Con la llegada de la nueva propiedad, un nuevo mundo de posibilidades se abrió para el Real Zaragoza. De posibilidades, esperanza y fundado optimismo por la potencia financiera del grupo comprador. Sin embargo, ha habido que tener calma. En este tipo de estructuras tan voluminosas, el efecto de las medidas tarda en apreciarse. Son como los pasos de los elefantes, lentos pero muy firmes. La hoja de ruta económica, inmobiliaria y social ha ido cumpliendo con éxito sus etapas de acuerdo a un calendario de actuaciones progresivas diseñado con el desembarco y que incluyó desde el principio importantes aportaciones de capital que han ido transformado por completo la realidad del club y más que lo harán en adelante, la intención imperturbable de construir un nuevo estadio y el cuidado del zaragocismo, la joya de la corona.

En la primera temporada, a la nueva propiedad le falló la cuarta pata de su banco: la deportiva. La SAD cometió varios errores significativos, con la renovación de Miguel Torrecilla y la contratación de Juan Carlos Carcedo a la cabeza. El diseño de la plantilla fue deficiente, el tiempo perdido muy elevado y de aquellos lodos llegaron los barros posteriores. La campaña del estreno del grupo de Jorge Mas y compañía fue pobre en el césped y realmente decepcionante. Se esperaba otra cosa, pero no penalizó. La masa social no miró al dedo sino a la luna y supo separar el grano de la paja.

 

Había proyecto, lo superficial se arrinconó y lo esencial se mantuvo en primera línea. En la segunda temporada, el proyecto económico ha seguido su curso robusteciendo los pilares deportivos, la idea del estadio ha avanzado por el buen camino aunque a trompicones y la masa social ha crecido todavía más. El Real Zaragoza 23-24 ha tenido tres grandes aciertos: el fichaje de Juan Carlos Cordero, la continuidad de Fran Escribá y la utilización del ‘Moverse, maños, moverse’ como canalizador de emociones y sintonía del asalto al ascenso.

La contratación de Cordero ha sido el euromillón del verano. El director deportivo le ha dado la vuelta a la plantilla y ha elevado su calidad de manera espectacular con fichajes extraordinarios para la categoría. La continuidad del entrenador fue también un acierto, aunque como cualquier cosa en el fútbol tendrá que reafirmarlo con resultados, de momento perfectos: nueve puntos de nueve posibles. Escribá es un hombre experimentado, tranquilo, con bagaje futbolístico, nivel táctico, las intenciones adecuadas para una plaza como esta y conocedor del camino que va de Segunda a Primera. Es, además, un magnífico portavoz. Tiene clase, educación y verbo.

El uso del ‘Moverse, maños, moverse’ como hilo conductor de la campaña de abonados y su posterior conversión en el himno de la temporada ha transportado la relación entre la grada y el equipo a otra dimensión incluso superior, ha convertido La Romareda y el entorno de las redes zaragocistas en un volcán de sentimientos y ha conseguido que las emociones estén permanentemente a flor de piel. Ha calado en la grada y se ha metido de lleno en el vestuario. Ha trascendido y será un impulso toda la Liga. Cordero, Escribá y la canción perfecta. La suma de todos estos factores ha dado ya sus primeros frutos y aventura un gran resultado final.