El mote de «oro líquido» le viene mejor que nunca al aceite de oliva virgen extra. La escalada de precios que uno de los productos estrella de la dieta mediterránea sufre desde hace varias semanas está cambiando la cesta de la compra de los consumidores y los valores nutricionales que reciben en cada comida. Ni productores, ni consumidores ni expertos nutricionales saben cómo atajar un problema que puede convertirse en endémico para la sociedad española y aragonesa.
Recorrer la cadena que sigue la oliva desde el campo hasta las jarras de los aragoneses en sus casas permite dilucidar, aunque sea un poco, la situación que este líquido vive en el final del verano y el crecimiento de su horquilla de precios, que en un año ha aumentado cinco euros en el caso del virgen extra (de 3,88 euros el litro a 8,15 euros la misma botella).
«El problema principal es que hay muy pocas existencias», asegura Florentino Alfonos, propietario de Molino Alfonos, una almazara con sede en Belchite. Este almacenista asegura que el problema viene porque muchos productores «ya no tienen aceite para vender ni con el que comerciar».
La próxima cosecha, que arrancará en el mes de noviembre, es la meta a corto plazo para que el mercado recupere sus formas habituales. «Para mí, es parte de una psicosis colectiva en la que la gente compra tanto pensando que mañana no va a tener cuando vaya a la tienda«, detalla Alfonso, que certifica que el aceite con el que comercia «sube porque falta producto, porque la subida del precio de la luz, la inflación general o la guerra de Ucrania casi no tiene impacto».
Todo viene de antes, claro, porque si el campo no puede responder, la venta a los supermercados tampoco. «La cosecha fue pequeña», recuerda el propietario de este almacén de Belchite, que sigue sorprendido por el precio que hoy marcan las etiquetas de los mercados: «No pensaba que se iba a llegar a estas cifras». Insiste, una vez más, en que la causa de todo esta en que la gente «está haciendo demasiado acopio del producto».
La vista está ya fija en noviembre, cuando las máquinas regresen a los olivares en busca de uno de los productos más ansiados. Poco más de dos meses quedan para ese momento, pero las consecuencias para el mercado del aciete de oliva pueden ser garrafales. «Entiendo a la gente que utiliza otros productos para cocinar», añade Alfonso, que avista con temor el nuevo esquema que puede presentarse en los mercados: «Va a costar mucho recuperar la cuota de mercado que se pierda durante estas semanas». La baza, como casi siempre, la calidad del producto: «El aceite de oliva es muy sano, muy bueno y muy nuestro».
Malas cosechas
Si en las almazaras no se ve con mucha esperanza el corto plazo del aceite de oliva, en el campo la situación es muy parecida. «Llevamos tres cosechas, si contamos la que se empieza en noviembre, con muy baja cantidad», explica David Andre, responsable de olivar en la ejecutiva de UAGA. Para este agricultor, las últimas dos añadas se han quedado en «unas 700.000 toneladas a nivel nacional, lo que llamaríamos medias cosechas».
Cifras que causan, de manera directa, la subida de los precios: «La próxima cosecha va a tener los mismos registros que las dos anteriores», lamenta el productor, que entiende que con la baja producción de oliva «haya menos aceite y se produzca toda esta tensión en los mercados». El ascenso de los precios, para el sector, viene directamente causado por las «flojas» cosechas que el campo español registra en sus últimas temporadas. Respuesta que se ve también en las almazaras: «Están casi todas vacías».
Antes de llegar a las baldas de las principales cadenas de supermercados, los precios también han crecido considerablemente. POOLred, el sistema que utilizan los agricultores para conocer los precios a los que pueden vender su producción, no engaña. «Hace un año y medio vendíamos el kilo a unos 4 euros, sin contar el etiquetado y el envasado posterior. Hoy lo estamos vendiendo a más de 8,50 euros».
Una situación que puede extenderse durante el próximo año, porque la cosecha que arranca en noviembre no mejorará los resultados. «Lo que necesitamos es que llueva y podamos volver a producir a nivel nacional 1,3 toneladas de oliva», explica Andreu, que considera factible que los precios «regresen hasta los 5 euros, que son cantidades asumibles para productores y clientes de mercado».
El «esfuerzo» que hoy las familias hacen para mantener el aceite en su dieta es lógico para este agricultor. «No aconsejo abandonar este producto, porque está dentro de la dieta mediterránea y su repercusión anual al bolsillo no es tan elevada», cuenta Andreu, que entiende que toda la sociedad «tiene que hacer números y llegar a final de mes». Hoy, por desgracia, la calculadora echa humo cuando el aceite de oliva entra en el ticket.
El problema con el aceite de oliva no se queda en la cesta de la compra y salta a los fogones. Las alternativas ante el encarecimiento pasan por rebajar la calidad (adiós al virgen extra) o pensar en el aceite de girasol.
«No existe una alternativa con la misma calidad por menor precio», explica Cristina Sánchez, investigadora y profesora titular de Tecnología de los Alimentos, así como miembro del panel de catadores de aceite de oliva de Aragón. «Estando como está el mercado, no podemos pretender que la gente fría con aceite de oliva», comprende Sánchez, que invita a los ciudadanos a repensar los usos de este aceite: «Yo lo guardaría para aliñar unas ensaladas o para las tostadas, pero usaría el de girasol para freír».
Todo ello con la consciencia siempre activa de lo que estamos consumiendo. «No hay nada como el aceite de oliva virgen extra, porque la calidad va bajando», relata la investigadora, que señala al aceite de girasol «porque los refinados siempre pierden compuestos nutricionales y no son unos productos tan buenos».
El mensaje es la concienciación: «El consumidor medio no conoce las diferencias y hay bastante confusión con los tipos de aceite». La recomendación principal es «comprar todo etiquetado y bien envasado, sin prestarse a prácticas raras para que esta crisis no nos lleve a una situación como la de la colza». Deseando que esto no ocurra, Sánchez advierte de que el consumidor «tardará en reconocer un precio como justo» y el cliente «no volverá a comprar hasta que se abarate».