El sector industrial es estratégico en la innovación, por eso el proceso de desindustrialización está íntimamente ligado al retraso de España en materia innovadora. Avanzar ahora tiene obstáculos, y uno de ellos es la formación, también la continua. Y los expertos alertan: sin personal formado no hay un potente desarrollo innovador, sino que se queda en la pura invención. Hay más barreras, y directivos y empleados coinciden en algunas, como es el conservadurismo de la dirección de las compañía y la resistencia al cambio y el miedo de los trabajadores. La razón fundamental es que si se quedan sin trabajo, su formación se ciñe a la tarea concreta que desempeñan, por lo que quedan fuera del mercado laboral. Salvo que se les recicle.

Estas son algunas de las conclusiones de los tres primeros ponentes del curso titulado «Innovación y competitividad. De los hechos a las políticas» que comenzó ayer y continuará esta mañana en el marco de los Cursos de la Granda, y que clausurará el consejero de Ciencia, Empresas, Formación y Empleo, Borja Sánchez.

José Molero, Jaime Laviña y Santiago López analizaron las carencias del sistema español de producción e innovación, así como las oportunidades que ofrecen los Fondos Europeos de Recuperación para incrementar los recursos dedicados a la tecnología y la innovación. Pero para ello, los especialistas coincidieron en la necesidad urgente de modificar políticas. Para ello se presentaron dos informes poco conocidos para intentar averiguar el impacto real de la innovación en las empresas.

José Molero, catedrático emérito de Economía Aplicada de la Universidad Complutense de Madrid y presidente del Foro de Empresas Innovadoras, presentó una investigación realizada a partir de una encuesta con más de 400 directivos de distintas empresas. «No es cuantitativa, sino cualitativa, de opinión, y ese es su valor», remarcó.

A partir de esta matización, señaló que más del 50% del gasto en inversión en España lo hacen multinacionales, aunque el estudio se centró fundamentalmente en pequeñas y medianas empresas. El 85% de los encuestados entienden que la innovación está muy extendida, lo que es cuando menos llamativo porque según las estadísticas oficiales de 2020, el porcentaje de empresas innovadoras es del 22%. Uno de los grandes handicap es la escasa colaboración entre las empresas y la carencia de un estudio sobre el impacto real de las ayudas públicas a la innovación.

«La gestión de las capacidades propias es la clave del éxito. Aumentarlas en un entorno colaborativo es fundamental», aseguró el profesor Molero. Y resumió otras tareas pendientes, como medir el impacto de la innovación en la cultura y la gestión empresarial, y superar obstáculos como los financieros –créditos–, y las contrataciones.

Tras analizar la percepción de los directivos sobre la innovación, intervino Jaime Laviña, socio fundador del Foro de Empresas Innovadoras y asesor en proyectos de innovación, tecnología y responsabilidad social corporativa. Su ponencia se titulaba «El impacto de la innovación en las condiciones de trabajo», y se basó en el resultado de una investigación realizada en colaboración con el sindicato Comisiones Obrera. Una de las conclusiones fue que a mayor esfuerzo tecnológico por parte de las empresas, mayor salario medio, aunque su efecto no se ve con carácter inmediato. Destacó que los trabajadores entienden que la calidad en el empleo, sin embargo, depende de la evolución del ecosistema empresarial y del entorno, que su participación en la estrategia y valoración de los resultados es prácticamente nula y que las empresas se resisten a formar a sus plantillas más allá de lo necesario para su puesto de trabajo. «La tendencia que reflejan en las encuestas no es favorable para ellos», resumió Laviña.

Santiago López, director del Instituto de Estudios de Ciencia y Tecnología de la Universidad de Salamanca, expuso la ineficiencia de las políticas aplicadas hasta ahora en innovación, pero centró sus críticas especialmente en la formación. «El problema del sistema está en el final de la cadena, en los trabajadores. El modelo mental es lineal: ciencia, innovación, investigación aplicada y venta. Hay que romper esa dinámica porque si no tenemos quien esté formado para producir, a esos trabajadores cualificados, nos quedamos en la invención, no en la innovación», señaló. «Esto es lo que se denomina el coste de oportunidad de la creatividad sobrante, y de eso en España tenemos muchos ejemplos».

El Grupo Daniel Alonso y los astilleros Armón y Gondán, ejemplos a seguir

El Grupo Daniel Alonso, del que nació la multinacional Windar Renovables, y el sector naval asturiano son ejemplos prácticos reales de la apuesta por la innovación y la tecnología, según los expertos Jaime Laviña y Santiago López. Ambos coincidieron en señalar que el empresario Daniel Alonso empezó con un pequeño taller y él mismo fue innovando y formando a su personal hasta convertirse en el grupo industrial en el que se ha convertido. En su seno nació Windar Renovables, un gigante de componentes para parques eólicos. Ese mismo esquema es el que han seguido los astilleros Armón y Gondán, posicionados en los primeros puestos a nivel internacional apostando por la innovación y la tecnología. La conversación gira entorno a las antiguas escuelas de aprendices, en las que se habían formado los profesionales de décadas anteriores. Eso, dicen los expertos, hay que recuperarlo adaptado al siglo XXI.

«El modelo ideal es que un estudiante de FP, un trabajador y un doctorando trabajen juntos en un proyecto de innovación. Pero está lejos de ser una realidad», señaló Laviña. España «lleva medio siglo viviendo en la anomalía formativa, y este año hay por primera vez más matriculaciones en FP que en Bachiller, e incluso egresados universitarios se matriculan en FP y sin complejos», añadió el experto en innovación.