Cuando Ángel Maria Villar aún era presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Luis Rubiales planeó una moción de censura para bajarle del caballo que había cabalgado durante 29 años. Por supuesto, lo que buscaba Rubiales era subirse él. No le hizo falta ninguna jugarreta. El TAD, a instancias del CSD, le ahorró el trabajo al destituir a Villar en 2017 por una falta considerada «muy grave» en la normativa deportiva: simultanear la presidencia de la Comisión Gestora con una campaña con vistas a su reelección en la RFEF. Empezaba la tormentosa era Rubiales, previa transición de apenas un año de Juan Luis Larrea.
Se diría que Villar podría aprovechar la caída en desgracia de su sucesor para sumarse al grito de las masas y ajustar cuentas. No lo ha hecho. En su jubilación, Villar se declara un hombre sin rencor, cargado de espiritualidad y en paz con todo el mundo, transformado desde su paso por la cárcel durante 12 días. En su única declaración conocida del escándalo, Villar, de 73 años y hoy existencia modesta, emitió un mensaje de comprensión hacia Rubiales por su euforia pésimamente medida.
«Las futbolistas, cuando salen al campo, su nerviosismo lo sacan jugando, pero los dirigentes contamos con una tensión terrible que no podemos expresar. Tenemos que estar comedidos, y algunas veces explotamos; y entonces es cuando nuestro comportamiento igual no es tan idóneo (…) Se ha saltado del nerviosismo a una situación que no es la más idónea, pero yo le comprendo perfectamente, no soy un extraterrestre sino un ser humano», expuso a Radio Marca.
Villar ha estado en la posición de Rubiales, esto es, bajo sospecha por asuntos presuntamente turbios y desposeído del cargo. Y encima ha pasado por Soto del Real por el llamado caso Soulé, que no tuvo relación directa con su destitución, aunque caminaron en paralelo. Ya se sabe que el escándalo llama al escándalo.
Alta fianza
En el caso Soulé converge una presunta trama de desviación de fondos públicos y privados por la que el juez de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz, ordenó la detención de Villar, su hijo Gorka y la de Juan Padrón, entonces vicepresidente económico de la RFEF. Estableció que se trataba de una red «clientelar» y solo los dejó en libertad tras el pago de una sustanciosa fianza, de 300.000 euros en el caso de Villar. Más de cuatro años después, sigue la investigación de unos indicios por delitos de corrupción entre particulares, falsedad, administración desleal y apropiación indebida de capitales.
«La instrucción es lentísima y la vida te la destrozan. No soy el único que está pasando por esto. He visto políticos con los que emprendían acciones, las archivaban y no pasa nada. (…) Piensas que vas a morir por el alargue judicial y no pasa nada. He salido adelante porque soy un luchador. También soy un católico convencido. Leo la Biblia y en las situaciones complicadas rezo más. Yo ya no guardo rencor a nadie. Doy la mano a todas las personas que quieran construir y no quiero venganza. Lo que quiero es que me declaren inocente. Yo no hice nada y nunca me he sentido un delincuente ni un chorizo», dijo al respecto en Radio Marca.
Toda una mutación del hombre que gobernó a su criterio durante casi 30 años el fútbol español. Un personaje temperamental, de lealtades a prueba de dinamita, que solía tratar a los que le fiscalizaban (la prensa) con la rudeza con la que barría el centro del campo del Athletic en los años 70. Su inolvidable bofetada a Johan Cruyff forma parte del núcleo de la memoria de un fútbol de otra época.
La mancha de Quereda
Villar reemplazó a José Luis Roca, que estuvo cuatro años al frente de la institución que previamente había dominado Pablo Porta, de 1975 a 1984, como recordarán sobre todo los oyentes de José María García, azote inmisericorde del mandatario designado por el régimen franquista. Villar ganó reelección tras reelección y las escándalos y las querellas se le apilaron, aunque de todas ha ido saliendo absuelto. Bajo su presidencia España vivió los mejores éxitos deportivos: la medalla de oro de Barcelona-92, dos Eurocopas y el Mundial de Sudáfrica, principalmente.
Compaginó la presidencia de la RFEF con las vicepresidencias de la UEFA y la FIFA. Un año llegó a presidir la UEFA en sustitución de Michel Platini, expulsado de la gestión futbolística con hedor de corrupción por el llamado FIFAgate, la trama de sobornos y comisiones ilícitas que derivó en la elección de Qatar como organizadora del Mundial 2022. Villar es de los que votó por Qatar. Aún hoy le parece que fue una buena elección.
Disgustos que matan
Cuando se hablaba de que elexpresidente era un hombre de lealtades indestructibles cabe incluir aquí al seleccionador Ignacio Quereda, antecesor de Jorge Vilda y acreditado maltratador psicológico de las internacionales. Estuvo 27 años al frente del equipo, casi tantos como Villar, 27 años sin logro deportivo alguno y de humillaciones a las jugadoras perfectamente documentadas. Quereda dimitió en 2015 tras el fracaso en el Mundial de Canadá y las denuncias al fin escuchadas pero ignoradas más de 20 años.
El dirigente vasco tuvo choques con el Gobierno, los clubes, LaLiga e incluso con el sindicato de futbolistas, pero ha ido saliendo indemne. Todo ello forma parte de un pasado que le persigue. Ahora vive, dice, de su mujer y de una pensión de 2.400 euros, mientras sus cuentas corrientes y siete propiedades siguen embargadas. Villar aprecia que lo judicial no le haya costado la salud «porque esos disgustos suelen matar».