Zygmunt Bauman, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2010, sostenía que el mundo actual se caracteriza por su estado fluido y volátil. Es lo que él mismo denominó “modernidad líquida”. Según el sociólogo, filósofo y ensayista vivimos en una era en la que las relaciones personales tienden a ser frágiles y efímeras, ya que las personas están constantemente buscando nuevas oportunidades y conexiones, cansándose rápidamente de las relaciones que establecen sin llegar a profundizar en ninguna de ellas, lo que está generando una sensación de incertidumbre e inestabilidad en la vida cotidiana, ya que las personas luchan por encontrar un sentido de pertenencia y seguridad en un mundo en constante cambio.

En este contexto, la psicóloga Paula Rodríguez afirma que establecer relaciones que no estén basadas en el consumismo es mucho más complicado hoy en día. “Esta modernidad líquida ha cambiado notablemente la manera de relacionarnos con los demás. Estamos en una era en la que se ha instalado la cultura del check list, que, bajo mi punto de vista, es la más clara expresión del consumismo aplicado a las relaciones humanas”, analiza.

Y profundiza en esta idea: “Bajo esta cultura del check list evaluamos y seleccionamos a las personas y las relaciones, del mismo modo que nos compramos un coche o un móvil; es decir, basándonos en una lista de requisitos o expectativas preestablecidas. Así, en lugar de permitir que las conexiones se desarrollen de manera natural y auténtica, se tiende a juzgar a las personas en función de si cumplen con ciertos criterios específicos como la apariencia física, el estatus social o los logros profesionales, entre otros. Esta dinámica impide el establecimiento de relaciones genuinas y significativas”.

Las redes sociales también tienen mucha culpa en este tipo de relación entre las personas. “La fugacidad y superficialidad de las interacciones virtuales es una de las características clave de la sociedad líquida. Las conexiones pueden formarse rápidamente, pero también pueden desvanecerse con la misma rapidez, sin dejar una huella duradera”, advierte la psicóloga del gabinete PersonalMind. “Además, la imagen y la apariencia se han vuelto prioritarias en las redes sociales, lo que promueve una cultura de hedonismo, perfección y comparación constante”. Como muestra, solo hay que fijarse “en la manera en la que las personas se presentan en línea, siempre felices, siempre bellos, esbeltos, perfectos… Una pantalla bajo la que ocultar todas las imperfecciones por el miedo a no ser ‘elegido’”, apunta.

“Estamos perdiendo la capacidad de establecer vínculos significativos y auténticos”. Paula Rodríguez – Psicóloga




Por otra parte, “las redes sociales han expandido notablemente las oportunidades de conocer a otras personas, con lo que es muy fácil deshacerse de alguien cuando en la red hay millones de candidatos posibles a cumplir nuestros criterios de selección. Pero claro, esta búsqueda de la perfección nos lleva también a no conformarnos con nada”, sostiene.

¿Es fácil detectar a las personas líquidas? Paula Rodríguez apunta que este tipo de personas “suelen evitar el compromiso y la estabilidad emocional”: “Pueden manifestar una falta de interés en construir un futuro juntos, mostrando una actitud más orientada al presente y sin planes a largo plazo; también pueden evadir responsabilidades compartidas, como evitar tomar decisiones importantes en conjunto o comprometerse en proyectos comunes, preocuparse por el día a día de las personas con las que se relacionan o incluso ignorar sus necesidades y momentos de malestar”.

“Viven bajo el verbo ‘fluir’ utilizado como excusa perfecta para no comprometerse con nadie. Y a la mínima que no cumpla con el check list, se rompe la relación sin dar más explicaciones que “lo nuestro no fluye”. De hecho, las personas líquidas muestran una tendencia a aplicar el pocketing: ocultar sus relaciones a su entorno social y familiar, sin integrarlas completamente en su vida, para que sea más fácil tanto descartar a estas personas como establecer vínculos con otras”, afirma la experta.

De este modo, vivir en una sociedad líquida puede afectar negativamente a la salud mental de las personas. “La constante incertidumbre y el cambio pueden generar altos niveles de estrés y ansiedad, ya que las personas se enfrentan a la presión de adaptarse continuamente a nuevas circunstancias y demandas y, sobre todo, a la necesidad de mostrarse siempre ideales y perfectas”, explica. “La falta de estabilidad en las relaciones sociales puede generar sentimientos de inseguridad, desorientación y aislamiento, lo que puede contribuir al desarrollo de trastornos del estado de ánimo como la depresión. El reinicio constante de relaciones que no llegan a ninguna parte aumenta el miedo al abandono y a la soledad, lo que conduce a las personas a aceptar cualquier tipo de relación por no sentirse solas y rechazadas. Además, las expectativas poco realistas de perfección y gratificación inmediata pueden generar frustración y desilusión cuando las relaciones no cumplen con estas. Por otra parte, la falta de profundidad en estas relaciones puede dificultar enormemente el desarrollo de habilidades sociales para construir relaciones satisfactorias y significativas en el futuro”.

Y va más allá: “Estamos perdiendo nuestro valor esencial como seres humanos, la capacidad de establecer vínculos significativos, profundos y auténticos con el simple objetivo de disfrutar de nuestra relación con los demás”. “Sin nuestra condición social, desligada del interés reproductivo para la continuidad de la especie, ¿qué nos diferencia del resto de los animales?”, reflexiona Rodríguez.