Zaragoza a vista de pájaro y desde la azotea de casa. Todo un lujo. En la capital aragonesa hay una veintena de edificios que despuntan entre el resto de urbanizaciones por su altura y que reciben el honorable y popular título de rascacielos, aunque hay discrepancias entre los expertos urbanistas, que más bien las definen como «torres».
Rascacielos o torre, todo el protagonismo va a parar indiscutiblemente a Torre Zaragoza, con 106 metros de altura y 30 plantas, el más alto de todo el valle del Ebro. «Estos edificios son singularidades en la capital, donde no es frecuente ver grandes rascacielos como en Madrid o Barcelona», explica el director de la Cátedra Territorio, Sociedad y Visualización Geográfica de la Universidad de Zaragoza (UZ) con el ayuntamiento, Ángel Pueyo, que entre otros muchos títulos es catedrático de Geografía Humana de la UZ.
Si por algo se diferencia Zaragoza es por su compacidad, es decir, por la proximidad de los equipamientos, distribuidos en un espacio más o menos limitado que permite acceder en menos de 15 minutos a cualquier servicio, ya sea un supermercado, un hospital, un centro deportivo o una panadería. De ahí que Zaragoza sea la ciudad de los 15 minutos, los que cuesta llegar a cualquier lugar «En otras similares como Valencia, Bilbao o Touluse, con las que se nos compara, pierden mucho más tiempo en sus desplazamientos habituales, como ir al trabajo, al supermercado o al centro de salud. Eso aquí no pasa», explica el urbanista.
A 60 metros de altura
En la capital hay 17 edificios de más de 60 metros de altura que sobresalen por unos complejos residenciales que de media rondan los 10 pisos y concentran un elevado número de vecinos, lo que provoca que Zaragoza sea «una ciudad compacta», matiza Pueyo. De hecho, la densidad poblacional es de 55,9 habitantes por kilómetro cuadrado.
Cuando estas urbanizaciones empezaron a florecer en la ciudad ya se veían con recelo desde los edificios de cuatro, seis u ocho alturas donde, además, vivían familias de más de cuatro personas en pisos de 50 o 60 metros cuadrados. «En Delicias o Las Fuentes, eso era lo normal hasta que iniciaron su expansión en los años 80 y su población empezó a repartirse», explica el director de la Cátedra Territorio, Sociedad y Visualización Geográfica.
De la veintena de «torres» que hay construidas — «más que rascacielos, son torres», insiste Pueyo–, siete se han construido en la última década y otras ocho en los años 70. El primero de gran altura, La Adriática, de 40 metros y 12 pisos, data de 1953 y se construyó en pleno centro, en el Coso. Ahora es uno de los más emblemáticos. Un adjetivo que comparte con la Torre del Agua, de 78 metros y 19 alturas, la Torre de Aragonia, también con 78 metros de alto, o el World Trade Center en el Actur, otra torre de oficinas de 77 metros.
Las ubicaciones, la clave
«Se construyen en zonas peculiares», prosigue Pueyo, donde el Plan General de Ordenación Urbana (PGOU) permite una mayor edificabilidad en parcelas más pequeñas, como Torre Zaragoza en el barrio del AVE o la futura que se pretende construir en los antiguos suelos del Portillo, que tendrá 20 alturas y capacidad para 220 viviendas. De esta manera se liberan espacios que pueden destinarse a equipamientos y servicios.
«En un único edificio puede haber tantas familias como en una urbanización de diez alturas pero que ocupa una superficie mucho más grande», añade Pueyo, que insiste en las zonas elegidas para estas grandes torres. «Son espacios mucho más apetecibles para las promotoras», como el barrio del AVE, en plena expansión y dirigido a un público más selecto, con más poder adquisitivo.
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El precedente del Hotel Corona, la discoteca Flying o el talle Bonafonte
Su construcción no es tarea sencilla pues los permisos de seguridad que deben cumplir las constructoras son muy exigentes. La norma en la capital aragonesa está marcada por el pasado. Los fatídicos y mortales incendios del taller de Tapicería Bonafonte (1973), del Hotel Corona (1979) o de la discoteca Flying (1990) han contribuido a que la legislación sea «dura y exigente», apunta Pueyo.
«Construir edificios de tanta altura resulta mucho más caro por las exigencias técnicas que deben cumplir las promotoras y contratistas», explica, ya que deben cumplir una serie de medidas para poder actuar frente a una situación de emergencia. Por ejemplo, los ascensores de Torre Zaragoza disponen de evacuación automática a la planta más cercana en caso de que se produjera un corte en el suministro eléctrico y el edificio tiene terrazas-refugio.
Su impacto visual, a debate
Otro debate, más de la calle, se centra en la idoneidad de construir grandes torres junto a inmuebles de cuatro o cinco plantas, como sucede en La Almozara. En este barrio, sus vecinos rechazaron tajantemente la construcción de la plaza Europa de 61 metros de alto y 20 plantas (cuando finalice la segunda fase) que, además de hacerles sombra, tiene un importante impacto visual en plena ribera del Ebro, la avenida principal de la capital.