En la tercera y última función de la Feria de San Atilano de Tarazona quedaron claros algunos conceptos. Morante puede ser torero de culto pero no arrima gente a la taquilla; Castella desde su reaparición se ha desdoblado en dos: el de antes y el actual (versión mejorada, más reposada); Juan Ortega necesita, cada día más, ese toro especialísimo que le dé el viaje ya delineado para que haga «sus cosas»; y por último, la presidencia de José María Gasco ha sido muy acertada en tres jornadas que ha timoneado sin mácula. Ha subido un escalón de rigor sin hacer ruido y sin ser protagonista.

Es justo decir también que ha trabajado con lo que tenía, dos corridas de toros para figuras en pleno mes de agosto en una plaza de tercera categoría que no podían ser las de Pamplona o Bilbao, pero tampoco merece que le descarguen la corrida de ayer solo 24 horas antes de su celebración. Eso es un trágala cuando lo que baja del camión es una corrida con cuatro años y un mes (léase una novillada gorda) y además con dos platanillos por pitones cuando estos no son tan abrochados que casi se sacan los ojos. Hombre, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Así que, si el resto de días hizo clavar los tres pares de banderillas en todos los toros (un poner) ayer tuvo que plantearse jugársela en cuatro de ellos cambiando con dos pares o echar mano del pañuelo verde. Un dilema.

Sebastián Castella calidad ‘premium’

En el caso del segundo animalillo tuvo la colaboración de un Sebastián Castella calidad ‘premium’ que trajo del otro mundo al torillo y no solo eso, lo hizo embestir en una faena larguísima por templada después de ahormarlo. Y para ello hay que someter previamente al toro. El milagro de la resurrección en directo pero con fallo reiterado de aceros.

En su otro dictó lección de temple, llevando a la birria encelada sin que le alcanzara la tela, alargando poco a poco la embestida, allá, más afuera de la segunda raya. Quién lo hubiera dicho. No cobró despojo por que se durmió con el pincho al creer que la estocada era suficiente. Aquello se demoró tanto por su capricho que terminó escuchando dos avisos.

Mientras, Juan Ortega había intentado capotear a su primero sin fortuna. La poca fuerza de escrombrillo tampoco ayudaba a que aquello tomara entidad. Ortega, que si por algo se diferencia es por no discutir con los toros, bailó siempre al son que le marcó la res. Y calcó la cosa en el sexto pero con algo más de fortuna porque le metió la mano y el toro cayó. Las dos orejas fueron premio excesivo pues nunca se hizo con las embestidas y además recorrió muchos metros para componer una labor inconexa, sin argumento, siempre subordinado al mandato del torete, siempre a remolque de aquello. La pinturería sí y tal pero ¿y lo fundamental?

Morante de la Puebla

A todo esto, Morante, vestido con aquel terno que estrenó para la encerrona con los seis toros de Prieto de la Cal en el Puerto de Santa María la gozó de principio a fin. Sin importarle el viento que sopló durante toda la tarde, meció con precisión el lacio capote de recibo en su primero o en un galleo en varas. Estuvo a punto de bordarlo, lo sintió en las yemas de los dedos. Pidió al picador que se simulara la suerte y al toro no se le partió ni la piel.

Todo ocurrió en un estado de sugestión total, de silencio casi catedralicio, del que hasta el señor obispo, alojado en el palco municipal, quiso participar. En el primer turno no se remató. Fue el cuarto, otro ejemplar ‘small’ en el que afloró ese Morante apasionado, que inicia la faena de rodillas junto a las tablas, derechea después soberbio y hace discurrir su trajín a la vera de las rayas, confiando al toro pero sin dejarlo que se rinda. Difícil equilibrio si además hay que hermosearlo. Y tan confiado está que porfía hasta dejarse llegar los cuernos a la altura del delantero de la chaquetilla como epílogo de su ¿última tarde en Tarazona? Alabado sea Dios. 

LA FICHA

Seis toros de Román Sorando, muy chicos y mermados de fuerzas. Morante de la Puebla, ovación y oreja; Sebastián Castella, ovación tras aviso y ovación tras dos avisos; Juan Ortega, silencio y dos orejas. Menos de media plaza.