Tras haberse quedado con la miel en los labios, ahora vuelve a la carga. El ambicioso y polémico ministro del Interior francés, Gérald Darmanin, fracasó en julio en su objetivo de que lo designaran primer ministro. Pese a una primera mitad del año muy ajetreada en Francia —con la oleada de protestas contra la reforma de las pensiones y la revuelta de las ‘banlieues’ a finales de junio—, el presidente Emmanuel Macron mantuvo en su cargo a Élisabeth Borne, aunque se trata de la jefa de Gobierno más impopular de su presidencia. Las aspiraciones de Darmanin, de 40 años, se vieron frustradas.
Un mes después, el ministro del Interior vuelve a estar en el centro de los focos en el país vecino. Por primera vez, Darmanin organizó este domingo un mitin con sus simpatizantes, ministros y diputados afines, tanto del partido de Macron como de Los Republicanos (LR, derecha). Los cronistas de la vida política gala han visto en este acto en Tourquoing —una modesta localidad en la periferia de Lille donde ejerció como alcalde entre 2014 y 2017— la primera demostración de sus ambiciones de cara a las elecciones presidenciales de 2027. «Lo que me preocupa ahora es lo que sucederá en 2027», dijo a mediados de agosto Darmanin en una entrevista con el diario conservador ‘Le Figaro’.
Debido a la limitación constitucional de dos mandatos consecutivos, Macron no podrá presentarse en las próximas presidenciales. Y la batalla de sucesión ya ha empezado. El mejor posicionado en esta carrera interna, según los sondeos, es el exprimer ministro Édouard Philippe. Pero también se mueven entre bambalinas el ministro de Economía, Bruno Le Maire, y el del Interior. Todos ellos proceden de la órbita de la derecha republicana. De los tres, Darmanin es el que disimula menos sus ambiciones, que exasperan a algunos sectores del macronismo. «Estamos en 2023, preparamos 2024. Para 2027, aún falta mucho», defendía esta semana Borne en declaraciones a la emisora de radio France Bleu.
Siguiendo los pasos de Sarkozy
A pesar de tratarse de un dirigente muy criticado por la izquierda y colectivos feministas —le reprochan las varias acusaciones de abuso sexual que pesaron sobre él, aunque fueron archivadas por la justicia—, Darmanin cuenta con sus padrinos. Por un lado, Bernard Arnault, el presidente de Louis Vuitton y el hombre más rico del planeta según Forbes que movió sus tentáculos (sin éxito, de momento) para que lo designaran en Matignon, según explica esta semana el digital ‘Politico’. Por el otro, el expresidente Nicolas Sarkozy, que es el mentor político del ambicioso ministro.
En su último libro de memorias, que llegó esta semana a las librerías francesas, el dirigente conservador no escatima sus elogios del que antaño fue su delfín y dirigió su campaña en las primarias de LR de 2016. «¿Sabrá dar el último paso, el paso último, aquel que lleva hasta la presidencia de la República? Lo deseo, ya que tiene unas cualidades evidentes», escribe Sarkozy en ‘Le Temps des combats’.
«A Sarkozy le interesa tener a gente cercana al frente del país, debido a sus números ‘affaires’ —investigado por hasta cuatro casos de corrupción y que en mayo se convirtió en el primer expresidente de la República condenado en segunda instancia a una pena de prisión—. Fue cercano a Macron durante un tiempo, pero ahora se desmarca de él, ya que sabe que pronto no le servirá para nada e intenta catapultar a Darmanin», explica a El Periódico de Catalunya, del grupo Prensa Ibérica, el periodista de investigación Laurent Valdiguié, de la revista ‘Marianne’ y coautor del libro ‘Gérald Darmanin, le baron noir du Président’.
Darmanin «representa una forma de sarkozismo», añade Valdiguié, sobre un ministro cuya trayectoria mantiene similitudes evidentes con la del expresidente. «Se trata de un político chapado a la antigua, que ha ido subiendo los peldaños poco a poco», explica sobre el actual responsable del Interior. Antes de llegar al Gobierno, ejerció como concejal municipal, alcalde y diputado. Y como Sarkozy, ha ejercido como ministro de Finanzas y le gustaría utilizar la Plaza Beauvau —sede del Ministerio del Interior— como catapulta hacia el Elíseo. Así sucedió en el caso de su mentor que, tras la revuelta de las ‘banlieues’ de 2005, se convirtió en el gran protagonista del segundo mandato de Jacques Chirac y lo relevó dos años después.
¿El macronismo se dividirá?
Dieciocho años después, Francia vivió a finales de junio una oleada de disturbios parecida tras la muerte del adolescente Nahel, disparado a quemarropa por un agente de policía en Nanterre, en la periferia oeste de París. La gestión de esa revuelta y el hecho de que se terminara relativamente rápido —en seis días, mientras que duró tres semanas en 2005— hicieron creer a Darmanin en sus posibilidades de que lo nombraran primer ministro. Al final, se quedó con las ganas. Macron optó por pocos cambios en su remodelación gubernamental. Y ahora parece tomarse su peculiar revancha organizando su propia ‘rentrée’.
«Un estrecho colaborador de Édouard Philippe me dijo que Darmanin es un animal político y que está dispuesto a todo para lograr su objetivo«, afirma Valdiguié, quien no descarta que el macronismo se divida en más de una candiatura de cara a 2027. El mismo Macron ha advertido sobre la posibilidad de que «el bloque central que he construido se divida» y el «riesgo de no estar en la segunda vuelta», en una entrevista publicada recientemente en la revista ‘Le Point’.
En el seno del macronismo, cada vez más anclado en el centroderecha o la derecha, Darmanin se presenta como el más cercano a las «clases populares». Utiliza para ello sus raíces familiares: su padre era el responsable de un bar y su madre trabajaba como limpiadora. Su estrategia con tintes populistas parece un calco de la aplicada por Sarkozy en 2007. Entonces, logró seducir a una parte considerable del electorado de ultraderecha con un lenguaje directo y provocador y con medidas duras en materia de seguridad e inmigración. Pero dos décadas después, no está nada claro que ese estilo aporte los mismos resultados. Los votantes prefieren a menudo al original (el lepenismo) que la copia.
Además, el balance de Darmanin al frente del Interior resulta más bien sombrío. No solo han sido recurrentes los problemas de delincuencia y las polémicas por el uso abusivo de la fuerza policial contra manifestantes, sino también ha quedado marcado por sus frases provocadoras. En febrero de 2021, le dijo a la ultraderechista Marine Le Pen que era «demasiado suave». Un año después, tachó de «ecoterroristas» a militantes ecologistas radicales. Unas declaraciones que pusieron en el centro de los focos a este ambicioso ministro, pero también banalizaron el lenguaje y las ideas de la extrema derecha.