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Tolkien, el escritor «devorado por la absurdez»

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No tenía intención de publicarla. Dicen que la creó para sus hijos, para entretenerlos, que les iba leyendo línea tras línea mientras las iba escribiendo. A J.R. R. Tolkien no se le pasó por la imaginación que sus hobbits pudieran interesar a alguien más hasta que la editorial George Allen & Unwim se encontró con sus textos y quiso convertirlos en un éxito.

La historia de El señor de los anillos, de ese primer Hobbit, de todo lo que vino después ha sido y es, 50 años después de la muerte del autor, una de las más conocidas en todo el mundo. Poca gente no ha leído los libros o visto las películas y a lo largo y ancho del mundo son miles las asociaciones que rinden tributo a estas historias y que han hecho de ellas casi un modo de vida.

«El éxito le llegó en vida y tras su muerte las películas provocaron el gran boom de seguidores de elfos, orcos, gente pequeña y un anillo mágico

En total se han vendido más de 150 millones de ejemplares de El señor de los anillos, siendo el tercer libro más vendido del mundo por encima de El Principito, y 100 de El Hobbit, que se sitúa en quinta posición. El éxito le llegó en vida y tras su muerte las películas provocaron el gran boom de seguidores de elfos, orcos, gente pequeña y un anillo mágico. Aunque, como contaremos más adelante, su versión cinematográfica no habría sido de su agrado.

Peter Jackson fue el director que se atrevió a llevar una historia tan compleja al cine. La primera entrega de la trilogía, La comunidad del anillo, sólo en España recaudó en 2001 en la semana de su estreno 965 millones de pesetas (casi 6 millones de euros) superando a Harry Potter y la piedra filosofal y en total llegó a los 880 millones de dólares en todo el mundo desde entonces.

La segunda entrega, Las dos torres, tampoco decepcionó en taquilla y la tercera, El retorno del rey, estrenada un año después, la más exitosa de todas, ha recaudado más de 1.140 millones de dólares. Además, en total ha conseguido diecisiete premios Oscar, diez premios BAFTA, cuatro Globos de Oro y su banda sonora acaba de ser considerada la mejor de la Historia.

Hoy se cumplen 50 años de la muerte del creador de todo este universo que ha cobrado vida propia y ha tapado, en parte, quién fue él y cómo llegó a imaginar un mundo distinto a cualquiera que se había creado hasta entonces.

John Ronald Reuel Tolkien nació en 1892 en Bloemfontein, lo que hoy conocemos como Sudáfrica. Hijo de padres ingleses, se trasladó junto a su madre a Inglaterra cuando tenía sólo 3 años con la intención de que su padre, que se encargaba de la venta de diamantes para el Banco de Inglaterra, se reuniese con ellos al poco tiempo. Pero a los meses, en 1896, unas fiebres reumáticas le provocaron la muerte dejando a la familia no sólo devastada sino también sin un sustento para poder vivir.

«El cambio de fe de su madre marcaría a Tolkien toda la vida siendo un ferviente católico»

Fue su familia materna la que les sacó del apuro, aunque no por mucho tiempo. En 1900 la madre de Tolkien decide convertirse al catolicismo y como el resto de la «tribu» eran baptistas le retiran la ayuda económica. Es un dato muy importante, el cambio de credo de su madre, ya que murió cuatro años después de diabetes y el futuro escritor siempre la consideró una mártir, creyendo que si hubiese seguido el mandato familiar habría tenido mejores condiciones de vida, y permaneció el resto de su vida siendo un ferviente católico.

A partir de entonces, huérfano con tan sólo 12 años, se queda a cargo de un cura de Birmingham que le introduce en el aprendizaje de idiomas y le convierte en un estudiante modelo. Tan bueno, que consiguió entrar en Oxford mientras intentaba conquistar a Edith Mary Bratt y donde durante sus primeros años creó un grupo clandestino, el Tea Club of the Barrovian Society, junto a varios amigos universitarios, que después serían los primeros en saber sobre su tan desconocida poesía y sobre la Tierra Media.

Con Bratt consiguió comprometerse en 1913, justo después de que ella se prometiese con otro hombre y Tolkien la convenciera para que le devolviese el anillo de pedida y pasase con él por el altar. Él se licenció en 1915 y tras casarse con Edith, se unió al ejército británico para luchar en la Gran Guerra.

Allí sirvió en la batalla del Somme como oficial de comunicaciones aunque no por mucho tiempo. La fiebre de las trincheras le dejó en cama y tuvo que ser trasladado a los pocos meses a Inglaterra. Fue durante esta enfermedad cuando Tolkien comenzó a escribir, La caída de Gondolin, el germen de lo que luego sería su gran obra y en la que narra la pérdida de la ciudad más bella de los elfos. 

Consiguió reincorporarse al ejército, aunque la fiebre volvía con asiduidad, hasta que acabó la guerra. Según asegura John Garth, autor de Tolkien y la Gran Guerra (Editorial Minotauro), «si Europa hubiera tenido la suerte de no haber sufrido la Primera Guerra Mundial, Tolkien sólo habría sido conocido como un dotado académico. Encontró la inspiración en el caos incomprensible y en el horror que había experimentado. Fue un proceso positivo para salir de la depresión que le había invadido tras abandonar el campo de batalla».

Antes de irse aquella primera vez había dejado embarazada a Edith del que sería su primer hijo, John Francis, al que le seguirían Michael Hilary, Christopher John y a finales de los veinte su primera y única hija, Priscilla Anne. En 1925, cuando aún no eran familia numerosa, él había conseguido una cátedra para trabajar en la Universidad de Oxford, donde se mantuvo casi veinte años. Allí creó la leyenda y escribió El hobbit y las dos primeras entregas de El Señor de los Anillos.

Fue la editorial George Allen & Unwin, como hemos contado al principio del texto, la que le pidió, cuando Tolkien no había terminado El Hobbit, que finalizara ese libro y la que publicó el 21 de septiembre de 1937 en Reino Unido la que se convertiría en la base de toda su obra.

También la que le obligó a seguir escribiendo. El éxito fue absoluto y Tolkien comenzó lo que entonces él imaginó como una secuela y que acabó convirtiéndose en una trilogía que se haría mucho más famosa que su ópera prima y que le encumbraría como escritor internacional.

Fue publicando un libro detrás de otro y dejando muchos manuscritos «escondidos». En 1969, temiendo por su muerte y por lo que deberían pagar sus hijos por el impuesto de sucesiones, vendió los derechos de la trilogía y de El Hobbit a United Artist por 100.000 dólares. Murió el 2 de septiembre de 1973.

«El abismo entre la belleza y la seriedad de su trabajo y en lo que se ha convertido me abruma»

Fue su tercer hijo, Christopher, el que se quedó con el encargo de velar por sus derechos y con todos los manuscritos que su padre no había publicado. También había sido él, años atrás, el que había corregido los primeros capítulos de El señor de los anillos, que le llegaban por correo mientras trabajaba en Sudáfrica como piloto. A su vuelta, también trabajó junto a Tolkien en Oxford e iba revisando cada línea que escribía. Tras su muerte sacó a la luz El Silmarillion, Los hijos de Húrin y La historia de la Tierra Media.

Cuando las películas se estrenaron fue uno de los que puso el grito en el cielo. «Han destrozado su obra para hacer una película de acción para personas de 15 a 25 años», aseguró y más tarde añadió, cuando la popularidad ya era desbordante, que su padre había acabado devorado «por la absurdez». «El abismo entre la belleza y la seriedad de su trabajo y en lo que se ha convertido me abruma. La comercialización ha reducido a la nada la estética y el significado filosófico de su trabajo», sentenció.

Algo en lo que coincide Eduardo Segura, profesor de Literaria de la Universidad de Granada y asesor de la serie de Amazon de El señor de los anillos. «El problema de Tolkien e es que su obra no es susceptible de ser llevada a la imagen y la razón de esto es el peso de la historia inventada que otorga al relato una densidad que el cine actual no es capaz de asimilar», explica sobre las películas de Peter Jackson, de las que también fue asesor como experto del autor, y añade que el problema que él detectó fue que se concibieron como unas películas de blockbuster.

«No me sirve el argumento de que las películas sirvieron para que se leyera mas su obra. Las de El señor de los anillos tenían grandes aciertos y carencias pero la de El Hobbit es para olvidar. Pero Hollywood encontró una gallina de los huevos de oro en una época en la que los guiones buenos son muy difíciles de encontrar», continúa. Y sentencia que la pregunta es si algún director hubiera sido capaz de hacer una buena adaptación «y la respuesta es que si pero ninguno de los actuales».