Tomo prestado el título de una novela corta de mi entrañable vecino, primero, compañero después en las tareas educativas, y amigo para siempre, José Luis Aguirre, fallecido el 2014. Es simple coincidencia y motivo de recuerdo. Recién publicada la obra, me regaló el libro. El motivo de que hablemos ahora es la perennidad de la estrecha relación humana risa-llanto, binomio que el filósofo Bergson supo magistralmente combinar entre la risa y la seriedad, un difícil encaje de bolillos.
Estamos en un momento crucial, la elección de un presidente, la llamada investidura, cosa que, cuando menos, representa una incertidumbre, cuya incógnita se despejará de manera inminente, al parecer. Y desencadenará, sin duda, la risa o alegría para unos y el llanto para otros, aunque lo ideal sería que satisficiera a la ciudadanía para el bien de todos, y a todos nos concierne. Habrá, finalmente una decisión real, y punto, guste a tirios o a troyanos.
Y volviendo a lo que decíamos, principal motivo de esta modesta aportación, la risa como motivo de la comicidad, al menos decía eso la sentencia bergsoniana, aunque, como en el caso del filósofo presocrático Crisipo de Solos, la cosa acabó en tragedia: un ataque de risa, después de una buena comida y no menos suave bebida, le provocó una asfixia por un chiste, de la cual murió rápidamente. Pura, y desgraciada, anécdota. Consecuencia que no hubiera aprobado el insigne Freud, en su ‘El chiste y la relación con el inconsciente’, obra clave para entender el sentido de esta figura, tan entrañable, por otra parte. Decía, de nuevo Bergson, que una sociedad sin lloros es una sociedad sin alma, pero una sociedad sin risa es una sociedad sin razón. Más claro, agua. La dimensión social de la risa y el humor es innegable. Son cosas serias.
Hasta Nietzsche, radical y delirante, de aspecto serio, solía decir que, en plena calle, se reía a carcajada sonora cuando en un momento dado recordaba un chiste que le habían contado. Por eso decía: el hombre sufre terriblemente en el mundo que se ha visto obligado a inventar la risa.
No es tiempo de llorar, pues, antes o después de los acontecimientos, sino de esperar que llegue el momento de hacerlo con una sonrisa, mejor que con una lágrima.
Recuerdo un refrán escocés -si no me confundo–, que dice: «Sonría (o ría), por favor, da más luz que la electricidad y cuesta menos». Refrán significativo, que incita a seguirlo. Y sonriamos ahora por el triunfo en el Mundial Femenino de Fútbol.
Profesor