Finisterre fue para los antiguos el fin de la tierra, el lugar donde empezaba el mar tenebroso, en el que los fenicios y los celtas levantaron altares para alabar al dios sol y también para los romanos, que estaban convencidos de que la tierra era plana y que, en ese lugar, se encontraba la puerta hacia el más allá.

Hoy, ese mar infinito y ese sol descendiendo lentamente, nos regalan atardeceres bellísimos cuando comparten el horizonte y nos iluminan con rayos de todos los colores hasta que la noche cae y bajo nuestros pies parece abrirse un abismo sobrecogedor, con el mar rugiendo y el viento lanzando aullidos y ráfagas que incluso sin haber temporal, parecen querer arrancarnos del suelo y llevarnos volando hacia lugares desconocidos.

Turismo de Galicia

Finisterre hay que disfrutarlo de día y vivirlo de noche, cuando la magia de lo desconocido nos sobrecoge y nos fascina.

Cuenta la historia que dónde hoy se asienta el faro ya hubo otros antes, desde casi la noche de los tiempos, y que con sus luminarias prevenían a los barcos de la cercanía de una costa escarpada y difícil, tan complicada que en los últimos cien años ha sido testigo y causa de casi 150 naufragios.