Esta semana se denunciaron varias agresiones sexuales en grupo en España y lo que sale en los medios, advierte la profesora de Enfermería e investigadora de la Universidade de Santiago (USC) Nuria García Couceiro, es solo “la punta del iceberg” de lo que está sucediendo. Entrevistas a más de mil estudiantes universitarios gallegos revelan una casuística que los expertos ven “alarmante”: al menos una de cada diez jóvenes –son chicas las víctimas en el 90% de los casos– declara haber sufrido algún tipo de agresión sexual al salir de fiesta; en casi uno de cada diez episodios los agresores eran más de uno (sobre todo hombres) y en un tercio de casos ya había ocurrido antes.
Ocio nocturno, fiestas universitarias y consumo de alcohol constituyen “un peligroso caldo de cultivo para las agresiones sexuales y la sumisión química”, sostiene el profesor de la USC Antonio Rial Boubeta para resumir un estudio realizado por investigadores de su equipo y coordinado por García Couceiro que aborda el fenómeno de forma exploratoria. La encuesta se dirigió al alumnado de la Universidade de Santiago –campus de Santiago y Lugo–, pero, con la debida “cautela”, matiza Rial Boubeta, los datos recabados podrían generalizarse a las tres universidades de la comunidad. Y es que, alega, la USC no es una excepción a una tendencia que, igual que pasa con nuevas modas de consumo de sustancias, se está importando desde los campus estadounidenses, donde las tasas, como apunta la investigadora García Couceiro, son similares a la obtenida en Galicia.
Ese cóctel explosivo habría dejado en los campus universitarios un 12,3 por ciento de víctimas de agresiones sexuales en noches de fiesta, una cifra que, traducida a números absolutos, considerando el alumnado de grado y máster en Santiago, rondaría las 2.400 víctimas y, de extrapolarla a todo el sistema universitario gallego –con más de 56.000 inscritos en ese tipo de titulaciones– a cerca de siete mil, unas seis mil de ellas chicas.
Si el año pasado investigadores coordinados por el experto en adicciones Rial Boubeta concluían, tras entrevistar a más de 7.200 alumnos de secundaria gallegos, que un 1,7% de menores habría sufrido algún episodio de asalto sexual en el ocio nocturno bajo el consumo de sustancias, el nuevo análisis desvela que entre universitarios de entre 18 y 30 años esa casuística casi se multiplica por siete. Ese 12,3% sería el porcentaje que responde afirmativamente a la pregunta de si llegaron a “aprovecharse sexualmente” de ellas/os tras haber consumido alcohol u otras drogas.
Ese consumo, en general, fue voluntario. Casi un 93% de víctimas informa de que ingirió alcohol motu propio esa noche y eso ratifica la idea de los expertos de que esa es la “principal droga facilitadora del asalto sexual” y no la burundanga. Si bien una de cada tres tiene la certeza o la sospecha firme de que le fue suministrada otra sustancia “sin su consentimiento”, los datos hacen que los autores se inclinen por hablar de “vulnerabilidad química” y no de “sumisión química”. A la hora de la prevención, incide Rial Boubeta, discernirlo tiene “muchas implicaciones”. No se trata, insiste, de “justificar a los agresores ni de demonizar a las víctimas”. Concede que las personas tienen derecho a salir sin por ello sufrir agresiones, pero advierte que consumir alcohol en formato de atracón hace que la “vulnerabilidad” se acreciente y ve “muy difícil” luchar contra las agresiones sexuales en el ocio juvenil sin solventar el problema de la ingesta de alcohol, que es cada vez más precoz y en forma de atracón.
También de cara a la prevención ve “clave” tener en cuenta que las víctimas tienen un mayor nivel de exposición en las redes sociales y “en ocasiones un perfil de riesgo bastante marcado”. Para el también doctor en Psicología Social, el estudio muestra el lugar que ocupa en la sociedad actual el sexo “como producto de consumo”, cómo las nuevas generaciones “están cosificando más” a las mujeres y que en las redes sociales se da un esquema donde “ellas son el producto y ellos el consumidor”.
El grueso de víctimas conocía al agresor y había consumido alcohol libremente
Hay dos aspectos que revelan las entrevistas y que para los autores hacen que el fenómeno revista, si cabe, una gravedad mayor: el grueso de las víctimas –casi siete de cada diez– conocía a su agresor o agresores de antes y en casi una tercera parte de los casos no era la primera vez que ocurría. “Si en dos de cada tres casos son de su entorno, probablemente podríamos inferir que son compañeros de la universidad”, alega el profesor, a quien ese dato le hace cuestionarse “qué tipo de educación superior estamos dando; desde luego, en valores, no”.
Con todo, asegura no sorprenderse de que en uno de cada diez casos informados el asalto sea grupal. Alude de nuevo a un caldo de cultivo precedente que tiene “mucho que ver” con esa educación en valores de fondo, el tipo de relaciones que se establecen en las redes sociales y el consumo de pornografía. Solo falta el alcohol para prender la mecha.
«Es una expresión más de violencia de género y hay que sensibilizarla como tal»
Irene Márquez – Autora del estudio
El estudio sobre agresiones en el ocio nocturno universitario coordinado por la doctora Nuria García Couceiro desvela datos que ahondan en la “preocupación” de los investigadores: solo una de cada diez víctimas acude a urgencias y una de cada 20 denuncia. El “problema que hay en los campus” es, a su juicio, “muy alarmante”, requiere muchos más estudios “en profundidad”, que administración y universidades sean “parte activa” de esa investigación y que a partir de ahí los campus diseñen protocolos para visibilizar el problema y actuaciones preventivas.
¿Qué concluyen del estudio?
Es un estudio exploratorio que halla una tasa de agresiones sexuales facilitadas por drogas del 12,3% en la USC y en la mayoría de casos no es sumisión química, sino vulnerabilidad. Es un estudio relevante para nosotros es porque no hay estudios a nivel poblacional en España. Hay datos de las fuerzas de seguridad, que alertan del aumento de estos casos, y sobre poblaciones clínicas, pero lo que llega es la punta del iceberg porque solo un 12% pide atención sanitaria y un 5% denuncia. El resto son víctimas silentes. Necesitamos estudios para saber cuántos son de nuestros jóvenes, de nuestros universitarios, de nuestras mujeres en general, porque para mí es un problema, una expresión más de la violencia de género y creo que hay que visibilizarlo como tal. Este estudio científico, con rigor, nos da una idea de la magnitud del problema y es importante. Los organismos públicos deben ponerse las pilas y estudiarlo. Porque, si no, trabajamos sobre cifras que nos muestran la punta del iceberg.
¿Qué lecciones se extraen de cara a la prevención?
Estamos ante un problema de salud pública porque vemos un consumo de sustancias muy elevado, mucho más, en las víctimas que en las no víctimas: en alcohol es 20 puntos superior y en cannabis, triplica las cifras. O sea, que parece que va de la mano del consumo de sustancias. Hay también conductas de riesgo online como sexting, contacto con desconocidos y usos problemáticos de internet significativamente mayores en víctimas que en no víctimas. Por tanto, debemos seguir con la labor de prevención y orientarla más a estos colectivos y a los consumos y las conductas de riesgo. Estaríamos previniendo la vulnerabilidad. Por otro lado, las consecuencias en salud mental: es una agresión que triplica las tasas de depresión y ansiedad y, por tanto, los problemas de salud mental en jóvenes, y que hay que hacer un seguimiento a las víctimas.
¿Pueden tener miedo a denunciar?
Por un lado sí, un miedo que tiene cualquier mujer al denunciar una agresión sexual, a que no te crean. Cuando hablamos del consumo de las víctimas y de sus conductas de riesgo eso no quiere decir que la culpa sea de las víctimas. Como investigadores y profesionales sanitarios ponemos el foco ahí de cara a la prevención. En ese ámbito hay que abordar también la educación afectivo-sexual, destinar más fondos y poner más empeño en que sea efectiva. Necesitamos educar a los jóvenes en la diversidad, y no pensando en la víctima, sino en el agresor.
No es infrecuente, por lo que dicen, que sean agresores, en plural…
Es lo que más salta a los medios, pero porque está ahí, y hay una tendencia a que esto suceda cada vez más.