Perder el poder es grave sin más aditamentos, pero perder el poder que no has tenido conlleva un dolor insoportable. «Con lo que yo he sido» es más llevadero que «con lo que yo hubiera sido». Para quienes se han pasado los cuatro últimos años confinados, recuerden que Albert Rivera debería ser ahora mismo vicepresidente primero del Gobierno de Pedro Sánchez, de haberse impuesto la lógica de las elecciones de abril en vez de noviembre de 2019.
Imaginen un país donde el vicepresidente Rivera se abrazaría al presidente Sánchez con la furia desmelenada de Yolanda Díaz, o de Rubiales. Por desgracia, el adoquín esgrimido como programa electoral por el candidato de Ciudadanos en un debate no presagiaba nada bueno. Vino acompañado del embarazoso silencio televisivo de una urna vacía, y del creador del AntiPodemos transmutado en Groucho, para anunciarle al candidato socialista que «le he traído un libro que seguro que no ha leído, su tesis electoral». Buen chiste, pero las elecciones no son un club de la comedia.
No había forma de tomarse a Rivera en serio, de ahí que Ciudadanos pasara en solo medio año de 2019 de 57 a 10 diputados, cero en la actualidad. Aquel despeñamiento iniciático equivale a saltar de 57 a diez años de edad. Es decir, el candidato al desnudo es hoy un adolescente de catorce, una datación que ayuda a explicar su comportamiento de primer acné. Verbigracia, empieza sus vacaciones en Eivissa con una novia y las acaba con otra, en ambos casos con el acaramelamiento certificado por la prensa del corazón. Y cabe recordar que los paparazzi no eligen a sus presas, sino viceversa.
Rivera tiene más novias que votantes, más devotas que devotos. Reinterpretó al joven Kennedy y el presidente estadounidense es más fácil de copiar en su vertiente frívola, cuando también llevaba dos novias a una Casa Blanca que no tenía nada que envidiar a Eivissa. Las personas sensibles lamentarán que la primera retratada en fase comprometedora con el CEO de Ciudadanos, que así se describía él mismo, fuera la actriz Aysha Daraaui. No solo fascinaba por sí misma en El inocente, sino que lograba que Mario Casas pareciera un actor.
En efecto, conviene empezar por la predecesora. Malú le confesaba a Pablo Motos que «Albert duerme como un Rey», sin precisar si se refería a Juan Carlos I y aludiendo a la paternidad compartida. Aunque cuesta rebatir a dos sucesoras a la vez, el círculo de la cantante ha anunciado que la réplica estará a la altura de Shakira, menos llorar y más facturar. O como le recordaba el Kennedy que precedió a Rivera a su esposa en un telegrama conminatorio, cuando Jacqueline giraba precisamente en yate por Eivissa, «menos Onassis y más Caroline», en referencia al descuido de las obligaciones maternas.
Nunca estuvo claro si Rivera pretendía liberar Cataluña o librarse de Cataluña, dada su huida a la primera oportunidad, en una tradición ideológica continuada por Inés Arrimadas. Cantarle las cuarenta al independentismo suena más entonado desde Madrid. Sin abandonar el idioma del nuevo Kennedy, los devaneos actuales de su heredero español impiden distinguir si es un latin lover o un latin loser. Falta concretar aquí la identidad de su segunda novia ibicenca, destapada por la revista Semana, pero aguardaremos un par de portadas de consolación y consolidación. Si se reclama exhaustividad sentimental a este perfil, se requerirá un espacio muy superior al disponible.
Cuatro años atrás, Rivera emitía dictámenes del estilo de «Sánchez tiene un plan y una banda», o «Se han repartido el botín». Hoy tiene que explicarles «el derecho a la intimidad que tienen todos los españoles» a los periodistas que lo asaltan micrófono en mano en los aeropuertos vacacionales. El cuarentón barcelonés sabe como Kennedy que «la victoria tiene cien padres y la derrota es huérfana». De hecho, se ha apropiado de esta frase sin reconocer derechos de autor, otro síntoma de su vinculación más que íntima con el presidente estadounidense.
«O César o nada», clamaba César Borgia por motivos obvios. «O presidente o nada», exigió Rivera tras doblar sus diputados en abril de 2019. Cayó en el mismo noviembre que su adorado Kennedy, aunque por fortuna en un sentido virtual. Presume de que conocía de antemano su fracaso, siempre sonó extraña su proclividad a entregar los diputados de Ciudadanos al PP antes de los comicios. Doble o nada sigue siendo su ecuación sentimental, pero no laboral, porque el bufete donde trabajaba supuestamente prescindió de sus servicios ante una «productividad preocupante».
Rivera habla con la prensa del corazón sobre su ruptura con la cantante Malú, el pasado mes de julio, en la estación de Atocha.