En el verano de las elecciones, de los resultados insuficientes de unos y otros, de los pactos vergonzantes, en el verano de Daniel Sancho, aparece Leonor de uniforme como un bálsamo nacional.
Había una gran expectación en torno al ingreso de la princesa de Asturias en la Academia General Militar de Zaragoza. La despedida familiar a la puerta del centro ya tuvo el jueves los ingredientes necesarios, si no para conmover, al menos para simpatizar. Con la corona, con sus miembros o con todo. El trolley negro, anodino, enorme de Leonor. La pala derecha de su camisa por fuera del pantalón, en un último capricho de informalidad que dentro no le van a permitir. El abrazo de la madre, y la ilusión óptica de que en la mano llevara las llaves del coche. La actitud de todos como un poco cortados ante el paseíllo, ruborizados por el compromiso fotográfico, en un síntoma de cómplice intimidad familiar de la que apetece formar parte y que ya se advirtió en el posado estival en los jardines de Alfabia.
En uniforme y perfectamente zurda, Leonor se antoja como la promesa de algo excepcional en medio de la pavorosa ordinariez española
Un día después se difundieron las primeras imágenes de Leonor en uniforme, que en pocos minutos corrieron como la pólvora de móvil en móvil, de costa a costa. En posición de firmes con gorro de campaña. Rodilla en el suelo, con una cantimplora en la mano, atendiendo instrucciones para montar su equipo. O rodeada de compañeros, todo chicos, en un aula tomando notas.
Sentada en ese pupitre corrido, escribiendo en una espartana y diminuta libretita de gusanillo con un minúsculo bolígrafo de bolsillo, muchos reparamos por primera vez en que Leonor es zurda.
Leonor ha sido la princesa protegida. Hasta ahora se la ha visto poco. Siempre en entornos controlados por el protocolo, en situaciones ajenas por completo a la naturalidad. Los comentaristas reales vienen criticando este régimen de comunicación estricto, quizá deficiente, que implica que estemos conociendo tarde a Leonor y a Sofía, como a unas primas lejanas que todo el mundo se hubiera olvidado de mencionar. El afán protector que se tiende a achacar a la madre ha tenido la virtud de generar cierto misterio alrededor de la ya de por sí misteriosa Leonor, que indudablemente mira y se mueve de una manera especial. Y que además es zurda.
Solo el 13 por ciento de los hombres son zurdos. El porcentaje se reduce aún más entre las mujeres: un nueve por ciento. El zurdo es una rareza que produce inquietud en culturas de todo el mundo desde que existen memoria y registros de ello. Del mismo modo que el incesto es un tabú universal, el zurdo ha sido hasta hace pocas décadas una anomalía indeseable que era recomendable corregir. En las escuelas, los niños zurdos eran condicionados –léase castigados– para que cambiaran de mano para escribir. En otra época, probablemente, la condición de zurda de Leonor hubiera sido un problema a resolver o un indicio de ineptitud para el desempeño de sus altas responsabilidades.
Pero hoy Leonor se aparece en uniforme, con la mirada azul y un poco acuosa por los nervios, a punto de cumplir 18 años y perfectamente zurda, y se antoja como la promesa de algo excepcional en medio de la pavorosa ordinariez española, que ha normalizado anomalías menos edificantes que la zurdera, como que un señor sea al mismo tiempo prófugo de la justicia del país y llave de su gobernabilidad.
En febrero de 2018, hace algo más de cinco años, Leonor protagonizó un primer acto oficial en el que pronunció unas primeras palabras emocionantes, cuando su padre le impuso el Toisón de Oro en el Palacio Real. Aquella fue también una aparición balsámica. Fernando Savater escribió entonces en su columna de El País que Leonor, «tan guapa y formal, tan irresistible», «tan protegida por tu familia, tan desamparada ante el vendaval del futuro imprevisible», es «la princesa de los que preferimos ser ciudadanos sin república a republicanos sin ciudadanía».
Puede ser superstición taumatúrgica, alimentada además por la coloración medieval de su nombre, pero de repente la condición de princesa zurda de Leonor se presenta como otra señal para adherirse a la causa. Por pura simpatía. Y avalados hoy por el gol con la zurda de Olga Carmona, la heroína trágica del Mundial que ha conseguido que señores de 70 años vayan por la calle viendo el fútbol femenino en el móvil como antaño escuchaban a García en el transistor.