Alex es un profesional de los llamados viajantes porque se pasan el día de acá para allá. Empezó cuando era sólo un chaval, acompañando a su padre y aprendiendo el oficio recorriendo pueblos y ciudades. Hoy, casi tres décadas después, siempre que es posible usa el AVE para ganar tiempo en sus desplazamientos. En el tren no sólo ha descubierto otra manera de viajar sino también la inspiración para dar rienda suelta a su vocación de escritor.
Alex es comercial de fertilizantes y productos fitosanitarios. Un trabajo que le ha permitido recorrer media España y que le exige muchos kilómetros de coche y también frecuentes viajes en AVE. “Siempre me ha gustado conducir pero el verdadero placer de viajar lo he encontrado en el tren. Y en concreto en el Coche en Silencio de los trenes de alta velocidad. Hasta el punto de que esos trayectos antes interminables que implica mi trabajo dejaron de ser tediosos y dejé de considerarlos tiempo perdido para empezar a apreciarlos como tiempo de ocio y de disfrute”. Cuenta Alex que en el tren se convirtió en un lector voraz, sobre todo de thrillers y novela negra, aunque también se ha atrevido a hincarle el diente a los clásicos.
Con el tiempo, su afición por las letras ha ido creciendo hasta el punto de que ha empezado a inventar sus propias historias. Son casi siempre relatos sin pies ni cabeza, párrafos sueltos que se le ocurren, descripciones de paisajes que serían el escenario perfecto para un truculento crimen o un amor clandestino, personajes inspirados en sus tratos con agricultores y hombres y mujeres de campo, argumentos apenas esbozados de rencillas de familia, masías heredadas o abandonadas, distopías de tiempos de sequía… “En mi cabeza bullen las ideas y se me ocurrió que podría empezar a escribir alguna, solo por probar. No son nada del otro mundo, pero me divierte y me resulta muy satisfactorio”. Viajar es una fuente inagotable para alimentar su imaginación y esa vocación de escritor en ciernes y no es raro que encuentre la inspiración entre los pasajeros del tren.
Como aquella vez que una chica lloraba en el Coche en Silencio. Al principio, tal vez por no contravenir las normas, lo hacía calladamente pero, poco a poco, los sollozos iban in crescendo y llamaron la atención de los pasajeros más próximos. Alex, que viajaba frente a ella, observaba disimuladamente cómo trataba de encontrar algo de intimidad poniéndose la capucha de la sudadera y lloraba con los ojos cerrados, limpiándose las lágrimas con la manga. Finalmente, su compañera de asiento le ofreció un pañuelo y rompió la ley del silencio por simple y llana humanidad: “¿Te encuentras bien? ¿Puedo ayudarte?”. Ella se agarró al clavo ardiendo del desahogo y contó que después de un año estudiando en Santiago de Compostela, el curso había terminado y volvía a casa. “Ha sido un año increíble y son muchas despedidas”. A medida que los kilómetros desfilaban por las ventanillas del tren la conversación iba entrando en detalles. Un chico canadiense. Un primer amor. Un final inevitable. Un corazón roto. “El Coche en Silencio -explica Alex- está pensado para que los viajeros puedan trabajar con tranquilidad o relajarse y descansar. Las normas dicen que no se puede hablar por teléfono ni mantener conversaciones largas entre pasajeros, hay que usar auriculares para escuchar audios o videos y silenciar los dispositivos electrónicos. Hay personas más flexibles y tolerantes, pero en general a la mínima ya hay alguien que hace ‘¡chiissstt!’ o te lanza una mirada furibunda en cuanto suena el silbidito de un mensaje de WhasApp. Esta vez, sin embargo, no fue así. Era tanta la ternura que despertaba la chica, que nadie chistó reclamando silencio. ¡Está claro que nos gusta el drama y un drama de amor, más que ninguno!”. Por supuesto, Alex anotó la anécdota en su cuaderno de ideas y quién sabe si tal vez algún día nos topemos en cualquier librería con una novela sobre una chica enamorada que lloraba en el tren.