Desde que el presidente ruso, Vladímir Putin, acusara a «terroristas ucranianos pagados por Kiev» de asesinar a dos miembros del FSB —antiguo KGB— y prometiese que «esa acción no quedará impune», la hostilidad entre Moscú y Kiev se ha ido incrementando día tras día. Este viernes, el Ministerio de Defensa ruso, a través de un comunicado remitido a la agencia estatal de noticias del país, ha anunciado el despliegue de misiles antiaéreos de última generación S-400 en la península de Crimea, anexionada por Rusia en mayo de 2014. Estos cohetes, que ya han sido entregados a las tropas, son capaces de impactar contra objetivos situados a 400 kilómetros de distancia.
Por si fuera poco, para poner más carne en el asador, el primer ministro ruso, Dimitri Medvédev —cabeza de lista del partido de Vladímir Putin, Rusia Unida, en las elecciones parlamentarias que se celebrarán en septiembre de este año—, ha asegurado ayer que el Kremlin estudia cortar todas las relaciones diplomáticas con Kiev, algo que ya comenzó en julio, cuando Rusia retiró su embajador de la capital ucraniana.
Filtrar a los «espías rusos»
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«No me gustaría que tengamos que llegar a este punto, pero si no hay más opción, Putin hará lo que sea necesario», dijo Medvédev a la prensa sobre una decisión que, de producirse, debilitaría el más que incipiente proceso de paz en el este de Ucrania. Por su parte, el ministro de Asuntos Exteriores ucraniano, Pavel Klimkin, ha amenazado con imponer el sistema de visados para los ciudadanos rusos que quieran entrar en territorio ucraniano para así poder «filtrar a los espías rusos que trabajan para desestabilizar Ucrania».
Ante esta situación, el presidente ucraniano, Petró Poroshenko, pidió el jueves el inicio de conversaciones telefónicas con Putin, algo a lo que el presidente ruso se ha negado públicamente.