En un túmulo funerario (kurgan) excavado en la ciudad rusa de Inozemtsevo, en el Cáucaso, los arqueólogos descubrieron hace unas décadas un gran recipiente de bronce con trazas de varias reparaciones. Por el contexto en el que fue hallado, se interpretó que el objeto, probablemente utilizado para prepara comida o algún tipo de bebida, debió pertenecer a algún miembro o familia de la élite de la cultura Maikop, desarrollada entre los años 3700 y 2900 a.C. y caracterizada por las tumbas dentro de grandes montículos de tierra que solían estar acompañadas de un rico ajuar de piezas de metal elaboradas en oro, plata y distintas variantes de cobre.
Este objeto y otros similares que se han recuperado en contextos funerarios de esta cultura prehistórica son los calderos metálicos más antiguos de Europa, creados entre 3520 y 3350 a.C. según los resultados del radiocarbono. Son artículos raros y costosos de fabricar, quizá también un símbolo hereditario de esa élite social. Un nuevo estudio de algunos de ellos ha permitido ahora identificar qué se comía en la Edad del Bronce. Analizando los restos de proteínas conservadas sobre el metal, los investigadores han comprobado que los pobladores del Cáucaso del IV milenio a.C. se alimentaban de ciervos, ovejas, cabras y miembros de la familia de las vacas.
«Es realmente emocionante tener una idea de lo que la gente estaba haciendo en estos calderos hace tanto tiempo», explica Shevan Wilkin, de la Universidad de Zúrich y uno de los autores del artículo publicado este viernes en la revista científica iScience. «Esta es la primera evidencia que tenemos de proteínas preservadas de un festín, porque se trata de un gran caldero. Los miembros de la cultura Maikop estaban preparando comidas copiosas, no solo para familias individuales».
Hasta ahora, los investigadores podían realizar una aproximación a la alimentación de los individuos prehistóricos analizando las grasas conservadas en los recipientes de cerámica o estudiando los dientes en busca de trazas de las proteínas ingeridas. El nuevo estudio se centra en la documentación de estas sustancias en los recipientes metálicos porque muchas de sus aleaciones tienen propiedades antimicrobianas y permiten mejor su conservación. «Ya habíamos establecido que la gente en ese momento probablemente bebía una cerveza espesa, pero no sabíamos qué estaba incluido en el menú principal«, comenta Viktor Trifonov, del Instituto de Historia de la Cultura Material de San Petersburgo.
Los investigadores obtuvieron ocho muestras de residuos de siete calderos recuperados en tumbas de una región que se encuentra entre los mares Caspio y Negro, se extiende desde el suroeste de Rusia hasta Turquía e incluye los países actuales de Georgia, Azerbaiyán y Armenia. Los análisis en el laboratorio sacaron a la luz proteínas de sangre, tejido muscular y leche. La presencia de estas sustancias indica que los recipientes se usaron para cocinar carne de venado o bovino (vacas, yaks o búfalos), probablemente en forma de cocido, y para preparar productos lácteos con leche de ovejas o cabras.
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«Si bien no podemos determinar si la leche y la carne se prepararon simultáneamente, o si estamos ante un palimpsesto de distintos eventos de cocina, está claro que quienes utilizaron estos recipientes explotaron múltiples especies y tejidos animales para obtener recursos dietéticos», escriben los autores del artículo. Les ha llamado especialmente la atención la presencia de residuos caprinos porque hasta ahora se pensaba que la cultura Maikop había sido sobre todo bovina: han aparecido numerosas estatuillas de toros elaboradas en oro, plata y piedra. Además, en algunos túmulos se han descubierto tenedores puntiagudos o ganchos con forma de cuerno asociados a los calderos y que se cree que podrían haber sido utilizados para manipular trozos de carne caliente durante la cocción.
Aunque los calderos muestran signos de desgaste por el uso, también presentan evidencias de reparaciones en profundidad. Esto sugiere que eran valiosos, que requerían una gran habilidad para fabricarlos y que actuaban como símbolos importantes de riqueza o posición social.
Debido al pequeño tamaño de la muestra, los investigadores pretenden analizar una colección más amplia de este tipo de recipientes para indagar, además, en las conexiones culturales. «Nos gustaría tener una mejor idea de lo que hacían los individuos en esta antigua estepa y cómo la preparación de los alimentos difirió de una región a otra y a lo largo del tiempo», detalla Shevan Wilkin. Sobre el potencial del nuevo método de análisis, destaca. «Si las proteínas se conservan en estos recipientes, existe una buena posibilidad de que se conserven en una amplia gama de otros artefactos metálicos prehistóricos. Todavía tenemos mucho que aprender, pero esto abre el campo de una manera realmente espectacular».
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