La anochecida ya estaba avanzada cuando José Garrido y Andrés Roca Rey atravesaban en hombros de la multitud la puerta principal de la plaza de toros de Tarazona. Habrá que llamarla así hasta que se embellezca como merece, a compás del resto del garito, cada día más hermoso y distinguido. Ahora, ese pasadizo parece más el portón de un almacén de patatas. Pero… al tiempo.

De las instalaciones y comodidad de la cosa darán buena cuenta el presidente del gobierno de Aragón Jorge Azcón, cuyo anfitrión Luis María Beamonte y el alcalde Tono Jaray escoltaron en todo momento. Quizá se le haría larga una función (duró tres horas) que comenzó con retraso por la demora de Roca, alojado por lo que se ve en el más allá. Si reglamentariamente tienes que estar en el patio de cuadrillas quince minutos antes y además llegas otros tantos tarde, es que vas media hora desfasado. Un Casio para el fenómeno, ya.

Como desfasado con respecto al resto fue el segundo toro de la tarde, un ejemplar mini y abecerrado, una nadería impropia que se coló por alguna razón en un lote que tuvo presencia incluso por encima de lo que un mandón como Roca puede embarcar un 28 de agosto para una plaza de tercera categoría.

El encierro de la familia Capea tuvo formas muy alejadas del prototipo Murube que pinta toros cortos, redondos y llenos, pegados a tierra, de cabeza acarnerada y caras acucharadas. Por contra, fue lote fue muy suelto de carnes, altón, algunos toros de amplia caja, poco armónico… La cosa intriga sin llegar a ser mosqueante.

Fácil manejo y escasas fuerza

Pero el conjunto tuvo un denominador común, su fácil manejo y escasas fuerzas. El quinto no pasó el corte y tras derrumbarse en varias ocasiones fue devuelto. Su sustituto, un toro feote, agalgado y largo, avacado y de negra encornadura con la marca de Loreto Charro, no se dio por aludido en los primeros tercios.

Fue picado al relance en la puerta de toriles y banderilleado superior por Viruta y Paquito Algaba. Roca lo vio pronto, apostó sacándoselo más allá de las rayas, amasando, amasando, consintiéndole de inicio y desengañándolo sin permitir enganchones ni violencia.

Cuando ya le bajó los humos, el toro era otro. Ahí fue acortando terrenos para reducirlo en un entorno de rácano diámetro en el que los pitones entre muletazos le rozaban la taleguilla amenazadoramente una y otra vez. Ahí el peruano se siente cómodo y es la palanca que dispara los ánimos en los tendidos, lo que se espera de él. Valentía sin llegar a la temeridad; su figura enhiesta sobrevolando el orgullo herido del animal derrotado. Sometido totalmente el toro le sopló un sopapo desprendido que necesitó de un descabello pero que no fue obstáculo para que el presidente mostrara los dos moqueros. Misión cumplida. Roca satisfizo a su clientela.

Toro de calidad superior para José Garrido

Claro que el festejo venía ya lanzado después de que José Garrido se topara con un toro de calidad superior (con el hierro de Capea aunque todos lucieran la misma divisa) que le regaló un sinfín de embestidas muy humilladas, para gozarlo de principio a fin y al que acabó cortándole las orejas tras una faena muy extensa, sin cumbres memorables pero de muchos muletazos limpios y templados. En su lote, el mejor sin duda, también cupo un toro primero con un pitón derecho inexplorado y con un largo metraje pero… sin mensaje.

El esfuerzo y la insistencia llevaron el sello de un Pablo Aguado, defendiendo el toro tercero para que no se escachara, más al jornal y en el de los candiles, también pesadito acumulando muletazos sin priorizar el gobierno de la lidia.

LA FICHA

Cinco toros de la familia Capea (2º, 4º y 5º con el hierro de Carmen Lorenzo) y un sobrero de Loreto Charro (5º bis). José Garrido, ovación y dos orejas; Roca Rey silencio y dos orejas tras aviso; Pablo Aguado silencio tras aviso y silencio. Tres cuartos de entrada. Tres horas de duración. Terminó bajo luz artificial.