Como en el tango pero pujando alto, la última novela de Antonio Muñoz Molina parece decirnos que cincuenta años no son nada y no lo son especialmente en ese territorio tan difícil de cuantificar que es el recuerdo de quien arrastra tras de sí demasiado pasado. ‘No te veré morir’ (Seix Barral) es la propuesta más temprana de esta rentrée, una novela sobre un amor que no pudo ser. Él, Gabriel Aristu, decidió marchar a Estados Unidos en los 60 para acabar ejerciendo allí una carrera exitosa, ella, Adriana Zuber permaneció anclada en aquella España mezquina, a la que todavía le faltaba mucho tiempo para convertirse en otra.

Respecto a sus últimos libros, este es un regreso a la ficción pura, signifique eso lo que signifique.

Es que, a diferencia de otros amigos escritores a mí el órgano de la ficción se me atrofió durante la pandemia. Entonces solo podía observar lo que tenía a mi alrededor. Esta es una idea que arrastraba desde hacía años, que solo pude escribir después. Fue en Lisboa, una ciudad donde teníamos una casa que acabamos de vender y donde se me ocurrió el comienzo. Tiré de ese hilo y me dejé llevar por esta extraña historia de amor y de ensoñación.

El título está ligado a ese verso rotundo que Idea Vilariño le dedicó a su amante, Juan Carlos Onetti.

Yo les conocí a los dos, a Vilariño y a Onetti, y ese verso siempre me ha estremecido porque es una despedida sin paliativos. Para mí el título es muy importante porque te indica una dirección en la escritura y la alienta. A veces no he encontrado el título hasta tener el libro escrito y es algo que me pone muy nervioso.

«Envejecer es un aprendizaje. Algo que te enseña una determinada perspectiva sobre el pasado»

El libro es también una meditación sobre el paso del tiempo, sobre envejecer. El protagonista tiene 70 años, y aunque usted tiene tres menos, imagino que esa preocupación le acompaña estos últimos años.

Envejecer es un aprendizaje. Algo que te enseña una determinada perspectiva sobre el pasado. Cuando éramos jóvenes y nos hablaban de algo que había pasado 40 años atrás, como la guerra civil, por ejemplo, nos parecía algo poco menos que de la Edad Media. Yo ahora pienso en algo sucedido hace cuatro décadas, en 1983, y me acuerdo perfectamente: yo escribía en un periódico, había ganado el PSOE las elecciones… Que eso sea historia lejana y a la vez parte de mi memoria te crea un sentimiento perturbador.

Son las trampas de la percepción del tiempo.

Sí, y a la vez te da una cierta lucidez. Es un aprendizaje, pero un aprendizaje melancólico.

Otra constatación del paso del tiempo la da también el regresar a un lugar donde hace mucho que no se ha estado, como le sucede a su protagonista.

Sí, pero él se fue en un momento, el verano de 1967, en los que existía una verdadera distancia entre España y cualquier parte. Viajar entonces a California era como hacerlo a otro planeta. Hace solo 30 años todavía te ibas de una manera muy radical. Entonces te marchabas y lo hacías del todo. Recuerdo mi primera estancia en 1993 en la Universidad de Virginia. Entonces la comunicación telefónica era cara, los periódicos no llegaban. Yo solo leía la prensa española cuando iba a Washington y la sensación de lejanía era extraordinaria.

Ahora nadie se aleja de nada.

Así es. Ahora puedes leer tu prensa habitual desde Tahití gracias a internet. Pero aquello tenía algo bueno, te obligaba a estar plenamente en tu destino.

Uno de los personajes tiene el síndrome del impostor en Estados Unidos. ¿Cree que con los años los españoles nos hemos quitado ya el pelo de la dehesa?

Cuando yo tenía 20 años todos teníamos mucho complejo de inferioridad. Nos impresionaba el gendarme que en la frontera te pedía el pasaporte, y era lógico porque veníamos de una dictadura. Hoy ves a muchos españoles ocupando puestos como científicos, diplomáticos o trabajando en multinacionales, gente muy preparada. El personaje del que hablas es de mi generación…

De los apocados.

Sí y esto tiene que ver también con el carácter, porque hay quienes somos apocados en cualquier circunstancia. Recuerdo estar conversando una vez con un español que yo creía tenía sensaciones parecidas a las mías y recordamos ambos la primera vez que llegamos al aeropuerto de Chicago. Yo estaba abrumado por su inmensidad. Él por el contrario me dijo que aquello era cojonudo, que tenía la impresión de haber conseguido algo muy grande. Era el mismo lugar pero él se recordaba pisando fuerte y yo, encogido.

Utiliza en el libro un bonito verso de Eça de Queiroz que dice “con todos los amores que hay en el amor”.

Lo es y sigue de una manera tumultosa: “la amó con todos los amores que hay en el amor / con el amor del místico a su dios / con el amor del macho cabrío por la hembra….” Esa frase me la mando Elvira [Lindo] a Granada en un telegrama cuando empezamos a salir. Así que para nosotros tiene un significado especial.

«Se trata de ver qué proporción de realidad y de irrealidad hay en una pasión amorosa, está muy bien que las jóvenes se preocupen por ello»

Su libro no habla de todos los amores sino de un amor particular, el amor como ensoñación, como fantasía. Ahora las jóvenes empiezan a considerar el amor romántico como una trampa.

Pero eso siempre ha sido así. La pasión amorosa tiene un componente de fantasía. No hay más que leer el Quijote. El modo en que el amante proyecta sobre la otra persona sus deseos. El amor debería tener un equilibrio entre la ilusión, la excitación que provoca esas ensoñaciones, y la realidad. Es una especie de dialéctica, aunque la palabra sea muy antipática. Se trata de ver qué proporción de realidad y de irrealidad hay en una pasión amorosa, eso creo que cada uno lo ha experimentado a su manera cada vez que se ha enamorado y está muy bien que las jóvenes se preocupen por ello. Como escritor me resulta fascinante la manera en la que interviene la fantasía, especialmente la masculina, frente a una concepción femenina totalmente distinta.

Antonio Muñoz Molina. David Castro


¿De ahí se deriva que la pasión solo puede ser breve?

Esa es una falsa idea. A veces la vida te enseña que la intensidad y la duración pueden ser compatibles.

Se ha atrevido a escribir una cuarta parte de esta novela sin un solo punto. ¿Se ha convertido en un escritor experimental?

Quería que se mantuviera el fluir apasionado y continuo de esa frase pero que no fuera fatigoso. Puse un cuidado muy grande en evitarlo. Todo está muy construido no es una acumulación.

En el libro compara las frases interminables de Proust con Bach. ¿La música le ha servido de modelo?

En las suites de Bach, que al protagonista le gusta tocar, puedes escuchar esa cosa continua. Es algo obsesivo que va avanzando sin detenerse. Esa inspiración musical era muy importante no solo como tema argumental sino también como inspiración en su forma.

Antonio Muñoz Molina. David Castro


En el libro se describe al protagonista como alguien muy formal. Alguien que parecía mayor cuando era joven. ¿Le ha dado su propia formalidad al protagonista?

No (ríe), él es mucho más formal que yo.

Un hombre atrapado por la formalidad.

Claro, yo por suerte no he tenido que pasarme la vida en papeles de representación. Este es un hombre que se ha instalado en el peculiar mundo de la alta filantropía cultural de Estados Unidos donde la gente suele vestir de etiqueta y desarrolla habilidades de actor.

«Un país que se ha desarrollado democráticamente como España no se merece una visión apocalíptica»

¿Cómo ha vivido los días de incertidumbre respecto a la posibilidad de que Vox pudiera llegar al gobierno?

Pues fatal, muy mal. Han sido días muy difíciles porque el miedo no era abstracto. Se podía ver lo que estaban haciendo en Baleares, Castilla y León, Extremadura y Valencia. Acabando con cuestiones de igualdad o de medioambiente que llegan a la brutalidad como arrancar carriles bici, que son más caros de quitar que de mantener, en el verano más caliente de la historia. Bien, espero que finalmente Sánchez, con su conocida potra, consiga organizar un gobierno razonable. Eso es lo que espero, como demócrata y como socialdemócrata.

Antonio Muñoz Molina. David Castro


Marcados por la polarización. ¿Alguna vez dejaremos de ser un país cainita?

No, yo no creo que sea así. Hay una cultura política, y en parte periodística, muy agitada por las deleznables redes sociales, pero la sociedad española no es así. Creo que somos una sociedad bastante avanzada en muchas cosas. Y aquí expongo otra lección de la edad. A mí no tienen que contarme lo que fue una dictadura clerical, militarista y homófoba, lo he vivido. Un país que se ha desarrollado democráticamente como España no se merece una visión apocalíptica.