«No tenía nada interesante que hacer». No se complica la vida Jaime Chávarri (Madrid, 1943) a la hora de explicar por qué ha estado 18 años alejado del cine. O mejor dicho, «no del cine, de los rodajes», puntualiza. Porque esta disciplina en la que debutó a finales de los 60, cuando España era todavía un país en blanco y negro, ha seguido practicándola de otra manera, desde la enseñanza: últimamente, como profesor de la Escuela de Cine y del Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM). Este viernes regresa a los cines con ‘La manzana de oro’, una comedia de enredo ambientada en una pazo gallego en el que se reúnen una variopinta nómina de poetas para competir por un premio que llevará a jóvenes y consagrados, a vates pedantes de pañuelo al cuello e i’inuencers’ empeñadas en hacerse ‘selfies’, a convivir un fin de semana en el que se disparan todo tipo de envidias, deseos y despechos cruzados entre esos muros de piedra y musgo.

El guión, coescrito por el director con Jose Ángel Esteban, está basado con bastante libertad en una novela de Fernando Aramburu, ‘Ávidas pretensiones’. En el libro no había choque generacional porque todos los poetas tenían edades parecidas, así que no estaban los jóvenes (las ‘influencers’ o un rapero, entre otros) que aparecen en la cinta. Tampoco existían las anfitrionas de este disparatado cónclave: la entusiasta Manolita interpretada por Vicky Peña ni su prima la monja Sagrario (Elena Seijo). En el reparto hay otros nombres consagrados, como Marta NietoGinés García MillánSergi LópezAdrián LastraPaca Gabaldón o Joaquín Climent y otros más emergentes como Carla CampraÁlvaro Subiés o Abelo Valis. El personaje de López habla permanentemente en verso, alguno cita a Shakespeare cada cinco minutos de metraje y otros viven consumidos por el deseo de gloria, de sexo o de ambas cosas.

Jaime Chávarri, que nació para el cine en el entorno de aquella ultramadrileña Escuela de Argüelles a la que también pertenecían Emilio Martínez LázaroAntonio Gasset Fernando Colomo («solo éramos una panda de amiguetes», rememora, «pero no un grupo mínimamente coherente»), realizó varios cortos antes de debutar en la dirección de un largo con una película poco convencional, ‘Los viajes escolares’ (1973). A esta le siguió ‘El desencanto’ (1976), quizá el documental más alabado en la historia del cine español, retrato (o autorretrato) salvaje de una familia disfuncional hasta el extremo de la élite cultural franquista. Y su carrera posterior incluye dramas prestigiosos como ‘A un dios desconocido’ (1977) o ‘Las bicicletas son para el verano’ (1983), comedias como ‘Tierno verano de lujurias y azoteas’ (1993) y títulos musicales como las dos partes de ‘Las cosas del querer ‘(1989 y 1995) o el biopic ‘Camarón’ (2005), lo último que había dirigido hasta la fecha. También ha hecho incursiones en el terror e incluso en el porno. De todo, menos aburrirse. Nos recibe en su casa del barrio de Malasaña, atrincherado entre cientos, miles, de libros y dvds.   

Vuelve al cine con una película sobre poetas y poesía. ¿Fue solo el proyecto que le ofrecieron o tiene alguna relación particular con el verso?

El productor no quería hacer una película al uso: ni la típica comedia, ni una película de serie negra… Y eso fue lo que me tentó. Yo había escrito en estos años un guión, precisamente, sobre escritores, así que era un tema que me tocaba mucho. Y luego leí la novela y me daba un marco perfecto para, aparte de utilizar cosas de ella, adaptarla a lo que a mí me interesaba, que era la relación del creador, del artista, con su trabajo y frente a su talento, frente a su fracaso y su mediocridad. Esa era la parte seria. Pero yo quería hacer una comedia, y la novela lo era.

Esta es una historia, básicamente, sobre egos, algo que abunda en el mundo de la cultura. ¿Le ha tocado lidiar con muchos?

Algunos, sí, pero los he evitado cuidadosamente. Es un tema que no soporto. Yo directamente me voy, porque sé que me va a ser imposible establecer ningún tipo de relación con alguien que se sube a un sitio para hablar. Afortunadamente, la mayoría no tiene ese problema.

El tema de la poesía me permitía en esta película que los personajes hablaran de una determinada manera, no tener que atenerme a un lenguaje coloquial, cotidiano, que estoy harto de ver en la televisión»

Aunque la poesía no haya sido el elemento decisivo para hacer esta película, sí que hay en su filmografía un peso importante de la literatura.

Es que a mí el tema que más me preocupa del cine es qué es la poética cinematográfica. Y por supuesto, también la relación del cine con la literatura, de toda la vida. El tema de la poesía me permitía en esta película que los personajes hablaran de una determinada manera, no tener que atenerme a un lenguaje coloquial, cotidiano, que estoy harto de ver en la televisión. Pero al mismo tiempo, podía desarmar la posible pedantería de la poesía con el humor. Cada vez que un personaje se pone intenso, el de al lado le dice: “oye…”.

Usted ha dirigido varios cortos eróticos, y esta película también tiene su escena de sexo. ¿Se rueda igual el erotismo ahora que hace 20 o 40 años?

También tengo alguno directamente porno, como uno que rodé hace unos cuatro años. Esta escena que dices fue muy particular. Estaba en el guión pero no teníamos tiempo para rodarla. Y era una escena en la que no pasaba nada más que verse que hacían el amor. Pero me dijeron los actores: “vamos a hacerla, que pensamos que es importante ver la escena…”. Y la rodamos en diez minutos, de mala manera y sin plantear nada. Hicieron lo que quisieron. Y quedó bien.

¿Y ese corto porno reciente cómo surgió?

Me llamaron y me pareció divertido. Pero a mí eso ya, desde el momento en que no está prohibido, no me interesa nada. A mí me interesa el pecado. Si este no existe, ya no tiene morbo [risas].  

Podría haber un #metoo español. Todo el mundo sabe que en ciertos casos ha existido el ‘casting couch’. Pero claro, en el momento en que tú aceptas… ¿En qué se convierte eso? No lo sé»

Se está diciendo estos días que lo que está pasando con el caso Rubiales es el #metoo español. ¿Veremos el de nuestro cine en algún momento?

 Podría haberlo. Todo el mundo sabe que en ciertos casos ha existido el ‘casting couch’ [casting de sofá, la exigencia de mantener relaciones sexuales para conseguir un papel]. Pero claro, en el momento en que tú aceptas… ¿En qué se convierte eso? No lo sé.

Los directores de la Escuela de Argüelles buscaban un cierto equilibrio entre lo autoral y la ambición comercial, y su filmografía más o menos encarna esa filosofía.

Yo ese equilibrio me lo he encontrado, porque cuando empecé en el cine lo que quería hacer era una película de Marisol. Y empecé de meritorio en ‘Las cuatro bodas de Marisol’ (1967). Después llegó la mili y lo tuve que dejar. Y luego fue la absoluta casualidad que ha sido siempre todo en mi vida, porque yo no he movido un dedo y he tenido mucha suerte, de que tropecé con Elías Querejeta y con el cine de autor. Pero no tenía ninguna intención de hacer eso. De hecho, en cuanto Querejeta dejó de llamarme me puse a hacer cine comercial inmediatamente.

Siempre se presenta como un director de encargo, de productores: además de Querejeta, ha estado vinculado a nombres clave como Alfredo Matas o Andrés Vicente Gómez. A pesar de eso, ¿se reconoce en las películas que ha hecho?

He hecho algunas alimenticias. Y además no puedo disculparlas porque no las necesitaba para comer. Pero si no veía que había algo que me gustaba, o que podía aportar algo, no las hacía. Incluso las alimenticias eran películas que yo no había hecho antes, así que de alguna manera operaba la curiosidad.

¿Cuáles colocaría en esa categoría?

Eso no te lo digo. Investiga tú [risas]

Más allá de su faceta como director, ha colaborado en diferentes posiciones (guionista, director artístico, actor…) con nombres como Iván Zulueta, Jess Franco, Víctor Erice, Carlos Saura, Pedro Almodóvar… Podría ser el Zelig de nuestro cine.

[Risas] Me gusta mucho la idea. Además no he hecho nada para que fuera así. Las cosas han pasado. Yo en un momento dado, en la época aquella de la contracultura, descubrí que había una cosa que se llamaba el zen. Leí un poco sobre el zen y dije: “esto es lo que a mí me conviene”. Y entonces me entregué a la vida. Decidí que no era una persona con mala suerte, que podía dejarme llevar y que el esfuerzo era otro, el dedicado a cada trabajo concreto, pero no luchar por un proyecto determinado, porque he tenido la suerte enorme de que me llegaban.

¿Entre todas esas colaboraciones, de cuál conserva mejor recuerdo?

Indudablemente, de ‘El espíritu de la colmena’. Ahí era director artístico. Víctor Erice, que era bastante amigo mío y le quiero mucho, era una persona muy misteriosa, muy poco explícita. Nadie en la película sabía lo que estaba haciendo. Y yo había leído el guion, pero tampoco lo tenía muy claro. Un día llego al rodaje, en el que había organizado yo el decorado, y veo esa imagen del maquis muerto encima de la mesa del ayuntamiento, con la pantalla vacía donde se había proyectado Frankenstein en otra escena de la película. Y en ese momento entendí no solamente lo que estaba Víctor haciendo, sino lo que era la poesía en el cine. Fue un momento fundamental en mi vida.

Yo temía que se cortara ‘El desencanto’ […] Rodamos durante mucho tiempo, año y medio, y aquello no se acababa nunca. Y un día los Panero se reunieron conmigo y me dijeron: “mira, hay que llamar a Elías. No podemos más»‘

La película por la que pasará la historia será seguro ‘El desencanto’, pero al parecer usted durante el rodaje temió que le despidieran.

Yo temía que se cortara la película. Y además ocurrió una cosa preciosa, otro de esos momentos fantásticos del cine. Rodamos durante mucho tiempo, año y medio, y aquello no se acababa nunca. Y un día los Panero se reunieron conmigo y me dijeron: “mira, hay que llamar a Elías porque queremos cortar esto. No podemos más. Estamos aquí vendiendo nuestra vida, nadie está cobrando un duro…”. Yo tampoco, por supuesto, porque esto era una especie de proyecto experimental. Y llegó Elías a Astorga, donde estábamos rodando, nos reunimos en una cafetería y le dije: “mañana no se rueda, nos vamos todos a Madrid”. Al día siguiente, a las 09:00h, todo el mundo estaba en el rodaje, no faltaba nadie. Elías era fantástico.