Colgarse el oro. Levantar el trofeo. Dar la vuelta de honor. Que vuele el confeti y que recaigan los elogios y los vítores sobre ti. Es el sueño de cualquier futbolista. Todas quieren llegar allí, pero solo unas pocas consiguen hacer de ello su objetivo y acabar cumpliéndolo. Inglaterra vivió uno de los momentos más dulces de su historia el verano pasado. Las jugadoras dirigidas por Sarina Wiegman se proclamaron campeonas de Europa en el estadio de Wembley, ante su propia gente, en una fiesta sin parangón. Ahora quieren revivir el momento en Sídney.
El centro de gravedad de la selección inglesa está en el banquillo. Sarina Wiegman es considerada como la mejor entrenadora del mundo, no solo por su talento y conocimientos futbolísticos, sino por su gestión del vestuario y su talante cercano. Su manual parece sencillo: fluir con el balón, generar peligro desde la posesión y aprovechar las acciones ofensivas. Esa fórmula que en la Eurocopa dio resultados históricos, en el Mundial se le empezó atragantando. Una solución táctica como es el cambio de sistema (pasó a un 3-5-2) permitió al equipo volver a sentirse protagonista controlando los encuentros.
Las bazas de esta Inglaterra son claras. Keira Walsh, su cerebro sobre el césped, es indiscutible en el once, como también lo es la otra azulgrana de la plantilla: Lucy Bronze. Ahora, uno de los grandes peligros del conjunto de Wiegman es Lauren James. La delantera, que expulsada en octavos de final, ha cumplido dos partidos de sanción y reaparecerá para la final contra España.
Sin embargo, esta selección no es todo lo buena que podría ser. Pese a su correcta puesta en escena en este Mundial, Inglaterra ha tenido notables bajas. La primera, la de su capitana. Leah Williams se rompió el ligamento cruzado anterior de la rodilla en abril. Además, Sarina Wiegman tampoco ha podido contar con la máxima goleadora de la pasada Eurocopa, Beth Mead.
Dos modelos no tan distintos, con centros del campo decisivos, se verán las caras este domingo en una final histórica.