Begoña M. Deltell, en la primera galería Aural, en 2005. | GUILLERMO SALUS

El cierre de Aural, la única galería de arte superviviente en Alicante hasta hoy, es harto elocuente sobre lo que pinta la ciudad en el contexto artístico y cultural dentro de nuestro país. Por cuestiones políticas hay quienes miran con cierto desdén hacia Cataluña y el País Vasco, sin darse cuenta de que en materia cultural nos llevan algunas generaciones de adelanto. Poseen unas dotaciones e infraestructuras culturales que ni siquiera los alicantinos que están naciendo este año podrán legar a sus hijos. También ciudades como Santander, donde un banco señero ha sido capaz de transformarla. Urbes todas ellas donde existen bibliotecas abiertas durante toda la jornada, también los domingos, repletas de espacios multiusos.

Pero no hay que irse tan lejos. En Murcia se celebra el IBAFF, uno de los festivales de cine más valientes del país, y la Filmoteca Regional acoge una ratio de espectadores altísima. El Centro Párraga acogió montajes que sólo pasaron por Madrid y Barcelona.

Mientras, en la ciudad del Hércules, la Santa Faz y las Hogueras, muy pocos parecieron enterarse de ello. Ahora que el Instituto Nacional de Estadística confirma que la provincia de Alicante vuelve a ser la cuarta de España, y para fin de año superará los dos millones de habitantes, su capital puede quedar en evidencia con una oferta cultural tan mermada.

A todo esto, en pleno agosto la castigada biblioteca provincial del Paseíto de Ramiro continúa sin aire acondicionado. Parece toda una metáfora que refleja bien la obsolescencia a la que camina la cultura en Alicante. Olvidada (o despachada) por todos hasta en las campañas electorales con un par de lugares comunes: de la Británica a las Cigarreras.