María López dormía perfectamente pero, hace un año, comenzó a sufrir insomnio crónico, una epidemia silenciosa que se ha multiplicado en los últimos años. Si en el año 2000 el 6% de los españoles padecía este trastorno, en 2018 lo sufría el 14% y en la pandemia se disparó temporalmente al 57%. El problema es que las noches tórridas que provoca la actual ola de calor afectan especialmente a los insomnes. «Hace un mes había empezado a mejorar pero he recaído. Anoche me desperté a las dos y ya no volví a pegar ojo —explica María—. Cuando me desvelo me entra la psicosis de que el calor me va a volver a impedir dormir bien y me da miedo volver a la casilla de salida, estoy desesperada».
Y no es la única. Temperaturas por encima de los 25º C a la hora de dormir afectan a cualquier persona más allá de la edad y de problemas previos. Barcelona suma ya dos noches tórridas y un grueso de vecinos, de mayores a niños, acusan dificultades para descansar. «Esta noche sentía cómo me sudaban los párpados», afirma Montse, de 50 años. «Yo no he pegado ojo, me he levantado más de cinco veces, hasta he leído un libro que he encontrado en el salón. No paraba de sudar y al final he podido descansar un poco a un metro del ventilador», relata Xavier, barcelonés de 17 años.
Los efectos del calor
Pero, ¿qué provoca exactamente en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo el calor que nos impide dormir bien? Las altas temperaturas, a partir de 22º o 23º C y en función de si hay más o menos humedad, causan varios procesos. Por un lado, las neuronas que están en el hipotálamo y controlan el sueño y la vigilia «se guían por la luz y la temperatura corporal y, si esta es más alta, cuesta más dormir», explica Diego Redolar-Ripoll, neuropsicólogo y profesor de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC). Asimismo, «con las temperaturas altas se activan ciertas partes del sistema nervioso para intentar evitar el sobrecalentamiento del cuerpo y eso indica a nuestro cerebro que estamos en vigilia», añade y pone como ejemplo el sudor como mecanismo destinado a bajar la temperatura.
Por último, un tercer factor sería que el calor «puede ser un agente estresante y por ello liberar sustancias que impiden el sueño, como el cortisol, y activar el sistema nervioso simpático».
«La temperatura es fundamental en el ritmo circadiano de 24 horas y necesitamos que la temperatura baje para que se segreguen las hormonas que nos permiten dormir, como la melatonina», resume a su vez Ainhoa Álvarez, coordinadora del grupo de trabajo de insomnio de la Sociedad Española del Sueño.
Todos estos procesos se desencadenan en la mayoría de las personas durante las noches tropicales, pero los más vulnerables son aquellos que ya sufren insomnio crónico, sobre todo si este está ligado a la ansiedad. «La ansiedad activa el sistema nervioso simpático y el calor echa más leña al fuego», ejemplifica Redolar. Por todo ello, las consultas a los especialistas o la ingesta de fármacos para dormir se incrementan durante las olas de calor. Las altas temperaturas no provocan un insomnio crónico, es decir, prolongado en el tiempo, sino que este suele desaparecer cuando los valores bajan, pero sí provoca que las personas insomnes recaigan. «Vemos en las consultas muchas recaídas», ratifica la doctora Álvarez.
Y un problema añadido es que menos de un tercio de las personas con problemas para dormir buscan ayuda profesional, según cálculos de la Sociedad Española de Neurología. El resto se medica por su cuenta con fármacos más suaves y de eficiencia dudosa, como los jarabes o pastillas con melatonina, y otros más fuertes y que crean dependencia, como tranquilizantes y somníferos. De hecho, España es líder en consumo de ansiolíticos e hipnóticos. En la última década la venta de medicamentos para conciliar el sueño ha aumentado un 21%.
Las consecuencias
El problema es que dormir es un proceso fisiológico de vital importancia para la salud integral del ser humano. La evidencia científica indica que no descansar bien durante un tiempo prolongado tiene efectos cognitivos, en la memoria a corto plazo y en la velocidad de procesamiento de la información, al tiempo que provoca cefaleas, más fatiga y falta de energía. Asimismo, causa una mayor apetencia por grasas e hidratos de carbono y, por tanto, empeora la dieta. Algunos estudios indican que afecta al sistema inmunitario y, a largo plazo, se convierte en un factor de riesgo a la hora de desarrollar enfermedades degenerativas.
Pese a ello, el insomnio es un trastorno creciente en España y en la mayoría de los países occidentales debido al estilo de vida actual, hiperproductivo e hiperconectado. Cada vez se busca abarcar más, pero como no hay tiempo de conciliarlo todo, apuntan los especialistas, a menudo las preocupaciones se llevan hasta la cama y dificultan la buena calidad del sueño.