Todo el mundo debería saber (aunque los implicados siempre son los últimos en enterarse) que inundar de flores y regalos el terreno baldío del amor que se ha ido es una pérdida de tiempo y de energías. Si ella ya no te quiere, ya le puedes regalar un collar o hacerle llegar un ramo de rosas, que nada hará cambiar su decisión. Le puedes hacer, incluso, un ingreso de 65 millones de euros. Nada. La decisión está tomada.
Este es el resumen de las declaraciones en el juzgado de Corinna zu Sayn-Wittgenstein: «Supongo que él tenía la esperanza de recuperarme». Él es el rey emérito y, francamente, pone el listón muy alto para todos aquellos que piensan que, con gestos tan románticos, podrán rehacer el calor de las antiguas brasas. Juan Carlos I no le hizo llegar esta cantidad notable de pasta para blanquear nada ni para esconderse de prácticas oscuras, sino «por gratitud y por amor», que pronto está dicho. 65 millones de gracias y de corazones rotos. El monarca emérito debería leer a J.V. Foix: «Qué puedo hacer yo, Francesca, que puedo decir, si con los ojos cerrados ya sé lo que escribes: No me llenes más de flores, ya no te quiero». Y quien dice Francesca, dice Corinna.