El 5 de septiembre de 1987, Freddie Mercury decidió celebrar su 41 cumpleaños con una fiesta que superase cualquier otra de las que hubiera organizado anteriormente. Tratándose del líder de Queen, el reto no era sencillo. En 1978, con motivo del inminente lanzamiento del LP Jazz, el artista alquiló el Fairmont Hotel de Nueva Orleans para agasajar a quinientos invitados, algunos de los cuales aún recuerdan a los desnudos camareros encargados de servir las copas y los enanos que, con bandejas en la cabeza, se paseaban por el lugar ofreciendo cocaína boliviana a los asistentes. Unos años después, en 1985, transcurridos apenas dos meses desde la coronación de Queen como mejor banda de rock en el concierto Live Aid de Wenbley, el cantante celebró su cumpleaños en el club Hendersons de Munich con una fiesta inspirada en la Black & White de Truman Capote, pero tan extrema, que habría sonrojado al autor de Desayuno con diamantes.
Sin embargo, la fiesta de 1987 era diferente. No estaba asociada a un evento trascendente en la carrera de la banda, ni respondía a una fecha especial en la vida del cantante, que ya había cumplido los cuarenta el año anterior y, lamentablemente, no llegaría a cumplir la siguiente década. De hecho, la razón por la cual Mercury decidió tirar la casa por la ventana en ese cumpleaños fue haber sido diagnosticado de VIH, enfermedad que, en esa época, tenía una alta tasa de mortalidad.
«Cuando le pregunté sobre el presupuesto se rió y me respondió que no había. Si hubiéramos querido hubiéramos podido congelar la piscina y poner elefantes patinando sobre ella. Solo quería que fuera una fiesta salvaje», recordaba Tony Pike. Este empresario australiano se había afincado en 1978 en Ibiza, donde convirtió una antigua casa rural en un coqueto hotel de apenas veinte habitaciones por el que pasaron, entre otros, Boy George, Kurt Cobain, Robert Plant o George Michael, que sería el que realmente haría que el Hotel Pike se convirtiera en el refugio de las estrellas del pop internacional.
En 1985, Wham eligió el lugar como escenario para el videoclip de Club Tropicana, cuyos primeros versos describían bastante bien lo que era ese exclusivo hotel mediterráneo: «Let me take you to the place where membership’s a smiling face / Brush shoulders with the stars / Where strangers take you by the hand / And welcome you to wonderland from beneath their panamas» [«Déjame que te lleve allí donde el carné de socio es una cara sonriente / Allí donde te rozas los hombros con las estrellas / Donde los extraños de toman de la mano / Y te dan la bienvenida al país de las maravillas desde debajo de sus sobreros panamá»].
Un ser humano maravilloso
«Conocí a Freddie justo después del Live Aid. Ya conocía a Jim Beach [representante de Queen] pero no había coincidido con ninguno de los miembros de Queen. Un día me enteré que habían llegado Freddie y sus amigos al hotel. Bajé al patio para saludar a Freddie personalmente y me dio el más convencional de los apretones de manos, acompañado de un igualmente convencional ‘Hola’. Eso fue todo. No dijo una palabra más. Su séquito incluía a Jim Hutton, Peter Straker y Peter Freestone. Ocuparon la parte más antigua del hotel para facilitar las cuestiones de seguridad y, sin decir nada más, Freddie pasó a mi lado y desapareció dentro. Pensé: ‘Oh, no, esto va a ser muy complicado'», relataba Tom Pike sobre su primer encuentro con Freddie Mercury que, a partir de entonces, comenzaría a frecuentar un hotel en el que no pasaba precisamente desapercibido.
«Era un ser humano maravilloso, muy atento a las necesidades de los demás y disculpándose siempre por cualquier cosa que pasase. Se mostraba eternamente agradecido con el personal simplemente por hacer su trabajo, pero así era él», recordaba Pike, siempre atento a las necesidades de sus clientes y muy especialmente las de Mercury. «Cuando estaba aquí, Freddie disfrutaba de las cenas, jugaba al tenis a menudo y yo jugaba con él, aunque en realidad era más un maniquí que un jugador. También le gustaba entretener. Podía estar tumbado junto a la piscina y, de repente, decía: ‘Ve a buscar el piano’. Aunque un piano es un poco pesado, seis hombres conseguían transportarlo tambaleándose y Fred tocaba y cantaba para todos, no solo su propio repertorio». Todas las declaraciones de Pike que aparecen en estas líneas están extraídas de una entrevista en The Independent y de los libros Freddie Mercury: The biography y Queen: the definitive biography, ambos de Laura Jackson.
Una celebración mítica
Más de quinientos invitados se desplazaron hasta Ibiza para celebrar el cumpleaños de Freddie Mercury. Entre ellos, Julio Iglesias, Grace Jones, Jean-Claude Van Damme, Kylie Minogue, Bon Jovi, Boy George, Tony Curtis, Naomi Campbell o los miembros de Spandau Ballet. Solo faltó Elton John. Por esa época, el autor de Rocket Man estaba siendo objeto de un escándalo provocado por unos falsos reportajes publicados por The Sun en los que se afirmaba que había contratado los servicios de chaperos menores de edad. Si bien había demandado al diario de Rupert Murdock y posteriormente conseguiría una indemnización de un millón de libras, el músico consideró que, en ese momento, no era conveniente dejarse ver en una fiesta que, antes de celebrarse, ya era un escándalo por su más que previsible promiscuidad y consumo de drogas.
Según recordaba al diario británico The Independent, Pike nunca surtió de estupefacientes a sus invitados. Su política en esos temas era ‘BYOD’, siglas de ‘Bring Your Own Drugs’ [trae tus propias drogas]. Una filosofía que solo rompería en 1990 cuando, ya muy enfermo, Mercury pidió que le consiguiera cocaína. Pike fue a ver al jefe de policía local, admirador de Queen, y le contó su problema. «No fui arrestado. Dejémoslo ahí», recordaba el hostelero que, salvo comprar droga, hizo de todo para que el 41 cumpleaños de Mercury fuera todo un éxito, a pesar de los 232 vasos rotos y algún otro imprevisto.
Para la ocasión, el hotel estaba decorado con miles de globos dorados y negros rellenos de helio, que se tardaron tres días en inflar y que estuvieron a punto de causar una catástrofe. Para impresionar a una de las invitadas, uno de los asistentes decidió quemar uno de ellos con un mechero, lo que hubiera provocado una explosión en cadena, de no ser porque los responsables del hotel se lo impidieron antes. También hubo problemas con la tarta, una impresionante creación de repostería que representaba la Sagrada Familia de Gaudí que, unas horas antes de iniciarse el evento, se desmoronó. Finalmente tuvo que ser sustituida en tiempo récord por otra de dos metros de longitud decorada con las notas de Barcelona, la canción que el artista había grabado unos meses antes con la soprano Montserrat Caballé.
La fiesta se alargó durante tres días, se consumieron trescientas cincuenta botellas de champán Moet & Chandon, se lanzaron fuegos artificiales que se pudieron ver desde la vecina isla de Mallorca, a más de cien kilómetros de la fiesta, y nada más finalizar, comenzó la leyenda sobre el evento. Los tabloides ingleses, por ejemplo, llegaron a publicar que los organizadores ofrecieron a los invitados cocaína en lugar de azúcar para aderezar los cereales del desayuno. «Nunca lo entendí —protestaba Tony Pike–. ¿Acaso tú le pondrías cocaína a los cereales?».