Otro verano, Barcelona ha seguido al pie de la letra el guion del culebrón de la inseguridad. Empezamos pidiendo más mossos, seguimos persiguiendo a manteros y acabamos señalando a jueces y fiscales porque no meten en la cárcel a los detenidos por la policía. De por medio, a algún medio serio se le fue la mano y casi publica la lista de los reincidentes con nombres y apellidos. Si lo hubieran compartido en una red social, ya estarían quemados en la plaza pública. Solo nos falta pedir una reforma del Código Penal. Lo más barato y menos efectivo contra la delincuencia es hacer leyes. Todo llegará. ¿Por qué hemos llegado hasta aquí? Hay un incremento real del número de delitos contra la propiedad. Las causas son diversas. Barcelona es una capital global y, por lo tanto, hay más mercado para los hurtos y robos sin violencia. También hay guerras entre clanes. Los mensajes de las instituciones en los últimos tres o cuatro años han sido contradictorios y han emitido señales que podrían ser de ambigüedad. No hay que olvidar que uno de los vectores de la victoria en las urnas de Barcelona en Comú fue la emisión del documental Ciutat morta en el prime time de TV3, un duro alegato contra la Guardia Urbana. Contra este cóctel, Manuel Valls organizó su campaña electoral: mano dura, más Guardia Urbana y fuera manteros. Si el problema, como dice ahora Foment, es que los detenidos no van a la cárcel, ¿para qué se necesitan más agentes o perseguir al top manta? La teoría psicodélica del ‘conseller’ Miquel Buch no aguanta la prueba empírica. A muchos nos han robado la cartera en las tiendas de más lujo del paseo de Gràcia.
La izquierda se ha metido en un lío. George Lakoff publicó en 2004 un libro ilustrativo, ‘No pienses en un elefante’. Le contó a los demócratas norteamericanos que era imposible ganarles las elecciones en el campo de juego semántico de los republicanos. Si se enfrentaban a los Bush debatiendo en su agenda (los republicanos tienen de mascota a un elefante), nunca iban a ganar las elecciones. Obama rompió el maleficio, con su agenda propia y su movilización de los electores a través de las redes sociales. Valls no ganó las elecciones, pero ser decisivo le ha permitido imponer su agenda.