Mayo de 2020. Rosalía, como cada mañana, sale a pasear. Mochila, sombrero y agua. También crema para el sol. En el reloj marcan las 08:00 horas. Comienza a andar. A su paso salen algunos vecinos: «buenos días», «hola…», «¿cómo estás?». La ven bien, declaran todos poco después. La Guardia Civil necesita pistas: la mujer de 74 años, afincada en Madrid, pero natural de Bohonal de Ibor (Cáceres), donde se le pierde la pista, no ha regresado a casa. El riesgo es alto.
Hablaba con su hijo por teléfono a las 14:00 horas cuando la llamada se cortó. A las 15:00 horas ya había un grupo de voluntarios batiendo la zona. Se llama Rosalía Cáceres Gómez. Desapareció, sin rastro. Sin más. Desde hace tres años no está.
«Mi suegra ni tenía Alzheimer ni se ha perdido. Ha pasado algo y queremos saber el qué».
«Tenemos la sensación de que hay desaparecidos de diferentes clases. Un niño o un adolescente crean una alarma social que genera mucha información. Una persona de 74 años parece que como es la madre de otro y además es mayor… Se habrá perdido», denuncia Salvador, yerno de Rosalía. «Mi suegra ni tenía Alzheimer ni se ha perdido. Ha pasado algo y queremos saber el qué».
Junto a CASO ABIERTO, portal de sucesos e investigación de Prensa Ibérica, retrocede a aquel fatídico día en el que dejaron de verla. Era lunes, 25 de mayo de 2020. La Covid mostraba una de sus peores caras: aquella jornada se cerró con 235.400 casos nuevos confirmados y la cifra de fallecidos alcanzó los 28.834. En Bohonal de Ibor (Cáceres), con 491 habitantes, pese a las restricciones, dejaban salir por el campo, para pasear.
Un paseo aparentemente normal
«Mi suegra sale como hace normalmente. En ese momento se permitía, fuera de los cascos urbanos, no interactuar, pero sí en soledad, pasear por el campo». Rosalía siempre trazaba la misma ruta, de unas dos horas: salía sobre las ocho de la mañana y solía regresar a casa a las diez.
Activa, sin ningún problema de salud, ágil y con energía. «Tenía 74 años, pero estaba perfecta. Era como si tuviera 50», describe Salvador. «Estaba siempre cacharreando, de acá para allá». Vivía a caballo entre el pueblo, Bohonal, y Madrid. La pandemía le pilló allí, pero en un par de semanas regresaría a la capital.
Aquel día, el último, en su paseo, introduce un cambio: «Se cruza con una vecina que le indica como ir desde allí, con un nuevo camino, a comprar el pan. Es una nueva ruta, para hacerlo un poco más largo, era como rehacer el camino al revés. Intuímos que se perdió», explica Salvador.
«Se cortó la llamada. No sabemos si se apagó el teléfono, se estropeó… El caso es que no volvió nunca más a dar señal, y a partir de ahí ya no se sabe nada más».
«Su hijo estuvo durante toda la mañana llamándola. Hablaba con ella. Estaba normal, estaba bien, no quería que fuera nadie a buscarla…», recuerda, «de hecho, ella nunca le dijo que se había perdido, pero intuimos que se había desorientado en algún cruce al hacer el trayecto al revés, porque a las 13:00 horas -más tarde de lo normal- le dijo que estaba sentada a la sombra, en un sitio ya conocido, mojándose los pies».
A las 14:00 horas Rosalía venía de vuelta. Había dejado el pantano atrás. «Lo sabemos porque le dijo a su hijo que iba subiendo una cuesta por uno de los caminos, con lo cual, estaba saliendo en dirección al pueblo, por fin. A partir de ahí, se perdió la llamada. No sabemos si se apagó el teléfono, se estropeó… pero se cortó. El caso es que no volvió nunca más a dar señal, y a partir de ahí ya no se sabe nada más«.
Todos en su búsqueda
«A las 14:00 horas se produjo la última llamada, a las 15:00 horas ya había gente buscándola. Vecinas, las personas más allegadas», narra Salvador. «A la 16:00 horas ya estaba la Guardia Civil, y a las 17:00 horas ya había un dispositivo amplio de vecinos, organizados de forma oficial».
Cuatro personas se cruzan con ella durante la mañana, todos coinciden: estaba normal. «Los caminos a batir son cuatro», explica su yerno. «No hay más. Y se recorrieron por activa y por pasiva, creemos que no le ha pasado nada tipo accidental».
Salvador, el resto de la familia -tiene cinco hijos y ocho nietos- han intentado desde entonces, rehacer los pasos de la mujer. «Mi suegra estaba saliendo del pantano. Iba por una cuesta, con lo cual descartamos que se haya ahogado. Aunque, por si acaso, el pantano se rastreó. Todo el perímetro. Hemos encontrado esqueletos de animales que se habían ahogado». A Rosalía no.
Desorientación
Tres turnos: mañana, tarde y noche. Durante tres meses se batió a diario. «Ha habido días en que iban 150 personas». Ni el sombrero, la mochila, el teléfono ni ella. Nunca ha aparecido nada. «En una batida», recuerda Salvador, «un guardia civil perdió los grilletes, en otra batida se encontraron. Un cazador perdió las llaves, en otra batida se encontraron. Un miembro de Protección Civil perdió un walkie-talkie, en otra batida también se encontró. ¿Cómo va a aparecer un walkie y una persona no?».
La investigación policial apunta a la desorientación. «Ellos dicen que debió de salirse de los caminos -no explican por qué se salió… pero aceptando que fue así, que mi suegra decidió meterse campo a través, en dirección contraria a la que iba y, además vio que aquello era un barranco, decidió escalarlo y, al final, se mató…», comenta Salvador… «Aún así, si le diéramos la razón, yo digo: ¿por qué no la encontramos?».
Centenares de vecinos han recorrido y batido la zona infinitas veces. «Es una zona muy pequeña. Si se mira en el mapa, en línea recta, la longitud no tiene más de 4 kilómetros. En un cuarto de hora haces los caminos. Cuando empezaron las búsquedas, mi suegra no estaba ya allí».
Han pasado tres años. Nada lleva a la mujer. La realidad es que la vida en casa de Rosalía se ha detenido desde entonces. «Estamos igual que al principio. Si hablas con cualquiera de los hijos, para ellos la desaparición fue ayer. No se ha movido en el tiempo».
Jubilada, pero siempre atareada. Amante de la costura, del ganchillo. Por las mañanas Rosalía caminaba sola, por las tardes se sentaba con las amigas en la puerta para charlar. «Al principio tenías esperanzas, había una investigación. Ahora, con el paso del tiempo, el caso se olvida, te encuentras sin apoyo, en la más abosluta soledad. La tristeza, la misma que el primer día, la incertidumbre mucho mayor».
«¿Dónde está? ¿Qué pasó?», no hay día que no se lo pregunten. «La realidad es que una mujer habla por teléfono, la llamada se corta, y no sabemos más«, lamenta su entorno. «Hay una persona que desaparece en un sitio reducido, en un tiempo muy limitado. Una persona que ha llegado a andar 14 kilómetros desde Marina d’ Or hasta Benicassim sin queja alguna. Sin diabetes, sin colesterol, sin nada… Sana. ¿Y si alguien la sacó del camino? ¿Y si alguien hizo algo..?». Duda su familia. Cierra Salvador.