiales que en la misma tarde en que su madre era llevada al hospital, las primas del ahora expresidente dejaban por un rato la puerta de la Iglesia desde la que le piden a la futbolista a la que besó el pariente que empezara a decir “la verdad” de lo que pasó, infiriendo que lo que paso exculpa a su pariente, una de estas publicaciones digitales tuvo la idea de anunciar que el Real Madrid fichaba al Di Stéfano contemporáneo: Mbappé. Como si la propia noticia se avergonzara de irrumpir en el terreno mediático de Rubiales, en seguida el presidente del Real Madrid salió al paso: eso que dicen no es verdad. Mbappé no viene.

Así pues, hasta el fútbol se queda solo con su rara gloria del expresidente que dio un beso a su futbolista empleada. Ni Dios entiende nada de esta lírica difícil en que se han convertido los sucesos de la España que, con Francia, inventó el surrealismo. ,nciclopedia Británica si hubiera vivido en otrorte entendiendo. uando nadie se lo haban sucedido a los viejos peri, las primas